Dino Bozzi: “Los fenómenos urbanos tienen una inercia muy grande”

"Puede que en 40 años más veamos un Santiago que se ande a pie, en bicicleta, y digamos, 'mira, esto tiene su origen en una pandemia de 2020 y en el calentamiento global'", dice Dino Bozzi. Foto: Patricio Fuentes.

El académico de la UC, consultor patrimonial y arquitecto “de oficina”, examina las huellas de la pandemia en la ciudad y conjetura lo que puede venir.


Se dice de los historiadores que no son futurólogos, pero que pueden iluminar la comprensión del presente -y hasta alimentar la imaginación respecto del futuro- a través del conocimiento de lo que ha habido de nuevo, o de distintivo, en situaciones análogas del pasado. De arquitectos y urbanistas, en tanto, hay quien espera un arte de la adivinación, aunque lo mejor que estos pueden hacer, al decir de Dino Bozzi, es proyectar: diseñar proyectos que no dirán necesariamente cómo viene el futuro, pero que al menos son una expresión de deseos, cuando no una apuesta de futuro.

Profesor de pre y posgrado en la Escuela de Arquitectura de la UC, fundador de Bozzi Arquitectos y consultor patrimonial, Bozzi recuerda que los primeros urbanistas fueron médicos antes que arquitectos y que la ciudad, como ente planificado, nació de lo militar y de lo sanitario. Instalado en la azotea de su casa, situada en una breve y más bien estrecha calle que va del Parque Bustamente a Vicuña Mackenna, reflexiona sobre el influjo que la gripe española de hace un siglo tuvo en el propio espacio que habita, una edificación diseñada en los 40 por su colega Viterbo Castro Martel:

“Frente a episodios como la gripe española hubo reacciones como esta arquitectura, como este barrio, en que vemos tantas azoteas, vemos jardines en la casa de al lado muy distintos los que había 50 años antes. La arquitectura moderna tiene entre sus corrientes la ciudad jardín, que es el modelo de ciudad de Providencia, Ñuñoa, buena parte de Conchalí, sectores de Independencia, de Recoleta, de Maipú. Esa ciudad es producto de una reflexión sanitaria. Las primeras habitaciones obreras tienen un pequeño patio. El jardín con el que sueña toda familia de clase media chilena tiene un origen agrario, nuestra memoria del campo, pero tiene un origen sanitario muy potente”.

La propia azotea desde la que Bozzi dice lo que dice, eso sí, es un ejemplo de un rasgo sanitario más bien frustrado -la idea misma de la azotea habitable, aireada-, pues hoy las azoteas cumplen otras funciones. Así las cosas, “puede que en 40 años más veamos un Santiago que se ande a pie, en bicicleta, y digamos, " mira, esto tiene su origen en una pandemia de 2020 y en el calentamiento global”.

Pensando en el futuro de la ciudad, ¿qué le ha llamado la atención de la pandemia?

Me ha llamado la atención la relevancia del espacio privado respecto del espacio público: la obligación de quedarte en la casa, cuando la vida se hace fuera de la casa. Traíamos un discurso muy potente respecto del espacio público: Santiago requiere más plazas, avenidas, parques; tenemos que potenciar los parques nacionales, etc. Y de repente… ¡pum! La vivienda, tu metro cuadrado, esos pequeños cubículos que tenemos ahí (indica en dirección de unos edificios de departamentos en calle Santa Isabel) pasaron a ser súper relevantes. En una sociedad donde el gran logro es tener la casa propia, uno pensaría que la “unidad casa” es súper importante. Pero parecía que no, o al menos el discurso estaba centrado en otros lados: cuando hablábamos de derecho a vivienda, normalmente hablamos del derecho a barrios de una cierta calidad, y no tanto del artefacto vivienda. Eso pasó a ser súper importante.

GUETO VERTICAL
"En una sociedad donde el gran logro es tener la casa propia, uno pensaría que la 'unidad casa' es súper importante", dice Dino Bozzi. Pero, aclara, "cuando hablamos de derecho a vivienda, normalmente hablamos del derecho a barrios de una cierta calidad, y no tanto del artefacto vivienda. Eso pasó a ser súper importante".

Ahora, buena parte de la sociedad ha estado en reuniones por Zoom o Skype. Y empieza a haber esta suerte de invasión de la casa del otro: empiezas a conocer las casas de gente con la que trabajas. Algunos tienen una casa enorme y hay gente como una estudiante extranjera de la universidad, que fue la única que se quedó en su pensión y se cambiaba cada día de pieza en pieza. Ese juego entre lo público y lo privado es muy potente y, seguramente, va a cambiar ciertas lógicas. Está muy presente la inequidad que uno ve en esta invasión del espacio privado a través de las cámaras.

