El último habano de Diego en Chile

Con un sobrepeso claro, el astro argentino llegó a Chile después del primer golpe de salud que casi le cuesta la vida.

En 2008, Maradona escaló con su showbol desde Viña del Mar a Antofagasta. Exhibió su magia, dominó una mandarina para el deleite del público. Mezcló las bromas y el humo, en el camarín y las cenas amistosas.


Fue después de la primera vez que se escuchó el rumor sobre su muerte. Era la época en que el Diego comenzaba a resentirse de los excesos de Maradona. Envuelto desde marzo de 2007 en un vaivén entre las clínicas y la casa, con terapia psiquiátrica para combatir el alcoholismo incluida, el astro argentino necesitaba darle una tregua al cuerpo. Y la pelota, su eterno talismán, lo guió por ese camino. Así comenzó a gestarse la última visita del crack a Chile.

Alejandro Mancuso, uno de sus fieles colaboradores, venía trabajando en un negocio pintado para él: el showbol. La nueva modalidad de jugar al fútbol, más televisiva y relajada, prometía reunir a las glorias del balompié sudamericano nuevamente en la cancha, en una suerte de tour nostálgico en que el 10 sería el número principal. Diego necesitaba salud y Maradona, de las masas y los aplausos.

Pasaron los meses y mirar al otro lado de Los Andes fue casi un acto reflejo. Aquí, Iván Zamorano venía promoviendo el espectáculo deportivo desde hace un tiempo, por lo que inició los llamados para formar una selección. Y el 11 de noviembre, ante 3.000 personas en el gimnasio del Club Andes Talleres, sucedió ese primer partido amistoso. El resultado fue un empate 7-7, con una remontada argentina al final, comandada por el crack. “Me acuerdo que (Alejandro) Hisis casi lo quiebra. Fue una entrada a destiempo, pero sin intención. Le pedía disculpas a todos”, recuerda Jorge Contreras, uno de los miembros de esa Roja.

En la cena, todo se cerró con carcajadas, elogios y abrazos. Y de inmediato se comenzó a organizar un nuevo amistoso, esta vez al otro lado de la cordillera. Zamorano, junto al empresario Claudio López, programaron dos partidos en suelo nacional. Uno sería en Viña del Mar y el otro en Antofagasta, el 9 y el 13 de febrero, respectivamente, y ambos con el crack argentino como plato principal. Así se gestó el último viaje de Diego Armando Maradona a Chile.

A las 20.30 horas del viernes 8 de febrero, el 10 zurdo por antonomasia aterrizó en Santiago rumbo a Viña del Mar. Un hervidero lleno de periodistas le esperaban fuera de la salida internacional y él, siempre rodeado de guardaespaldas, emprendió el rumbo hacia la Ciudad Jardín, hastiado, sin responder nada. 26 horas más tarde, en el Gimnasio Polideportivo de Viña, lo esperaban más de 2.000 fanáticos para gritar su nombre y ver nuevamente en cancha a la leyenda del fútbol mundial.

El hotel Sheraton lo hospedó. De allí no se movió demasiado, aunque sí se durmió tarde. El sábado lo recibió sin mayores sobresaltos. En Viña del Mar no muchos sabían de su visita, pero los fanáticos que sí -muchos de ellos argentinos que vacacionaban en Chile- se reunieron en el gimnasio de Sausalito para poder observar a la deidad imperfecta, que desde un potrero en Fiorito salió para redefinir el fútbol.

Pero el dios en 2008 era solo un hombre y el partido fue demasiado intenso para él, al punto que debió tomar descanso en varios pasajes. Agitado por el ritmo, y con un notorio sobrepeso, Diego igual se las ingenió para brillar. “Fue una locura. Todo el mundo quería estar cerca de él, pero él siempre se daba el tiempo de saludar a todos”, recuerda Paulo Flores, el popular relator que narró para Chilevisión los dos duelos que vivió el crack en Chile. Muchos asistentes se quedaron afuera, pues el recinto se repletó como nunca antes.

