Basta de nostalgia

En un mundo sin cines, sin fútbol y sin conciertos, la industria de la entretención se ha quedado sin experiencias vitales y se ha visto obligada a buscarlas en las toneladas de recuerdos que ofrece el archivo, desde series de hace dos décadas hasta telenovelas que parecían desahuciadas. ¿Pero realmente no hay nada bueno que rescatar del presente?



Desde hace años, el mundo a momentos semeja a esos veteranos que se recuestan tardes enteras a mirar fotos de juventud, de fiestas con amigos que ya no están o veranos con cuerpos mucho más atléticos, para suspirar por lo obvio: el pasado casi siempre es perfecto y el presente imperfecto.

En el mundo de la entretención la melancolía juega con el mismo truco, sobre todo en estos meses sin cines, sin fútbol, sin teatro, sin conciertos, finalmente sin experiencias vitales que nos hagan sentir que el aquí y el ahora vale la pena.

Por ello buscamos eso mismo en recitales de Youtube de hace varias décadas, en alentar las corridas del “Murci” Rojas o el vuelo letal en el área de “Bam Bam” en partidos del siglo pasado –repeticiones que son éxito de sintonía en la TV- o muchísimos se alegran porque por fin llegaron al streaming toneladas de nostalgia con el arribo de series como Los Soprano, Mad Men, Glee, The Wire o Modern family.

Por fin podemos satisfacer esa gula por lo que ya no existe sólo apretando el control remoto: saciamos el hambre con el refrito y el recocido.

¿Realmente no pasa nada bueno en el presente? Cualquier respuesta perezosa podría comparar los grandes monstruos de eras pretéritas (los Beatles, el cine de Scorsese, las teleseries locales de los 80 y parte de los 90) con la oferta actual y sentenciar que lo nuestro es una carrera perdida. Ya todo lo bueno está hecho.

Pero con un poco más de atención, este rarísimo 2020 para la industria del espectáculo ofrece algo de luz entre tanto viaje por el túnel del tiempo.

Diego Lorenzini es un cantautor chileno que no ha ganado la atención de otros, pero su obra es una de las más ingeniosas y atractivas del último tiempo: arreglos bien cuidados, melodías cautivantes y, sobre todo, un uso del humor donde cada canción es un testimonio de vívidas referencias culturales que van desde Rangers de Talca y Raúl Ruiz hasta Felipe Camiroaga (“si se murió Felipe Camiroaga/por qué no habrías de hacerlo tú”, advierte espeluznante en el tema del mismo nombre).

Su último single, Nada en contra del K-pop, es otra sátira donde vale mucho más escucharla que leer su descripción: ya el solo nombre es una invitación a pulsar play.

Juanfra Lastra es otro autor nacional por una senda parecida. Letras que mueven y desafían para los porfiados que insisten que la cantautoría sólo puede ofrecer solemnidad o bostezos.

Julia de Castro es actriz española y a fines de junio editó su álbum debut, La historiadora, una pieza increíble donde entrelaza mariachi, flamenco, zarzuela, rumba y funk para defender la prostitución, narrar encuentros de lascivia lésbica y tejer historias de soledad. Uno de los álbumes del año.

¿Otro gran lanzamiento en plena pandemia? Curandero, el último título de Orkesta Mendoza, una banda latina de Arizona cuyo afán cartográfico mueve su brújula creativa por el Caribe, México, la frontera, Cuba y Sudamérica.

Porque esa es otra de las trampas de la nostalgia: si no hay nada bueno ni distintivo en los grandes emporios del entretenimiento, básicamente EE.UU. y la parte anglófona de Europa, entonces no hay nada bueno en ningún lado.

Eso es sólo pereza. Sólo basta con escarbar un poco y mirar lo que se tiene más a mano.

En la TV, la británica I may destroy you, de HBO Go, se alza como una de las ficciones del año, la historia de la escritora Arabella Essiedu (Michaela Coel, que también la dirigió y escribió), quien debe espantar sus fantasmas tras una traumática experiencia.

Ese pasado que también acechaba tortuoso en Poco ortodoxa, la producción de Netflix acerca de una joven que escapa del judaísmo ultraconservador –un tema apasionante, descubierto hace muy poco por la ficción masiva- para abrazar otro destino en Berlín.

En la vida, mirar fotos de viejos álbumes siempre entregará regocijo, orgullo, felicidad. Eso el mundo del espectáculo lo tiene demasiado claro. El problema es cuando creemos que la felicidad y el regocijo sólo está en experiencias que ya no existen.

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