Esa invasión de lo privado permite acceder al bienestar o al privilegio de otros, como pasó en shows de TV: “Mira esta gente, mira cómo viven”…

Totalmente. Providencia fue de las primeras comunas de Santiago en irse a cuarentena, y cuando nos la quitaron y una serie de comunas del sector sur entraron en cuarentena, le di un consejo a una tesista, ya que estuve en cuarentena: “Aprovecha de salir todo lo que puedas. Sal a pasear, porque realmente es duro estar encerrado en la casa. Y ella me dice, “¿Sabe, profe? Acá no hay dónde salir a pasear”. Ella es una persona cercana, nos conocemos hace mucho rato y yo, que se supone soy un experto en el tema, no había tomado conciencia de las distintas condiciones en que ella y yo estábamos preparados para esta situación. Cuando dije, “sal a pasear”, pensaba en que tengo el Parque Bustamante a media cuadra, pero ella no tiene dónde salir. Esa inequidad se ha hecho súper visible.

Ahora, los fenómenos urbanos tienen una inercia muy grande: una resistencia al cambio y una demora en el cambio que es muy fuerte, y también una dificultad muy fuerte para detener procesos en curso. La ciudad no cambia de un día para otro. Más encima, esta pandemia ha tenido escasos efectos demográficos. Ha tenido unos efectos económicos muy fuertes, pero no demográficos, comparado con las pestes de antaño, y esto no va a cambiar significativamente la curva de crecimiento de la población ni nada parecido. Eso hay que dejarlo por sentado para pensar lo que viene.

¿Cómo ayudan los episodios pasados a imaginar el futuro? ¿Cómo puede ayudar lo que pasó con la gripe española?

Es muy difícil distinguir, por ejemplo, qué elementos de la gripe española vemos en esta azotea [la de su casa], proyectada por un arquitecto para quien la salud era fundamental. Pero la azotea, ¿viene de su experiencia en la arquitectura sanitaria o de un proceso cultural, estético, urbano y arquitectónico que existía desde mediados del siglo XIX y que se concreta en esta arquitectura moderna? ¿Cómo separas la influencia de Le Corbusier, y el eventual influjo que tuvo en él la gripe española, de la creatividad de don Viterbo o de la propia pandemia?

¿Cómo ve las cosas para adelante?

Seguramente, va a ser difícil distinguir algunos fenómenos que han estado marcando nuestras ciudades, aunque el más relevante de los que nos afectan es el cambio climático. Y hay fenómenos que van a afectarlas, que se hicieron visibles hoy, pero que ya existían: la posibilidad del teletrabajo, la desarticulación del espacio público como lo conocíamos. ¿Pero eso es producto del virus o de que nos podemos conectar por Zoom? Probablemente, es más culpa del Zoom. La ciudad del futuro será muy probablemente una ciudad con un espacio público repensado, con un espacio privado revalorizado, porque ya estuvimos encerrados y porque este puede, también, transformarse en un espacio de producción que hasta ahora no considerábamos así.

Reflexiones divergentes

El académico propone dos reflexiones divergentes. Una está tomada de su colega Francisco Vergara, quien se ha puesto a repensar todo lo que proyecta: “Dice que antes ponían el living en la zona iluminada de la casa, porque es el lugar en el que te encuentras con los amigos y qué sé yo, pero que ahora se da cuenta de que para la juventud, independiente de que haya cuarentena, se necesita un espacio penumbra, porque vivimos en la pantalla. Pero eso es un requerimiento desde hace rato. Uno anda con el celular, con el computador, desde no sé cuándo. Es transversal a la sociedad entera un espacio que te dé las condiciones ambientales para hacer la vida en ese espacio público virtual”.

Por otro lado, agrega, la actual desarticulación del espacio público va a tener una inercia: “Es posible que el día que nos digan que estamos libres de esto, salgamos a encontrarnos en la calle y nos demos un abrazo, pero lo otro es que estemos muy desconfiados por un tiempo, y sigamos dándonos el codo”.

¿Cómo se traduce eso en la ciudad, pensando en lo mediato y en lo inmediato? No hay respuestas definitivas, pero sí material para proyectar: “Llevar la cuarentena es muy difícil cuando vives en un pequeño cubículo, y es difícil que desde la vivienda misma logremos solucionarlo. La vivienda debiera ser mejor, debiera incluir un balcón, por pequeño que sea; un pequeño jardín, como mínimo. Pero creo que en términos proyectuales, de lo que deseamos para la ciudad, va a tener más relevancia el espacio comunitario, el espacio colectivo.

Y no apunta Bozzi con esto último al gran espacio público, tipo cerro San Cristóbal, sino “a la plaza cerca de tu casa, el patio compartido con tus vecinos, la calle, el parque comunal, de modo de poder gozar de esas virtudes de la ciudad en una escala menor y no en esta lógica de ‘vamos todos’ al Cerro San Cristóbal o al Parque O’Higgins, porque eso nos obliga a apiñarnos en la locomoción, tal vez a taquear la ciudad subidos en un auto”. Y esa es la tercera cuestión relevante, remata: “Cómo esto debiera, a la larga, afectar la movilidad. Habemos quienes soñamos con una ciudad en la que todo el mundo ande en bicicleta, pero sabemos que hay mucha gente que no lo puede vivir: tu mamá, mi papá, no se van a mover en bicicleta.

