De Dostoievski a Redolés: Manuel Vicuña rescata a los escritores que crearon desde la vivencia carcelaria
El historiador publica el volumen A la sombra, que reúne una serie de ensayos sobre escritores condenados a prisión y que hayan desarrollado un corpus creativo en base o posterior a eso. Pasa revista a célebres ejemplos mundiales, pero también en Chile. “Me interesaba el sello de lo escrito ahí”, comenta a Culto.
Fue la lectura de un libro escrito en la cárcel, De profundis, del irlandés Oscar Wilde, el que le disparó la idea al historiador y ensayista Manuel Vicuña. “Leyéndolo, me puse a pensar en escritores o intelectuales encarcelados que hubiesen escrito algo en prisión o a partir de esa experiencia -comenta a Culto-. Y la verdad es que hay miles, en distintas épocas, en distintos países, en distintas lenguas. Entonces pensé en un libro sobre escritores condenados a prisión”.
Ese volumen se llama A la sombra (Seix Barral), y reúne una serie de ensayos sobre escritores que estuvieron encarcelados, y que en base a esa experiencia desarrollaron escritos. Así, revisa casos emblemáticos como el del ruso Fiodor Dostoievski, el citado Oscar Wilde, el italiano Antonio Gramsci, la estadounidense Angela Davis. Pero también revisa ejemplos en nuestro país, como el de Mauricio Redolés, quien estuvo en prisión y luego ha vuelto a los recintos penitenciarios para realizar talleres de escritura con los internos. Además, el caso del legendario bandido chileno Pancho Falcato, uno de los que vivió los presidios ambulantes de Diego Portales, a mediados del siglo XIX.
“Me interesaba el sello de lo escrito ahí y contar sus vidas teniendo como marco de referencia esa experiencia, una experiencia de frontera que obliga a practicar lo que llamo las ‘artes marciales del espíritu’ para mantenerse a flote anímicamente, con la mente enfocada, a resguardo de la locura, con un propósito en la vida”, añade Vicuña.
El volumen arranca con la historia de Dostoievski, quien estuvo preso en Siberia por haber formado parte de un grupo que aspiraba a reformas en la Rusia zarista. “Varias cosas me llamaron la atención del libro que escribió a partir de su experiencia como preso, Memorias de la casa de los muertos. Ese libro de memorias con bastante de novela representa el texto inaugural de una tradición literaria muy importante, la de los libros que dan cuenta de Siberia como infierno en la tierra, como lugar de condena y destierro para los críticos de la autocracia de los zares y los caídos en desgracia en tiempos de Stalin. La historia de Siberia es la crónica de las arbitrariedades del poder desmesurado y de la capacidad de resistencia ante lo intolerable. Pero al margen de eso, el libro de Dostoievski es extraordinario. Recrea el mundo de los parias con una potencia expresiva que fue comparada en su tiempo con la capilla Sixtina de Miguel Ángel y la Divina comedia de Dante”.
“Otra cosa importante: en Siberia Dostoievski experimenta un vuelco radical, un vuelco que marcará para siempre su vida y su literatura. En Siberia se hermana con el destino del pueblo ruso y se adentra en la psicología del crimen guiado por los testimonios de los asesinos. Ahí concluye que la justicia practica tiro al blanco, pero a ciegas, porque no logra capturar los matices del crimen y sus motivaciones. ¿Merece la misma condena alguien que mata a sangre fría, con crueldad y placer, y alguien que lo hace por mantener a salvo lo más venerable en la vida?”.
También revisa el caso de Oscar Wilde, cuyo paso por la cárcel -dos años de trabajos forzados acusado de sodomía- significó un antes y un después en su vida. “Antes de entrar a la cárcel, Wilde era el rey indiscutido del culto esteticista que supeditaba la vida al Arte con mayúscula, prefería la belleza a la moral y reivindicaba el amor entre hombres como una expresión sublime de la cultura. Wilde era el transgresor más histriónico de la moral victoriana. En la cárcel, poco a poco, se hace consciente de cierta frivolidad detrás de esas posturas mundanas, del valor del dolor por sobre el placer como experiencia límite que te acerca a lo absoluto, y del ejemplo de Jesús como el artista consumado, creador de una ética que no le debía nada al pasado. Jesús acepta a todos los pecadores. El arte que ahora ambiciona Wilde tampoco omite nada de la experiencia humana”.
Por supuesto, la historia del filósofo italiano Antonio Gramsci, encarcelado por el fascismo con la idea de “impedir que su cerebro funcione”, cosa que estuvo muy lejos de ocurrir. “En prisión Gramsci escribió cartas y los llamados Cuadernos de la cárcel. Cuando lo meten preso, en tiempos de Mussolini, Gramsci se propone dejar un legado, algo perdurable en el plano intelectual y político. Se mantiene lúcido y activo, con una fuerza de voluntad impresionante, trabajando en sus escritos a pesar de todas las adversidades. Escribe miles de páginas de notas donde elabora pensamientos originales sobre los temas más dispares, como el pensamiento de Maquiavelo, la dramaturgia de Pirandello, la historia de los intelectuales italianos o las formas en que la cultura burguesa contribuye a la dominación de clase, universalizando valores, generando consensos".
