Columna de Paula Escobar Chavarría: Tapar el sol



“Ya no tengo qué cocinar… y me da vergüenza reconocerlo”, dice Ana, 30 años. Está encerrada, sin trabajo, sin ingresos, en su departamento compartido en Recoleta, en un edificio con seis enfermos de Covid- 19. Esto es un efecto global de las cuarentenas, y la pobreza está teniendo un doloroso repunte, especialmente en América Latina. Quienes no pueden teletrabajar -y que no son parte de la nueva élite, los llamados “zoomers”- están en riesgo de pasar la cuarentena con hambre.

La urgencia y el dramatismo de la situación hicieron que el Presidente Piñera anunciara el domingo pasado que el gobierno repartiría 2,5 millones de cajas de alimentos. Chile, al igual que 181 países que, según el Economist, estaría entonces brindando ayuda directa a los más afectados, sea en dinero o en alimentos. La medida presidencial era necesaria y más que urgente.

Lo incomprensible es que se haya anunciado sin tener claro ni cómo ni a quiénes ni, lo más importante, cuándo.

Al no tener claras estas respuestas, muchas personas, como Ana, se desesperaron aún más y se agolparon en muchos municipios para retirarlas. Pobladores de El Bosque, el mismo lunes, protestaron en las calles, y la situación alerta sobre la posibilidad de replicarse en otras comunas, pues sabemos que el estallido social está ahí, hibernando mientras dure la pandemia.

“Estamos sentados en una bomba de tiempo”, alertó el economista Dante Contreras. La secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, coincide en los altos riesgos para Chile: “Lo que más nos preocupa es que pueda haber más enojo social del que había antes de la pandemia”, aseguró.

La gravedad de la situación implica que no hay margen para errores de la autoridad, menos aún los autoinfligidos. ¿No hay nadie que le diga al Presidente que no haga anuncios antes de tiempo? ¿Que lo alerte, con lealtad bien entendida, del error que va a cometer? ¿No hubo visión, o coraje, de sus equipos o asesores?

El llamado Segundo Piso de La Moneda ha jugado su papel desde el retorno a la democracia. Pero ahora, en esta hora crucial, aparentemente no pareciera estar dándole al Presidente tres insumos básicos: espíritu reflexivo, mirada de largo plazo y, lo más importante, advertirle al Presidente cuando está al borde de cometer un error, como fue el anuncio anticipado de una canasta que aún no estaba lista. Alguien debe decirle la verdad cruda, y es difícil saber quién o quiénes están haciendo ese papel hoy.

En el caso de estas canastas, no solo habría que haber pensado antes cómo se conformarán y distribuirán (al cierre de esta edición varios miles ya habían empezado a llegar a las casas) y en qué plazos concretos, sino también haber analizado otras opciones, como vouchers o algún instrumento similar, para que cada cual compre lo que requiere, pues no todos tienen las mismas necesidades. Además, eso habría simplificado una logística tan compleja. Y soluciona otro de los problemas de estas “cajas”, que es el paternalismo (reflejado a la perfección en quienes repartieron cajas con sus fotos, para “marketearse”). El nuevo trato que los chilenos y chilenas demandan requiere pensar -en el futuro- en otros mecanismos que no sean vistos como un gesto caritativo, sino como una ayuda estatal necesaria y justa. Un ejemplo a analizar podría ser el SNAP (Supplemental Nutrition Assistance Program), más conocido como cupones de comida, el programa de Estados Unidos que ayuda a millones de americanos a poner comida en su mesa, y que por el Covid ha aumentado su cobertura y algunos estados han habilitado la posibilidad de usarlos para las compras on line. También hay ejemplos incipientes en Chile: la Fundación Recrea ha repartido libretas -en vez de cajas- a los pobladores de campamentos de Antofagasta para que compren sus alimentos en los almacenes de barrio, pymes o minipymes, muy importantes de apoyar ahora, y tan vulnerables como sus usuarios. En fin, hay mucho que pensar y proyectar, pues este es el comienzo de una de las caras más crueles de la pandemia.

Y, justamente, esta semana la palabra “hambre” se proyectó en medio de la noche santiaguina. Sus gestores, el colectivo Delight Lab, fueron amenazados. Un grupo incluso usó un foco para anularlos.

Una acción tan violenta y reveladora, como inútil. Es imposible tapar con un haz de luz aquello que ya está emergiendo en nuestra ciudad cuarentenada.

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