La historia de la cirugía en 29 operaciones a personas famosas

La clínica Agnew, de Thomas Eakins (1889).

Cirujano gastrointestinal, el holandés Arnold van de Laar se convirtió en algo muy parecido a un superventas tras la aparición, en 2014, de un libro que se interna en las minucias de su profesión desde sus orígenes más remotos y que finalmente aparece en castellano. Hoy, este médico dice que no habría podido operar de la forma en que se hacía hasta el siglo XIX.


Cuando Arnold van de Laar vino a enterarse, más de medio siglo después de ocurridos los hechos, casi se cae de la silla en que estaba leyendo: material innoble y ajeno a todo rol sanitario, fue un pedazo de celofán el que ayudó en 1948 a Albert Einstein a vivir siete años más de los que naturalmente le habrían tocado.

A un colega suyo, Rudolf Nissen, se le ocurrió una solución así de poco ortodoxa, algo que en más de 20 años de trayectoria no ha estado ni remotamente cerca de la experiencia profesional de este cirujano gastrointestinal holandés, según cuenta vía Zoom. Tiempo más tarde haría de esa lectura y de variadas indagaciones la base de un texto breve, eficaz y enjundioso que se constituyó en uno de los 29 capítulos de El arte del bisturí, bestseller anómalo, originalmente publicado en neerlandés (2014) y luego traducido a un montón de idiomas, incluido el castellano, unos meses atrás.

“Combinación fascinante de arte y ciencia médica”, escribió el Sunday Times para describir una historia del acto quirúrgico ejecutado en cuerpos de gente famosa –de Bob Marley a Juan Pablo II, de la emperatriz Sissi a Lenin, el padre de la URSS- que expone sus méritos en capítulos como el mencionado, acerca del aneurisma de Albert Einstein y de cómo fue que llegaron a alojarle un celofán en la aorta abdominal.

“Los pacientes con un diagnóstico improbable o que sobreviven contra todo pronóstico”, escribe Van de Laar, “son la prueba irrefutable de la relatividad de la cirugía”, siendo Einstein uno de ellos. El célebre físico sufría de una afección en la aorta abdominal, aunque sus síntomas parecían indicar una infección en la vesícula biliar.

La aorta es el vaso sanguíneo más grande del cuerpo. Baja en vertical por la cavidad torácica, y la sección que pasa por el abdomen, la aorta abdominal, suele tener dos centímetros de diámetro. Si su pared pierde rigidez, la presión de la sangre la irá inflando como un globo. En el caso de Einstein, que hasta los 69 años no había tenido problemas importantes de salud, su aneurisma de aorta abdominal agudo (AAAA) era del tamaño de un pomelo. Al día de hoy, este problema se opera sin grandes dificultades, pero en 1948 Nissen no podía establecer con claridad el tamaño, la extensión ni la localización del aneurisma. Tampoco tenía un tratamiento que ofrecerle a su paciente.

Así las cosas, en diciembre del año señalado el médico berlinés aplicó una técnica experimental: envolvió el aneurisma con el mismo filme transparente sintético con el que se envolvían los dulces, un polímero de celulosa inventado en 1900. Con lo que sabemos hoy, escribe Van de Laar, los siete años de sobrevida de Einstein en estas condiciones pueden considerarse “un pequeño milagro”.

He acá un caso de tantos, examinado por un cirujano que mira el pasado con los ojos del presente y que se pregunta cómo pueden y han podido sus colegas “realizar este trabajo tan extravagante”.

Hay, eso sí, más interrogantes en su libro: “¿Qué tipo de personas son los cirujanos? ¿Qué demonios lleva a alguien a hacer una incisión en el cuerpo de otra persona, aun cuando esta no pueda sentirlo? ¿Cómo pueden respirar tranquilos mientras el paciente lucha por su vida en el posoperatorio? ¿Cómo se sobreponen a la muerte de un paciente en la mesa de operaciones, aunque esta no se deba a un error suyo? ¿Están locos de remate? ¿Son brillantes o carecen de escrúpulos? ¿Son héroes o son unos engreídos?”.