“Cuando décadas después de su muerte se publiquen los cuadernos, Gramsci traerá sangre nueva al cuerpo teórico y práctico del marxismo, e irradiará hasta el campo académico de los estudios culturales, de las ciencias sociales y de la teoría crítica, por ejemplo, con sus reflexiones sobre la construcción de hegemonía y la noción de intelectual orgánico”.
En cuanto a historias chilenas. Está la de Mauricio Redolés y sus talleres literarios entre rejas. “Redolés hizo talleres literarios en distintas cárceles y ha sido muy generoso con sus recuerdos y conocimientos. A sus talleres acudían desde los esquizofrénicos hasta los narcotraficantes, incluso los analfabetos. Se trata de un mundo donde la escritura se topa con una experiencia límite y la lectura es una forma de desahogo. La poesía de Parra, de Pablo de Rokha o de Claudio Bertoni les hacen sentido a los presos, esos versos les resuenan. Me interesó particularmente el caso de Carlos Patricio Krempell Badilla, uno de los esquizofrénicos de esos talleres. En 1995 se publicó su relato El interior del templo gracias al empuje de Redolés. Es un texto entre alucinatorio y onírico que captura la vivencia carcelaria desde una imaginación que combina de todo, y habla del encierro, de la libertad, de las hermandades, de las fugas de la ficción cuando queda entregada al delirio”.
También la del bandido Pancho Falcato, una especie de celebridad del mundo popular quien se daba maña para burlarse de las autoridades y quien pensó en escribir una autobiografía. “Falcato es una figura histórica, pero también un mito. Es el bandido chileno más legendario del siglo XIX. Más legendario de toda nuestra historia, tal vez. Su fama trascendió las fronteras nacionales. Se le comparó a Robin Hood. Pasó a representar al héroe popular que torea al poder, que se lo saca de encima con ingenio. Muestra la impotencia del poder y la maña que se dan los sectores populares para conservar su autonomía frente a las autoridades y su noción de orden público. Falcato llegó a representar un símbolo de la protesta social, solo por el hecho de burlar la ley y salirse con la suya, ahí donde la ley es percibida como ilegítima y sus representantes como opresores”.
“Falcato es desconocido en la actualidad, pero era una celebridad en el siglo XIX. Incluso un ídolo. Se escribieron libros sobre su persona, poemas, reportajes. Benjamín Vicuña Mackenna, siempre atento a lo popularizable, le ofreció escribir su biografía, pero Falcato dijo no porque tenía intenciones de escribirla él mismo. Estaba consciente de que sus aventuras valían oro y que el público lector lo recibiría con los brazos abiertos. O sea, Falcato, ya en vida, tiene la posibilidad de ser incorporado a la emergente tradición historiográfica nacional, por uno de sus autores más significativos. Los bandidos también están bastante presentes en la literatura chilena. Integran toda una narración de aventuras que recorre los campos y salta de relatos a novelas, por lo menos desde Baldomero Lillo en adelante”.
Una mirada al presente
En otro ámbito, como historiador ¿De qué modo ha visto los últimos años en Chile? Desde el estallido, los intentos de realizar una nueva Constitución. ¿Cómo se pueden interpretar estos tiempos a la luz de la historia?
Se han dicho tantas cosas sobre eso, que cuesta aportar algo nuevo. Para responder a tu pregunta diría que con el estallido se abrió un periodo de experimentación constitucional que no prosperó, pero que en su intensidad evocó a los intentos por consagrar un orden político viable en los inicios de la República, cuando las discusiones conceptuales implicaban distintas ideas de sociedad, nociones históricas, perspectivas de futuro, arreglos de convivencia, relaciones de poder y estructuras del Estado. Existía un espíritu fundacional y a la vez una tremenda ausencia de consensos. La organización del país estaba en una fase de laboratorio muy exploratoria. Algo de eso vivimos por un momento. Con una diferencia importante: a comienzos del siglo XIX prácticamente no existían modelos constitucionales a la mano, en cambio en el Chile contemporáneo sí teníamos distintas fuentes de inspiración. Ahora tampoco hizo falta recurrir a la violencia para zanjar la cuestión. Y no se trató de un fenómeno confinado a las élites, sino de un proceso resuelto democráticamente, con participación de la ciudadanía.
¿Cree que estos últimos años se pueden asemejar a algún otro período de nuestra historia?
No, al menos, en la conjunción de sus elementos: declive del compromiso democrático, crisis de representación del sistema de partidos, élites políticas para el olvido, demandas sociales sin gran articulación, deterioro de las confianzas interpersonales y de los vehículos de socialización y vínculo como las escuelas y el barrio, degradación del orden público, riesgos climáticos como la sequía, burbujas sociales en tiempos de hiperconectividad digital… en fin, suma y sigue. Algunos de esos elementos pueden encontrarse en el pasado, pero su acción en conjunto, no.
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