Columna de Paula Escobar: El estallido frente al espejo del virus



Un joven chileno volvió de Australia en marzo, días después se hizo el examen en una clínica privada y, sin esperar los resultados, tomó un avión a Temuco. Cuando supo que tenía el virus ya había puesto en riesgo a los pasajeros y quién sabe a quiénes más, pues guardó silencio frente a las preguntas de la PDI.

Días después, y en medio de la escasez y sobrecarga de trabajo de médicos y enfermeras, alumnos de Medicina de séptimo año de la UC anunciaron un paro -que después depusieron- si no se cumplían ciertas condiciones de seguridad para que ellos pudieran continuar sus prácticas.En el sector oriente de Santiago, donde se concentran los contagios, algunas personas en cuarentena obligada por proximidad a contagiados desobedecieron la instrucción del Ministerio de Salud y salieron a la calle.

Estas conductas, no masivas, pero sí elocuentes, han sido conocidas y severamente juzgadas esta semana.

Pero no son extrañas. Muy por el contrario, tanto el joven silencioso, los relajados vecinos del sector oriente y los futuros doctores en paro son ejemplos de comportamientos muy arraigados en nuestro país, donde el individualismo ha sido motor y ley, lo que, por lo demás, está en la base de los reclamos más profundos tras el estallido social del 18/O.

¿Qué cambios ha traído el coronavirus, que de un plumazo están quedando a la vista fragilidades sociales y éticas de las sociedades actuales, que antes pasaban inadvertidas?

Simplemente, que la consecuencia de aquellos actos ahora tiene cara, nombre y apellido.

Se revela, como un espejo reluciente y angustiante, quién pierde cuando alguien piensa solo en sí mismo, sin considerar al resto. Como dijo una sólida Angela Merkel, esto afectará a tu abuelo, a tu pareja, a tu vecina.

Es un hecho que para sobrevivir a esta pandemia el planeta entero debe reformular su manera de operar. Pese a la certeza previa de que los desafíos del presente y futuro requerían enorme cooperación entre los países -el medioambiente, la disrupción tecnológica o el terrorismo-, todo seguía igual, con liderazgos populistas e irresponsables exacerbando sentimientos nacionalistas por sobre el bien común planetario.Eso, hasta que un virus extraño mostró lo que huracanes, olas de calor y estallidos en las calles no habían terminado de revelar. No solo que un futuro compartido sea mejor que uno en soledad. Es que no hay futuro si no es compartido.Un mundo estable es algo raro, dice Richard Haas, presidente del Council of Foreign Relations. Y afirma que tiende a surgir después de una gran convulsión que crea, a la vez, las condiciones y el deseo de algo nuevo. Pero para que emerja, lo primero es el reconocimiento de que el orden antiguo no volverá y que los esfuerzos por resucitarlo serán en vano.

Si aceptamos eso, puede que el trágico virus obligue a mitigar la falta de sentido comunitario que aqueja al planeta. Dependiendo de las decisiones que se tomen estos días y meses, puede ser el partero de un mejor sistema global y local, que salga fortalecido para enfrentar los urgentes retos pendientes.Chile será acaso uno de los países donde la gestación de un nuevo pacto social será más intensa y ojalá fructífera, pues llevamos meses viviendo fuera de cualquier normalidad, en la incertidumbre, entre el miedo y la esperanza. Estamos discutiendo -a pesar de todo- cómo darnos una nueva Constitución y, aunque con dificultad, signos de unidad comienzan a emerger.Globalmente, esto implicará cambios complejos, revisar los privilegios de quienes son los más beneficiados, para aliviar las angustias y fragilidades que sufren quienes no lo son. Y cuando pase la tormenta, los líderes y las instituciones deben recordarnos a todos -no solo al joven silencioso o a quienes en el sector oriente boicotearon la cuarentena- que las acciones de cada uno afectan de manera dramática al resto.

Y es que no hay mayor fragilidad que vivir encerrados, aislados y omnipotentes, sin saberlo.

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