Columna de Ascanio Cavallo: El penúltimo suspiro

Es posible que la coalición de “el centro y la izquierda” vuelva a salvarse, pero La Moneda difícilmente le quedará más cerca. El poder desgasta más a quien no lo tiene, decía con su dosis de cinismo Giulio Andreotti, pero quizás también quería decir que el poder sirve poco sin maduración, sin profundidad, sin reflexión.



Hay que rastrear muy lejos en la historia política chilena para encontrar, si es que lo ha habido, un castigo tan monumental como el que la Cámara de Diputados le propinó al gobierno el jueves pasado, en la votación del retiro del tercer 10% de las AFP. Con los 118 votos contrarios a su posición, y apenas 18 defensores, en tiempos normales habría caído el gabinete, la coalición se hubiese reunido de emergencia y el Presidente habría anunciado una reestructuración de todo.

Y se habría dado por seguro el inminente triunfo electoral de la oposición. Pero no ocurre nada de eso y sólo unas cuantas “figuras de Estado” contemplan el jueves como una tragedia de gobernabilidad. La oposición consiguió la capitulación de un gran número de parlamentarios de derecha, debido a que la mayoría de ellos tiene algún interés electoral en curso, empezando por las reelecciones. A ellos no les preocupa darle explicaciones a la historia, sino a los electores de pasado mañana.

Pero esto no consolida a la oposición. Más bien al contrario. Una oposición que tiene ocho candidatos presidenciales en carrera y dos más in pectore puede describirse como cualquier cosa, menos como unitaria. Y de esas candidaturas se puede decir, al día de hoy, que hay sólo una que tiene sus objetivos estratégicos claros: la de Daniel Jadue, con el respaldo del Partido Comunista. Un buen desempeño -que hoy significa simplemente superar el 10%- de Jadue mejoraría el repertorio parlamentario del PC, podría llevarlo al Senado y lo sacaría del 5% en que lleva pegado tanto tiempo.

El resto del panorama es humo y confusión. El PS, el PPD y el PR se enfrentan a la situación más difícil: por separado, ninguno se siente en condiciones de ganarle a la DC, que, incluso tocada por la crisis general de los partidos, ya ha mostrado que podría situar a Ximena Rincón como la candidata de la Unidad Constituyente, donde se agrupan los restos de la antigua Concertación. Carlos Maldonado carece de opción real, Paula Narváez parece inerte al fuego (según la expresión de un socialista con buen humor) y Heraldo Muñoz tiene una estructura militante más frágil que sus convicciones. Una primaria entre los tres para derrotar a Rincón sería una fórmula segura para que ese grupo, ya tembleque, termine de disolverse.

El final del final de la coalición más exitosa.

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Se atribuye al exministro socialista Osvaldo Andrade la expresión “el centro y la izquierda” para describir a la Concertación de los 2000. Era una descripción técnicamente perfecta, en cuanto se trataba de una alianza y no de una imbricación, como podía sugerir el término “centroizquierda”. Pero también era una delgada manera de alejar la idea de un PS despojado de su identidad de izquierda, arrastrado hacia su versión “socialdemócrata”, que en voz baja detesta tanto como Lenin. Cuando los socialistas querían denunciar las inclinaciones de este tipo, hablaban de la “pepedeización” del partido.

También el PPD empezó a tratar de ser plenamente de izquierda en años más recientes, cuando lo abandonaron (o expelió) a la mayoría de los componentes liberales que lo habían formado. El PR vivió la misma disyuntiva entre los años 60 y 70 y se desgarró varias veces antes de conseguir la estabilidad con menor escala.

Sólo en este año la DC se convirtió en una amenaza para los partidos del “socialismo democrático” y para sus nuevos socios, el PRO y Nuevo Trato, aunque no para Ciudadanos. Para algunos, los menos, se trata de un problema ideológico. Otros recubren de ideología el problema práctico y real: si la DC obtiene la hegemonía con Ximena Rincón, podría arrastrar detrás suyo un contingente nuevo de parlamentarios. A menos que, claro, se acuerde una lista parlamentaria común, se proclame la unidad -ahora sí- sobre bases visibles y se deje en un discreto segundo plano la candidatura presidencial. Algo digno, pero de ningún modo una epopeya.

