LT Domingo

Columna de Ascanio Cavallo: Entre la medianoche y la mañana

Conferencia del 15 de noviembre donde se anunció el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución. Crédito: AgenciaUNO VICENTE ROJAS LÓPEZ/E AGENCIAUNO

La foto de la noche del 15 de noviembre tiene un aire grave, un tanto trágico. Mucha gente se agolpa en el costado de una gran mesa. Algunos muestran ganas de aparecer: se puede imaginar que debieron empujar y dar algunos codazos. Otros no tienen igual interés, se quedan atrás, cerca del fondo. No hay sonrisas. Todos miran a distintos puntos, como si en realidad estuviesen mirando hacia dentro de sí mismos. Es de noche, alta noche: las lámparas de la sede del Congreso en Santiago sugieren una jornada que termina tarde. Acaban de firmar el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución. El nombre rinde honor a la tumultuosa concurrencia.

Casi diez meses después, la foto es diferente. No es una muchedumbre, son sólo seis políticos, livianamente invitados, alegremente voluntarios. No hay una mesa, sino un estudio, un espacio diseñado para la ficción. No se representa La Moneda, sino una calle, quizás una plaza, algo como el esqueleto o la abstracción de un barrio. Es de mañana, una mañana falsa, de reflectores que simulan un amanecer impreciso. Todos miran hacia donde deben, porque hay un libreto que se los indica. Todo es falso: la mañana, el barrio, los oficios, los diálogos. Ingeniosos y falsos, que a veces es lo mismo. Es el retrato de una comedia.

Los dramas tratan de rupturas; las comedias, de reuniones. En los dramas la humanidad se fractura, o corre ese peligro. En las comedias la humanidad se repara, riéndose de sí misma, reconociendo que su naturaleza es la comunidad. El drama es pesaroso, sufrido. La comedia es alegre, aunque sea con cinismo.

¿Será así? ¿Será que en diez meses, con pandemia y confinamiento actuando como un azote aleccionador, Chile ha pasado desde el drama a la comedia? ¿Que se desplazó desde la comunidad rota hacia una sociedad en reunión? ¿Será posible estirar la realidad hasta la metáfora de un tránsito de la medianoche al amanecer?

Por alguna razón, que no es tan misteriosa porque está la audiencia de por medio, estos políticos aceptan cambiar el drama por una comedia en la que por lo demás mantienen sus posiciones, bien que alivianadas, simplificadas, hasta un poco frivolizadas. Desde la franja del “No” de 1988 se cree que la ligereza tiene inconmovibles virtudes electorales; se generó en ese ejemplo victorioso una especie de dogma, aunque se trata de un asunto que por definición debería ser siempre flexible, siempre concordante con las condiciones concretas. Y así la foto se empieza a repetir.

Nadie creerá que lo de “Bienvenidos” es algo distinto de un sketch. La falsedad no es lo mismo que el engaño. No es cuestión de sentido del humor, sino de sentido común: esta televisión reverberante, achispada, optimista, no pretende sustituir la política, sino sólo ser fiel a sí misma. Un matinal es lo que todos saben que es, incluyendo a los ex ministros y exparlamentarios que participan en el sketch, como lo hacen gentes de otros oficios, todos los días.

Una escena del sketch presentado este 18 de septiembre en Bienvenidos.

Así como ningún espectador se engaña, ningún invitado puede decir que fue estafado. No es el medio el que requiere a los políticos, son los políticos los que requieren al medio: algo les dice que ese espacio falso, de comedia, de interpretación, es funcional para sus fines; pero sería excesivo pensar que con eso pretenden engañar a alguien. Como la televisión tiende a ser postmoderna, y en prevención de algún espectador idiota, los propios políticos-actores se preocupan de comentar y explicar su presencia en estos espacios. Huelga decir que esos argumentos -de oportunidad, a veces de talante, de pronto incluso republicanos- son redundantes. Le proponen cierta densidad a lo que por definición no quiere ni debe tenerla.

Hay políticos que llevan años circulando por estas esferas, sin que todavía exista evidencia alguna de su posible eficacia política. Lo único que se cree es que esa gran exposición asegura algún lugar en las encuestas, pero nadie ha podido medir el costo contrafactual: cuántos puntos más obtendría una figura por limitarse a otro tipo de espacios, quizás más pertinentes o menos heterodoxos, con menos melaza.

Se atribuye a Lenin haber dicho: “La única cosa que puede arruinar todo lo revolucionario es la frase: esa zalamería de los revolucionarios”. Se refería, en 1917, al halago del pueblo por parte de los dirigentes políticos, a ese afán de adular y satisfacer a las masas en todas sus conductas. Casi un siglo después, Chantal Mouffe, citando a Maquiavelo, ha elogiado la política de “la ocasión” para alentar el avance de un populismo “de izquierda”. Pero Maquiavelo más bien le recomienda al político “una imagen de grandeza”, de sujeto “excepcional”, en vez de aquella “de amigo inútil y enemigo no temible”.

El hecho es que la foto de estos días –la del matinal poblado de políticos esforzados en resultar “no temibles”- transforma la de noviembre (donde, dicho sea de paso, no estuvo ninguno de ellos: podrían alegar que son inocente del drama anterior). No es sólo que las opciones del plebiscito de octubre se conviertan en un conjunto de frases armadas en un libreto, sino que el evento pierde toda su importancia, o quizás su dramatismo.

Ni siquiera hay ya que contar que se impedirá votar a un conjunto de ciudadanos y a otros tantos no se les ofrecerá garantías sanitarias. Aunque se han presenciado muchas campañas livianas, que suponen a un elector de picaresca, pocas veces se habrá visto una clase política tan empeñada en llevar adelante un plebiscito que parezca tan importante y, a la vez, tan ligero.

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