Culto

Misión Imposible, La Sentencia Final: Para los Arqueólogos del Futuro

La octava parte de la serie iniciada por Tom Cruise hace 29 años es una prueba viviente de que las películas de acción al viejo estilo aún no han sido derrotadas por lo que dicta el algoritmo de moda.

Ethan Hunt (Tom Cruise) es el líder del equipo FMI en Misión Imposible: La Sentencia Final.

Esta película es un ejemplar en extinción, un dinosaurio tras el mostrador, una especie para contemplar antes de su próxima desaparición. En medio de la desfalleciente “secuelitis” de las cintas de superhéroes y de las propuestas interesantes que sólo encuentran un lugar las plataformas (léase filmes de Scorsese, Coen, Fincher, del Toro), Tom Cruise regresa desde la tierra del nunca jamás para recordarnos que aún hay héroes de acción que realizan sus propias escenas y que una buena franquicia de espías muere sólo cuando muere su protagonista. Y eso aún no ha sucedido.

Ethan Hunt (Tom Cruise) en una de las escenas culminantes de Misión Imposible: La Sentencia Final.

No se trata de creer que todo lo que vemos en Misión Imposible: La Sentencia Final sea tan real como nuestro reflejo en el espejo, ni tampoco hay que ser tan ingenuos para pensar que el CGI es sólo un condimento de la acción. Es evidente que en estos tiempos es necesario valerse de fondos verdes y de imágenes sobrealimentadas de píxeles, pero la octava parte de las aventuras de Evan Hunter tiene la suficiente dosis de vieja escuela y de amor por lo análogo para parecer un placer sensorial. Como escuchar vinilos, incluyendo sus crujientes chirridos de por medio.

Su protagonista, Tom Cruise, viene de los años 80 y, contra todas las leyes del envejecimiento, sigue sabiendo hacer de héroe invulnerable como si respirara sus mejores tiempos. La propia trama de la película pareciera mirar con desprecio a los bits y la inteligencia artificial al poner de principal villano a algo llamado “el ente”, una especie de AI en esteroides que pretende hacerse con el arsenal nuclear de las potencias mundiales, sembrar el caos a través de verdades falsas y, a la larga, dominar el planeta.

Luther Stickwell (Ving Rhames) es un clásico aliado de Ethan Hunt en Misión Imposible.

Misión Imposible: Sentencia Final es en realidad la segunda parte de Misión Imposible: Sentencia Mortal (2023) y trae algunas sorpresas que a muchos les hizo pensar que era la última de la saga. Es probable que todo haya sido campaña de marketing y Tom Cruise siga siendo Evan Hunt por la eternidad de los tiempos, cuál James Bond que no cambia de principal.

Acá nuestro héroe tiene la misión de recuperar el código fuente del ente y para eso tiene que internarse en las profundidades del Mar de Bering, lugar donde yace hundido el submarino nuclear soviético Sebastopol. En algún recoveco de su desvencijado casco metálico se encuentra el ubicuo código con el que puede desarticular a la inteligencia artificial. Sin embargo, como esto es una misión imposible, el ente ya tiene en sus manos el arsenal atómico de varias potencias y sólo va quedando indemne, para variar, el de Estados Unidos.

Ethan Hunt (Tom Cruise), Grace (Hayley Atwell) y Benji Dunn (Simon Pegg) en la octava parte de la saga.

Hunt no sólo debe enfrentarse a las autoridades de Washington que buscan apretar el botón rojo contra el ente, sino que además contra el villano Gabriel (Esai Morales), un tipo de pocos amigos que parece ser el representante terrenal de la inteligencia artificial. Como siempre, a Hunt lo ayudan sus fieles compañeros Luther Stickell (Ving Rhames) y Benji Dunn (Simon Pegg) y además se incorpora la hábil ladrona internacional Grace (Hayley Atwell). Juntos son dinamita y por su bien es mejor que trabajen al viejo estilo, huyan de lo digital, de las nubes en el ciberespacio, de los e-mails y, seguramente, del whatsapp.

Al ente se lo enfrenta con piedras, parecen creer. Es una misión verdaderamente poco posible, pero basta ver las escenas submarinas o aéreas protagonizadas por el propio Evan Hunt/Tom Cruise para comprender que este trotamundos de la aventura puede ser el verdugo de cualquier máquina.

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