O la gente que tiene que desplazarse de un extremo al otro de la ciudad...

Ir de Maipú a trabajar a La Dehesa es imposible. Pero si la mayoría de los viajes, que son viajes locales, se hacen en medios más amigables –a pie, en bicicleta- vas a descargar las grandes vías y los grandes medios de locomoción para quienes viven más lejos. Si haces que los niños y los jóvenes tengan la educación más cerca, se van a poder desplazar de un modo más amable por la ciudad, que presione menos los medios de transporte que requieren los adultos mayores y que requerimos los que vamos envejeciendo. Así vas haciendo una ciudad más aliviada.

¿Cómo incide la pandemia en esas reflexiones?

Las hace evidentes. El otro día salió una nota en El Mercurio sobre el aumento de los viajes en bicicleta en Santiago. Es enorme: la bicicleta ha explotado. Antes de esto, los críticos de la bicicleta decían que es un medio de transporte elitista, que es de hipsters. De gente que, como yo, vive casi en el centro, al lado de un parque, que hace clases en una universidad que le queda cerca y que tiene lucas para tener la oficina debajo de su casa: que sólo él puede andar en bicicleta. Pero eso es mentira. La gente con la fortuna que yo tengo somos muy pocos, y resulta que el aumento del viaje en bicicleta ha sido importante. Ha habido un grupo no menor de gente que ha comprado auto para no ir y venir en el transporte público, pero también hay un porcentaje muy alto que no tiene la capacidad o la intención de comprar auto: han cambiado los viajes habituales por viajes en otros horarios, los han cambiado por moverse a pie, por andar en bicicleta. Esta cuestión te está gritando en la cara que hay inequidad. También te está avisando, “oye, te puedes mover en bicicleta”. En Rancagua han peatonalizado prácticamente todo el centro. Han construido rápidamente ciclovías para que la gente se desplace en una ciudad donde no sobra la plata para andar en Uber.

Foto: Municipalidad de Rancagua

La peatonalización del centro de Santiago se adoptó hace más de 40 años para recuperar el sector. ¿Qué nuevo capítulo pueden tener ahora las peatonalizaciones?

Yo creo que el nuevo capítulo tiene que ver con lo que pasa con las tecnologías de información: nos hemos visto obligados a ponerlas en práctica. Hay que insistir en que la pandemia no genera muchos fenómenos nuevos, sino que revela fenómenos ya existían, como el teletrabajo. ¿Qué es la peatonalización, al final? Es no obligar a un montón de gente que ya andaba a pie por la calle a circular por una veredita de metro y medio. Es decir, regalémosle la mitad de la calle, cosa que se está haciendo en Providencia: entre Costanera y Providencia, Pedro de Valdivia está cerrada en las noches y los fines de semana. Y no hay problema para el movimiento de micros ni para el movimiento de autos. En el centro de Santiago es más o menos lo mismo. O sea, regálale la calle a la gente. Va a estar más distanciada, pero eso revitaliza la ciudad, la hace una ciudad más sana; una ciudad con una “sana distancia”, como dicen los mexicanos.

Yo creo que la gran pregunta es: estos fenómenos que son inmediatos a la pandemia, ¿se van a mantener? ¿Logran generar pregnancia, una inercia de aquí en adelante, o son simplemente pasajeros, como lo de irse a vivir al campo porque “la ciudad está muerta”? Yo creo que no es ni lo uno ni lo otro. Habrá personas que por decisión propia, por obligación o porque tienen la oportunidad, quizá, se suburbanicen en esta pasada. Hay por ahí colegas entusiasmados con que el centro no tiene futuro, por la densidad, porque la gente quiere comprar parcelas… pero una flor no hace primavera. Además, todo esto va a tener que pasar por un “control de calidad” que tiene que ver con los fenómenos de largo plazo, donde uno fundamental es el cambio climático.

Pero vivir en territorio suburbano es un atentado contra el clima: por el transporte, la huella de carbono, porque vas a ocupar tierras cultivables, porque vas a consumir agua en jardines, porque vas a tener piscina. Te guste o no, eso no tiene mucho futuro. Es como el auto: al auto le quedan años. Ahora, ¿es la bicicleta la solución? Probablemente, no, y una vez terminada la amenaza sanitaria, la cuestión está más bien en un muy buen transporte público.

Los historiadores de la salud constatan que los chilenos olvidan rápidamente las pellejerías asociadas a las epidemias. Pero en la ciudad quedan huellas…

Creo que somos intrínsecamente positivos y optimistas. Quizá hace dos años yo te habría explicado: la azotea existe porque es posible impermeabilizar un techo plano. Eso es optimismo puro. Los edificios despejan el primer piso para que pasen las muchedumbres de la nueva democracia porque el hormigón armado te lo permite; Chillán se destruye completo con el terremoto de 1939, quedan diecisiete edificios en pie, y resulta que es la ciudad de arquitectura moderna de Chile: es una ciudad de calidad urbana y arquitectónica increíble, pero que se origina en la muerte de un montón de gente. Porque la ciudad es un fenómeno optimista per se.

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