“Lo que hacía Maradona era espectacular. Al entretiempo, le pasaron una mandarina y él la dominó sin problemas, con esa habilidad que él tenía”, agrega Flores. Al final del partido, según cuenta el dueño del Museo de la Camiseta, el astro le entregó esa camiseta con la que jugó. “Nunca hablé con Pedro Carcuro, solo con vos, hijo de puta”, le dijo Diego a Flores, que para entrevistarlo en vivo para Radio Agricultura antes del partido, lo convenció diciéndole que era la radio del reconocido periodista deportivo.

No fue un duelo muy amistoso. Sergio Vargas, que defendía el arco nacional, se retiró muy molesto de la cancha, tras un polémico gol en contra; le lanzó la camiseta al árbitro y se fue. “Imagínate, llegaron muchos tipos muy competitivos, querían solo ganar”, recuerda Hassan Apud, quien fue el reportero de cancha en ambos partidos. Maradona y Zamorano debieron calmar los ánimos, aunque finalmente todo se cerró con abrazos.

El duelo acabó con una victoria dramática por 11-10, con un golazo de Gabriel Mendoza desde la mitad de cancha, que por ese entonces cambió su apodo a Pepsi, en una humorada para matizar la adicción del 10. “Fue algo increíble compartir con él. Tú piensas que es un divo, pero no. Era una persona muy cercana, de esas que se paran a saludarte de beso y abrazo”, recuerda el Coca.

Por Chile marcaron Zamorano (5), Miguel Ramírez, Fabián Estay, Rodrigo Barrera, Miguel Ponce, Rodrigo Goldberg y Mendoza; en Argentina, José Flores (2), Matías Almeyda (2), Alejandro Mancuso (3), Gabriel Amato (2) y Fernando Cáceres.

Se veía cómo Maradona disfrutaba de la cancha. Piruetas, rabonas y regates dejó su estadía en el gramado sintético, aunque ningún gol. Al terminar el partido, se le pegó a Zamorano, abrazándolo y agradeciéndole y junto a todos se fue al camarín. Allí, encendió un habano e inició la camaradería, que continuó luego en la sobremesa del hotel. “Mancuso era como su mozo, Maradona le chispeaba los dedos y él hacía lo que le pedía”, recuerda Flores. Siempre se le trató como se le trataba a Maradona.

Encerrado entre su círculo de hierro, como era su vida, rodeado de gigantes guardaespaldas que custodiaban cada uno de sus pasos, el astro argentino pasó el fin de semana en Viña del Mar, para el lunes volver a Santiago. El martes, ambos equipos se trasladaron a Antofagasta para vivir la revancha. Y allí, el 10 comenzaba a demostrar que el estado físico no le acompañaba como se esperaba. Una conferencia de prensa en el hotel Radisson, en la que recibió aplausos y hasta un libro con la historia de Cobreloa, fueron la previa para ese duelo. Zamorano también estuvo junto a él.

Pero tuvo muy poco de amistoso el duelo en el Estadio Sokol. Ante 7.000 personas, el Pelusa y Bam Bam debieron calmar los ánimos en varias ocasiones, ante la calentura de los jugadores durante el segundo tiempo. Entradas duras y regates tensaron los ánimos en el final, pero todo terminó en abrazos.

Al final, Argentina consiguió empatar a 11 goles. Los tantos chilenos fueron marcados por Iván Zamorano (4), Alejandro Hisis, Fabián Estay (2), Leonel Herrera, Marcelo Vega y Gabriel Mendoza (2). En tanto, las anotaciones argentinas fueron obra de José Flores, Alejandro Mancuso (3), Matías Almeyda (2), Gabriel Amato (4) y Diego Soñora. Ni en Viña del Mar ni en Antofagasta el Diego anotó.

Esa vez, más allá de la cena no hubo más camaradería entre los jugadores. Diego, cansado ya de trepar por Chile, de los periodistas y firmar autógrafos o fotografiarse con algún fanático, viajó a Santiago el jueves para regresar a Buenos Aires, poniendo fin a su última visita, que ni para la Copa América de 2015 se repitió.

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