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Y llegó julio: la vibrante historia de Julio Iglesias en el Londres psicodélico de Los Beatles

En uno de los capítulos menos conocidos de sus inicios, el artista viajó a la capital inglesa en pleno despegue del Swinging London en los 60 para aprender inglés: no aprendió mucho. A cambio, versionó a los Fab Four en pubs, tuvo el primer gran amor de su vida y dio forma a su primer hit. Aunque nunca se vistió con tonos lisérgicos.

Y llegó julio: la vibrante historia de Julio Iglesias en el Londres psicodélico de Los Beatles

Sobre el amanecer de la década de los 60, Julio Iglesias tenía apenas 19 años y ya había vivido algo así como ese cisma definitivo que subraya el antes y después de cualquier destino.

A las 2 de la mañana del 22 de septiembre de 1962, sufrió un accidente automovilístico en Madrid junto a un grupo de amigos, el que lo dejó semiparalítico un año y medio, y bajo una constante terapia de ejercicios de recuperación. Eran los días en que escalaba como arquero de las divisiones juveniles del Real Madrid, en rigor, una promesa bajo los tres palos que proyectaba su vida en un césped futbolero.

Pero las vueltas de la vida -y de una carretera endemoniada- dijeron lo contrario. Iglesias se debió despedir tempranamente de su sueño de portero. A cambio, para matar el tiempo y vislumbrar otras prácticas, tomó una guitarra en plena etapa de rehabilitación -regalada por Eladio Magdaleno, el auxiliar médico que con ese gesto cambiaría la vida del posterior artista- y apostó por el canto. Ahí se abría una nueva hebra.

El temido viaje a Londres

En paralelo, debía compatibilizarlo con sus estudios de derecho en la Universidad de Madrid. Cuando en la segunda mitad de los 60 logró zafar de una posible inmovilidad permanente y se recuperó casi en su totalidad, su padre, el tan estricto como vividor médico Julio Iglesias Puga, tuvo una idea: le sugirió a su hijo que viajara a Londres para aprender inglés y, sobre todo, para ganar confianza tras el accidente en una de las capitales globales de ese decenio, epicentro de la moda, la música y las tendencias que definían al planeta.

El futuro intérprete aceptó a regañadientes. Les tenía pavor a los aviones. Varias fueron las oportunidades en que llegaba al aeropuerto boleto en mano y, mientras llamaban a embarcar el vuelo que le correspondía, decidía volverse a casa para refugiarse en sus padres y su único hermano.

Julio Iglesias en el Festival de Viña 1973. Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Pero esta vez aceptó el rato y cortó tickets en dirección a la capital inglesa. No tenía mucho que perder. El destino ya le había jugado una mala pasada, ahora sólo le quedaba hacer frente a cualquier idea que se cruzara por delante.

Hacia fines de 1965 y principios de 1966, Iglesias aterrizó en Londres bajó un ambiente exuberante. Era la ciudad ansiada por cualquier joven del mundo. La de los Beatles, los Rolling Stones, las minifaldas de Mary Quant, el colorido psicodélico y la experimentación en ácido. Era la urbe del llamado Swinging London

“Julio Iglesias tuvo que elegir entre los existencialistas en París o las minifaldas en Londres. Eligió las minifaldas”, dijo en una reciente entrevista el escritor español Ignacio Peyró -autor del libro El español que enamoró al mundo (2025)- para definir la encrucijada europea que enfrentó Iglesias antes de la fama y la adulación masiva.

Cantando a Los Beatles

Aterrizado en Inglaterra, su primera parada fue Ramsgate, en el condado de Kent. Pocas semanas después se trasladó a Cambridge para estudiar en la Bell’s Language School, donde ya entretenía a sus compañeros de clase tocando la guitarra.

En la distancia, su progenitor, el doctor Iglesias, sospechó algo extraño: su hijo le había dejado de pedir dinero. ¿Se estará dedicando a la música, esa actividad que de modo incipiente lo había flechado en España? Dicho y hecho: Iglesias aprovechó su soledad en Londres -y el contexto de la ciudad- para comenzar a cantar de manera pública, presentarse en pubs y clubes, y ser uno más de un circuito artístico que parecía infinito.

