Diario de un retorno

Esta semana, casi tres mil colegios en el país retomaron la enseñanza presencial. Aunque no todos los alumnos volvieron a la sala.¿Cómo viven este regreso los alumnos que retornan a clases? ¿Cómo lo sienten quienes siguen en casa? Dos amigas del Liceo García Lorca, de Renca, dan algunas respuestas.


La mañana del 1 de marzo empezó igual que todas las otras mañanas que Pascal Méndez (10) había tenido durante 2020. Se levantó a las 8.00, como siempre lo hace, sin que nadie la despierte. Y después de ducharse y tomar desayuno, esperó a conectarse a sus clases online. Salvo que esta vez la espera sería más larga: a diferencia del año pasado, que se hacían durante las mañanas, ahora empezarían a las tres de la tarde.

Pascal sabía por qué: su colegio, el Federico García Lorca, de Renca -donde pasaba a quinto básico este año- abría sus puertas ese lunes para recibir a los alumnos de manera presencial. Sabía, también, que su mejor amiga podría estar ahí. Con Paz Ramírez (11) se conocen desde tercero básico, cuando Pascal entró como alumna nueva en el curso: “Nos dimos cuenta de que teníamos cualidades súper parecidas: la misma edad, nos encanta bailar. Su cantante favorito es J Balvin, el mío Karol G, y las dos empezamos con P”, explica la niña. Aunque esas cualidades, quizás, ahora habían cambiado: desde el viernes 13 de marzo del año pasado que no se veían.

Por eso, Paz Ramírez esa mañana despertó ansiosa: pensó que Pascal podría estar ahí. Se levantó a la misma hora que ella. Se vistió rápido con buzo y un delantal blanco, y partió con su abuela y su hermano menor, de seis años, caminando al colegio.

Cuando llegó, entendió que las cosas eran diferentes: en su sala nueva ya no estaban los 43 puestos que había antes. Ahora, solo eran 16 mesas individuales, separadas con un metro de distancia, y cada una con un muro acrílico transparente para evitar cualquier contagio. No estaba, tampoco, su curso completo: en total eran siete compañeros, más su nueva profesora jefa. Ramírez notó algo más: Pascal Méndez tampoco estaba ahí.

Los costos del encierro

Los días de ambas alumnas eran parecidos cuando estaban en tercero básico, y lo fueron también en las primeras semanas de cuarto. Pascal Méndez siempre era la primera en llegar a la sala. Mientras esperaba al resto del curso, dibujaba a su amiga disfrazada de su personaje favorito de los DC comics: Harley Quinn, y a su hermano menor, Leandro, de “Baby Joker”. En clases de Historia, se sentaban juntas y jugaban a hacer carrera por quién copiaba más rápido la presentación de Power Point en el cuaderno. Y en los recreos imaginaban ser “Lisa y Lena”: dos gemelas influencers alemanas, que con 15 millones de seguidores en Instagram se graban haciendo coreografías a diario.

Nada de eso pudieron seguir haciendo Paz y Pascal con la llegada del Covid. Y aunque no se acuerdan bien del último día en que se vieron, Méndez sí recuerda lo último que conversaron en persona: “Dijimos que si el coronavirus llegaba aquí a Chile, estábamos fritas, porque no nos podríamos ver. Dedujimos que íbamos a estar como 14 años así, aunque todavía no pasara. Ya habíamos visto qué pasaba con las clases en los otros países, así que nos empezamos a despedir antes de tiempo”.

A partir de ahí, sus días comenzaron a ser distintos. En la casa de Pascal Méndez, por ejemplo, tanto su papá, que es ejecutivo de negocios, como su mamá -que trabaja como secretaria vespertina en la Universidad Católica Silva Henríquez-quedaron con teletrabajo. Sus dos hermanos grandes también. Eso los ayudó a estar más unidos. “Había momentos en que nos juntábamos los cinco en una mesa para contarnos cómo nos estaba yendo, qué habíamos hecho en el día y qué nos faltaba”, recuerda Pía Godoy, mamá de Pascal.

