Claudio Arrau y los persistentes
No es una deuda particular, sino la suma de descuidos lo que con frecuencia recuerda que el cruce entre música chilena y voluntad política es una sintonía imposible; acaso más que para otras ramas de la creación nacional.
Como es lógico, en Chillán se habla de Claudio Arrau a un volumen diferente al del resto del país. El insigne pianista mereció el domingo pasado una página completa de La Discusión, diario importante de su ciudad natal. Pero no era una nota de orgullo, más bien lo contrario: “La historia de la deuda que la ciudad mantiene con Claudio Arrau León a 34 años de su fallecimiento”, presenta el título.
El reporteo de la periodista Carolina Marcos mereció expandirse en estos días más allá de la Región del Ñuble, pero así son las cosas con las prioridades de nuestro debate cultural. La denuncia instala asombro y desazón. En enero de 1995, Carmen Arrau firmó con la Municipalidad de Chillán un convenio para que los restos de la esposa y madre del pianista, Ruth Schneider y Lucrecia León, acompañarán la sepultura de su padre en el Cementerio Municipal de Chillán, tal como lo pidió el músico en vida. Desde entonces, y pese a la insistencia de su único hijo vivo (Christopher Arrau Schneider, residente en EE. UU.), nada se ha avanzado al respecto. Las fuentes de la citada nota atribuyen la negligencia a “la falta de decisión y respaldo institucional desde las autoridades municipales y nacionales”, así como a la simple y llana burocracia. Una asignación económica ni tan abultada y la coordinación entre organismos saldaría un pendiente que ya fue oficialmente comprometido con, como describe La Discusión, “la voluntad del maestro y su familia, y con el sentimiento de los habitantes de Chillán, que desean honrar la memoria de uno de sus hijos más ilustres”.
No es una deuda particular, sino la suma de descuidos lo que con frecuencia recuerda que el cruce entre música chilena y voluntad política es una sintonía imposible; acaso más que para otras ramas de la creación nacional. No basta con la voluntad de las partes ni los febles compromisos oficiales: son iniciativas usualmente independientes (de investigadores, documentalistas, admiradores o insistentes herederos) las que persisten en aquella labor de divulgación para el legado de lo/as más grandes músicos chilenos que el Estado debiese considerar un deber.
Del peso objetivo de Claudio Arrau por supuesto no hay dudas, y es valiosa la labor que al respecto se hace con la mantención de su museo, en el mismo terreno de la casa familiar de Chillán en la que el niño comenzó a mostrar espontáneamente sus dotes al piano (antes de viajar, a los 8 años, becado por el Congreso Nacional a continuar estudios en Alemania). Pero casi todo lo demás descansa en la inclemente dinámica de postulación, realización y rendición de proyectos de inicitiva personal, como es el caso de la serie de cuatro capítulos a estrenarse en noviembre próximo, trabajada hace cuatro años entre Chile, Alemania y Estados Unidos por el director Cristián Vega y su equipo desde Viña del Mar.
Hace 60 años, Claudio Arrau llevó a Buenos Aires el ciclo completo de conciertos de piano de Beethoven, y por primera vez en su historia el Teatro Colón autorizó que personas escuchasen de pie en cada jornada. Tres décadas antes, el chileno inició en el Meistersaal de Berlín lo que entonces fue descrito como una gesta sin procedentes: abarcar, en doce miércoles sucesivos, todas las obras de Bach para piano solo. Ahí hay fechas redondas —tan caras a gestores y autoridades culturales — como para justificar la difusión con fondos públicos. Si no les gustan, parafraseando a Groucho Marx, tenemos (muchas) otras.
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