Estas preguntas “surgen de mi propia experiencia como cirujano y de lo que hablo con mis colegas, porque es algo que realmente afecta a nuestra profesión”, plantea hoy el autor a La Tercera. Y lo que dice se acompaña de una sospecha respecto de quienes van por la vida, como él, con el bisturí por delante: “Debemos padecer una especie de doble personalidad, porque, por un lado, nos gusta operar (es muy gratificante hacerlo y tener la profesión que tenemos), pero, por otro, cuando lo hacemos tenemos que distanciarnos de la persona que está tendida y no podemos hacer las dos cosas a la vez. Me he preguntado si hay otras profesiones en las que tengas que separarte de lo que estás haciendo y de la persona a quien se lo estás haciendo”.

El holandés Arnold van de Laar ejerce desde 2000 como cirujano gastrointestinal. FOTO: Keke Keukela.

Así, cuando se adentró en la historia de la cirugía descubrió que antes de la anestesia, hasta mediados del siglo XIX, “todos esos pacientes estaban despiertos, sentían dolor y lo expresaban. Ahí pensé que nunca sería capaz de hacer esto. Si hubiera nacido hace 200 años, nunca me habría convertido en un cirujano”.

He ahí otra reflexión que dio pie a un volumen nacido de una serie de artículos publicados en una revista holandesa dirigida a sus colegas cirujanos. Cuando se juntaron varios de ellos, propuso a un editor la idea de un libro. Fue cosa de “traducir” al lego el lenguaje especializado y llamar por esta vía la atención del resto del mundo.

Tiempos sangrientos

Objeto en décadas recientes de un revival gracias a la película Todas las mañanas del mundo, donde fue encarnado por Gérard Depardieu, el compositor Marin Marais (1656-1728) fue un músico de la corte de Luis XIV, hoy considerado un nombre estelar del barroco francés. Menos conocido, atendiblemente, es el hecho de que fue una de las tantas personas que a través de los siglos ha sido objeto de una litotomía: de la extracción de cálculos -de piedras- desde el riñón, la vejiga o la vesícula biliar.

Disponible en Spotify está hoy una suite de casi cinco minutos compuesta por Marais tras la experiencia que vivió en 1725: una pieza para viola da gamba, instrumento de cuerda muy común en Europa por entonces, llamada “Tableau de l’opération de la taille”. En ella se describen, a ratos muy lejos del barroco reposado y envolvente, las 14 fases de la operación tal como las vive un paciente: la visión de los instrumentos, el escalofrío, el buen ánimo con el que se dirige a la mesa de operaciones, cuando se sube, cuando se baja de nuevo, las dudas, la decisión de dejarse atar a la mesa, la incisión, la introducción de las pinzas, el forcejeo con la piedra, quedarse casi afónico, la sangre que fluye, el momento en que lo desatan y lo llevan a la cama.

El caso del músico consta más bien a la pasada en el primer capítulo del libro, donde el protagonismo lo tiene del herrero Jan de Doot, compatriota de Van de Laar, a quien no pocos trataron de orate por haberse sacado él mismo un cálculo de vejiga, hacia 1650, provisto nada más que de un cuchillo.

Y si al lector llegan a parecerle algo crudas las minucias de este tipo de intervenciones, que se prepare entonces para un pequeño viaje por la historia de la circuncisión, de Abraham el bíblico hasta Luis XVI, quien años antes de verse guillotinado por la Revolución francesa fue objeto de burlas populares por su presunta impotencia sexual, allí donde la causa de sus males amatorios era nada menos que una fimosis. O bien, que tome nota de lo siguiente: hasta hace 150 años, los cirujanos operaban con batas negras, pues “así se notaba menos que estaban empapadas de sangre y no tenían que lavarlas después de cada intervención”. Algunos de ellos, incluso, “presumían de que sus batas estaban tan rígidas por la sangre que hasta se podían tener en pie”.