Aunque en lo económico tuvieron algunas bajas: a ambos padres les bajaron el sueldo. Sin embargo, no fue dramático. Pese a que no calificaban para el IFE, pudieron vivir tranquilos con unos ahorros que tenían.

Paz Ramírez, en cambio, vivió una experiencia distinta. En abril despidieron a Janira Vallejos (27), su mamá, que trabajaba como guardia de seguridad en el aeropuerto. Mientras buscaba otro trabajo, tuvo que llevarlos a ella y a su hermano menor, Leandro, a vivir durante dos meses donde su abuelo. “Quise dejarlos ahí para que no les faltara nada. Aunque se me hicieron eternos esos meses, todos los días iba a saludarlos a través de un ventanal. Con mi mamá íbamos a la feria y si había algo que vender, lo vendíamos”, cuenta Vallejos.

Con el paso del tiempo, notó que su hija se daba cuenta de lo que pasaba. Sabía que su mamá estaba complicada. “La Paz se preocupa de cosas de grandes, se urge mucho por las cosas de la casa, por su hermano menor. Siempre trato de decirle que sea más relajada, más niña”, dice.

Eso no es raro a su edad. El problema es que le tocó vivirlo en medio de una pandemia. Amanda Céspedes, una neuropsiquiatra infantil, especialista en neurociencias aplicadas a la educación, lo explica así: “Los niños que cursan quinto y sexto básico se encuentran en un momento muy delicado del desarrollo cerebral. El tono emocional de un niño de 10-11 años es de duelo, de pérdida, y en las niñas se agrega el impacto de cambios hormonales que desestabilizan el temperamento. A esta edad ocurre también un incremento de la ansiedad. A los 10 años presienten que se aproximan grandes desafíos sociales y comienzan a despedirse de la niñez”. Ese sentimiento, explica ella, los acongoja y la ansiedad los lleva a estar más alertas. “A nivel psicológico perciben con mayor angustia las amenazas reales, como la inseguridad frente a la delincuencia; están muy sensibles a las disputas intrafamiliares, especialmente entre papá y mamá, a las crisis económicas, etc.”.

Por eso que, justo a esa edad, el juego y la sociabilización, según explica Céspedes, son un recurso sanador para aliviar esa angustia. Algo que ni Pascal ni Paz pudieron tener a mano el 2020. “El juego es todavía una fuerza interna muy potente, y un recurso de salud mental e integral extraordinariamente poderoso. Diría que el haber estado privados de compartir ha sido equivalente a privarlos de un “fármaco natural” que los alivia y les hace recuperar la alegría. Los chicos y chicas de 5° básico estuvieron especialmente nostálgicos, muy silenciosos, encerrados en sus piezas y con enormes dificultades para seguir el ritmo de las clases virtuales”.

Quizás por eso, en octubre, Janira Vallejos empezó a notar algunos cambios en su hija: “La vi más seria, muy grande, muy amargada, se enojaba por cualquier cosa”.

A Pascal Méndez también le pasó. Pero a diferencia de su amiga, a ella sí le costó conectarse a las clases. Su profesora jefa, Fernanda López, se dio cuenta. Incluso, lo conversó con Pía Godoy, para ver qué se podía hacer: “La notamos decaída, no quería conectarse, trabajaba conmigo de forma sincrónica, y ahí yo trataba de hablarle para subirle el ánimo: que esto iba a pasar, que se conectara para compartir con sus compañeros. Porque todos interactuaban entre ellos en el grupo de WhatsApp por donde hacíamos las clases”, cuenta López.

Paz Ramírez (11) y Pascal Méndez (10) se reunieron a la salida del colegio el día miércoles.

Recuperar lo perdido

Pese a los enredos con el Colegio de Profesores y la polémica que se produjo en febrero sobre el retorno a clases, el Mineduc venía anunciando desde noviembre que las clases presenciales serían efectivas a partir del 1 de marzo en comunas que no se encontraran con cuarentena. Esta semana, fueron 3.998 establecimientos los que abrieron sus puertas, un porcentaje equivalente al 37% de los que están habilitados para abrir. El Colegio Federico García Lorca, en Renca, fue uno de ellos: el 23 de febrero ya había enviado una comunicación a todos los apoderados anunciando su reapertura, pero también la nueva modalidad online para quienes quisieran dejar a sus hijos en la casa.