“Mi hijo se estaba ganando la vida cantando por las calles de Londres como hacían los hippies de la época”, declaró años más tarde el padre del artista. En ese momento, el profesional fue alertado del hecho por Pedro de Felipe, un amigo de “Julillo” desde los días del Real Madrid y que también había viajado a Londres.

julio iglesias web

“Para Julio, todo el plan de ir a estudiar a Inglaterra no era más que una excusa, un necesario ardid que perseguía un objetivo mucho más profundo que aprender inglés (…) Julio viajó hasta Inglaterra para quitarse los complejos que habían crecido en un joven que odiaba que lo vieran caminar con dos bastones, y que tocaba en los pubs por puro divertimento, ‘mi única preocupación entonces era recuperarme de la angustia’”., relata el libro Julio, la biografía, de Oscar García Blesa. O sea, Iglesias llegó hasta el Swinging London para buscar libertad, plenitud, curiosidad, en un proceso similar al que impulsó a baluartes musicales tan distintos durante esos mismos años, como Víctor Jara, también contando una temporada en Gran Bretaña que cambió su vida y su carrera hacia 1968.

En el caso de Julio, ganó fama en el club Airport Pub, donde versionaba a Tom Jones, Engelbert Humperdinck y, cómo no, The Beatles. Mientras él estaba en el escenario, un amigo suyo pasaba una gorra por el respetable y recogía algunas libras.

A tanto llegó su punto de ebullición en Londres que el intérprete empezó a dar forma a una canción que había diseñado en Madrid, pero que terminó de esculpir más al norte: La vida sigue igual. Es el tema que sólo un tiempo después lo lanzaría al estrellato definitivo.

La consagración creativa también fue privada. Aunque ya era un avezado en temas de conquista sentimental -era que no-, “Julillo” tuvo en Londres el primer gran amor de su vida. Gwendolyne se llamó una joven francesa de 18 años que le presentó una amiga y de la que quedó perdidamente enamorado. No sólo por su belleza, sino que también por la estirpe que representaba: la muchacha era hija de una aristocrática familia de exiliados rusos, hermana de Vincent Bolloré, uno de los hombres más ricos del mundo, amigo personal de Nicolas Sarkozy, futuro presidente de la república. Fue su primera pareja sin trabas ni obstáculos.

“Sería la primera pasión de verdad seria en su vida”, ha dicho Ignacio Peyró. A ella le dedicó luego una canción que lleva su nombre.

Enterado de que en Gran Bretaña estaba más consagrado a la música y el amor, el doctor Iglesias lo mandó a llamar de inmediato a España. Volvió con una reflexión clara: la música sería desde ese momento su parada inevitable.

Sin embargo, algunos conocedores de la vida del cantante le bajan el perfil a su paso por el Londres de los bigotes y los universos caleidoscópicos. Les llama la atención que no existe una sola foto con el artista en trajes coloridos o vestido a la usanza de esos días (¿con la bandera británica a lo The Who?).

Ignacio Peyró ha dicho: “Hay, también, dos cosas que llaman mucho la atención en este 1965: el poco inglés que aprendió y que ahí se ganaba sus primeros aplausos cantando clásicos latinos y continentales en un pub. Y luego conoce a Gwendolyne, la cual va a ser la primera pasión de verdad seria de su vida. Luego hay otro dato, el más revelador: él está en Londres también algo después con David Bowie comenzando a maquillarse, los Beatles y Stones en plena fiebre creativa, etc. Y pasa por todo eso como sartén antiadherente…”.

Julio Iglesias

El propio Peyró, en una entrevista con El País, ha dicho que a Iglesias lo explica una fisonomía única: es un ser sin tiempo al que no le alteran las modas.

“Es un ser sin tiempo, nunca ha tenido entre sus prioridades parecer contemporáneo. Cuando querer ser clásico es la pretensión más suicida que puede haber, solo se alcanza sin querer. Es verdad que va a Londres a finales de los sesenta y todo el Swinging London le pasa por encima sin despeinarle, ni siquiera una camisa de flores se le ha visto, y allí resultaría más marciano que el propio David Bowie”, comentó.

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