Este temor sólo existía débilmente hasta el 29 de noviembre pasado, cuando la DC ganó seis (o siete, según como se mida) de las primarias para gobernadores regionales. Por alguna razón, el PS y el PPD y el PR parecían haber llegado a creer que eso no era posible. Y una vez que lo fue, han tratado de minimizar sus riesgos en una primaria presidencial. Ese es el origen de la preprimaria impulsada por el PS (seguro de derrotar al PPD), y luego, de la primaria exclusiva del “socialismo democrático” impulsada por el PPD. Todas estas propuestas también han sido salidas para conflictos internos, aunque nunca se han vestido en público con ese traje tan innoble.

La cuestión ideológica, el ser de “izquierda”, entró en crisis después del 18-O. El PC, parte del Frente Amplio y el Partido Humanista vieron en esa disrupción -que no produjeron, ni dirigieron, ni controlaron- una forma de afirmar su identidad de izquierda impulsando la destitución del gobierno de derecha, lo que habría sido un momento épico de ascenso de la lucha de masas. Más literaria que imaginaria, esa noción les ha servido a esos partidos para inculpar a los firmantes del acuerdo constitucional de haber “salvado a Piñera”. Es una retórica tremebunda, de cómic, pero funciona como intimidación si calcula cierta pusilanimidad en el agredido. El PS, carente de la fuerza intelectual que tuvo en los 90, se ha visto de nuevo enredado en el problema de ser de izquierda o, como dice un político amante de Freud, de tener al PC por Superyó.

Con el tiempo, el objetivo se ha ido transformando y ahora parece tener un rasgo más preciso. Las dirigencias del PC y el PS creen que el Frente Amplio está en demolición y lo que toca es competir por esos fragmentos, a sabiendas de que la fuerza gravitacional del PC ya tiene a algunos en sus umbrales. En esa disputa nada le viene más mal al PS que afiliarse en algo llamado “centroizquierda”.

El empeño en alejar a la DC habría llevado a este partido a un riesgo similar al de 1970, cuando Radomiro Tomic le propuso al conjunto de la izquierda constituir la “Unidad del Pueblo”, y en respuesta la izquierda constituyó la “Unidad Popular”, precisamente sin la DC. Una parte de la DC de hoy, como la de entonces, también quiere ser de izquierda. Sólo que la izquierda no la acepta en su club, un rechazo que ha sido otra de las señas de su identidad -o de su perturbación- histórica.

El hecho macizo es que ni la izquierda socialista ni la DC tuvieron nunca gobiernos más exitosos que los que nacieron de su alianza antidictatorial. Menudo problema conceptual cuando hay que empezar a colgar carteles.

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La Concertación ha muerto dos veces y se ha salvado muchas más. La primera muerte le fue infligida cuando fue convertida en Nueva Mayoría; la segunda, cuando le entregó por segunda vez el poder a Sebastián Piñera, en un gobierno que el PC prefiere olvidar. De todos sus esfuerzos de sobrevivencia, el más fallido ha sido el de la Nueva Mayoría, no por la incorporación del PC, el MAS e Izquierda Ciudadana, sino porque concibió su renovación únicamente como una extensión horizontal y no dedicó ni el más mínimo esfuerzo a mejorar verticalmente, es decir, hacia adentro.

Es un dato histórico que la Concertación se hizo cargo del país después de pasar todos los años de Pinochet entrenando personal técnico y político e imaginando formas de desarrollar a Chile. Los procesos formativos continuaron durante los gobiernos de Aylwin, Frei y, con menos ímpetu, Lagos. Pero después se detuvieron para siempre. Las “caras nuevas” de Bachelet -otra de sus intuiciones correctas- envejecieron antes de dos años y después simplemente dejó de crecer la hierba.

El prolongado ejercicio del gobierno, la degradación del personal detrás de cargos y carguitos, el copamiento del Estado como agencia de empleos, la red clientelar tejida desde los municipios hasta los ministerios, todo ese sobajeo de poder, puestos y dinero ha postergado por más de una década lo que debió ser el primer deber después de perder por primera vez las elecciones.

En cambio, la ocupación preferente ha sido la de tratar de mantener posiciones y, seguro que sin quererlo, de ofrecer una reiterada perspectiva de ingobernabilidad. ¿Sería inevitable, así es siempre la política, no hay vuelta que darle?

Es posible que la coalición de “el centro y la izquierda” vuelva a salvarse, pero La Moneda difícilmente le quedará más cerca. El poder desgasta más a quien no lo tiene, decía con su dosis de cinismo Giulio Andreotti, pero quizás también quería decir que el poder sirve poco sin maduración, sin profundidad, sin reflexión.

Por olvidado que esté, un gobierno es también una cuestión de ideas.

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