Ese día, tanto Janira Vallejos como Pía Godoy tenían que tomar una decisión. Vallejos ya había encontrado un trabajo en octubre, como guardia de seguridad en un laboratorio de Quilicura. Como su trabajo era presencial, dejar a Paz y a Leandro en la casa le complicaba. Sobre todo porque las clases online la agotaron: pese a que en un principio pensaba que era lo mejor para evitar contagios, tener a sus hijos todo el día encerrados los ponía distintos. Y con el menor, aprender y lograr que se concentrara se hacía aún más difícil. Por eso, no lo pensó dos veces cuando recibió la noticia.

Pía Godoy y su esposo, en cambio, no creían que era una buena idea. De alguna manera se lograron acomodar a esta modalidad, e incluso Godoy la disfrutó: le daba más tiempo para estar con sus hijos, especialmente con Pascal. “Me cuesta pensar en mi retorno a trabajar. Porque estamos súper apegadas. Me cuesta esa cosa de irme y saber que andan solos”. Eso, sumado al miedo de que puedan contagiarse los hizo pensar que la mejor opción era que, al menos durante este semestre, se queden los tres hijos en la casa.

En el Mineduc entienden esta aprensión: “Por supuesto que el cuidado se hace extremo cuando se trata de los niños y niñas, por eso hemos dado flexibilidad a las familias para que el retorno a las clases presenciales sea voluntario, cuando ellos se sientan seguros”, dice el ministro Raúl Figueroa.

Pascal Méndez, al principio, no la entendió. Quería reencontrarse con Paz Ramírez, contarle cómo había sido su cuarentena y hacer los bailes de Tik Tok de Lisa y Lena. “Estaba desesperada la Pascal: le preguntaba a mi esposo, varias veces, si es que podía ir al colegio. La cara de él lo decía todo. Pero es por prevenir, por cuidar, nosotros queremos lo mejor para ellos”, comenta Pía Godoy.

La tarde del 1 de marzo, lo primero que hizo Paz Ramírez al llegar a su casa fue llamar a su amiga por video: “Me dijo que no iba a volver este semestre, ahí me puse triste, porque yo quería verla. Pero de ahí mi hermano nos empezó a molestar y la Pascal le dijo, “pero Leandro!”, y nos reímos. Ella siempre me hace reír. Le mandé las tareas que hicimos y nos pusimos a hacer tik toks”.

Ese día, a ambas les pidieron hacer un diario de las emociones. Algo que les viene bien después de la cuarentena, para retomar la normalidad, pero sin olvidar lo vivido. Para Amanda Céspedes, “este regreso a clases presenciales va a ser un verdadero laboratorio de comportamiento humano, que los docentes y los psicólogos escolares deberán aprender a observar sin intervenir en exceso”. Pero, asegura, será transitorio. Aunque el Mineduc está consciente de ese impacto psicológico: “El tener una menor cantidad de oportunidades para socializar con sus pares tiene por consecuencia menos oportunidades para desarrollar habilidades de trabajo en equipo, compañerismo, empatía, entre otras, lo cual es crucial debido a la etapa de desarrollo en la que se encuentran”, asegura el ministro Figueroa. Por eso, adicionalmente, elaboraron una serie de recursos de apoyo en el aprendizaje y contención socioemocional, que enviaron a todos los establecimientos educativos, para que se puedan restablecer las relaciones positivas.

Pero la neuropsiquiatra Amanda Céspedes advierte algo: “El sano deseo de recuperar el tiempo perdido puede implicar que los niños estén más intensos en la búsqueda de interacciones”.

Algo así pasó el miércoles, cuando Pascal Méndez llegó hasta el portón de su colegio justo al horario de salida de los alumnos, a saludar a su amiga Paz Ramírez: pese a todas las advertencias de que el saludo fuera de lejos o con el codo, ambas titubearon al principio, y no aguantaron darse el abrazo. Eso, más que cualquier baile de Tik Tok, era lo que realmente necesitaban luego de un año sin verse.

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