Porque, una y otra vez, Van de Laar distingue la cirugía de hoy de la de siglos pasados como quien hablara de dos quehaceres distintos. Para ilustrar el punto el libro ofrece, entre otros, el caso de Victoria (1819-1901), monarca del Reino Unido y emperatriz de la India, quien rigió por más de 63 años y tuvo nueve hijos.

En su época se consideraba que una buena operación era la operación breve: “Velocidad era sinónimo de seguridad. Eso implica incisiones cortas, precisas y profundas; acertar a la primera y atravesar el máximo de tejidos a la vez. Las hemorragias siempre se restañaban al final, ‘a la vuelta’, cosiendo las capas de tejido con hilo, cauterizándolas con hierro ardiente, o simplemente aplicando un vendaje muy apretado”. Era este un método “efectivo, pero no muy seguro”, en el cual no había tiempo para mirar lo que se hacía ni margen para imprevistos, por lo que, hasta el 16 de octubre de 1846 las operaciones eran “rápidas” y “sangrientas”.

Pero algo empezó a cambiar en la fecha señalada, cuando la primera intervención con anestesia general se llevó a cabo en Boston. Siete años más tarde, fue la oportunidad de Victoria. Acaso la persona más poderosa del mundo en esos momentos ya había tenido a sus siete primeros hijos y “no podía soportar el dolor inhumano que acompañaba la experiencia a su juicio ‘animal’ de dar a luz”. Y así fue cómo su cónyuge, el príncipe Alberto, llamó al palacio a un doctor, un tal John Snow: había llegado la hora de probar la anestesia, procedimiento que entonces muchos cirujanos consideraban una pérdida de tiempo y que en Inglaterra era vista como “una patraña yanqui”.

Ignorante de que el propio Snow desconocía los riesgos y los efectos secundarios de lo que iba a hacer, Victoria se entregó el 7 de abril de 1853 a un parto en el que este le administró 15 gotas de cloroformo en un pañuelo con cada contracción. “Su majestad expresó gran alivio”, anotaría más tarde el médico. Y el parto exitoso abriría la puerta a la popularización del uso médico del cloroformo, conocido en Francia como “la anestesia de la reina”.

El libro incluye cirujanos maltratados pese a hacer bien su trabajo y viceversa. También, el caso de Christiaan Barnard y su famoso primer trasplante de corazón (1967) cuyo paciente, sin embargo, murió 18 días después de la operación.

No sobrevivió mucho tiempo, es verdad, aunque sabemos que si haces un trasplante de corazón y el paciente sobrevive durante al menos 30 días es un éxito, y que si se da otra complicación, puede decirse que no fue la operación la que causó el problema.

La historia de la cirugía tiene ensayo y error, pero también arrogancia, ignorancia y autosuficiencia. ¿O esto es exagerar?

No, en absoluto. Puede compararse con el viaje de Colón a América. También era un tipo arrogante: no era muy inteligente, y simplemente lo hizo. Los grandes nombres en la historia de la cirugía querían ser los primeros en hacer una operación importante, y éticamente eso no siempre es tan bueno, porque va en detrimento del paciente. Uno de los mayores inventos de la cirugía es la desinfección de [Joseph] Lister en Glasgow, pero él probó su desinfección por primera vez en un huérfano que se rompió una pierna. Era un niño de 11 o 12 años que no iba a decir, “quiero ser un conejillo de Indias, haz un experimento conmigo”. En la historia de la cirugía eso ocurre mucho: ensayo y error, pero siempre en desmedro de los pacientes. Nunca le preguntan al paciente, nunca le explican.

¿Qué tan previsible es el futuro de la cirugía?

Soy cirujano desde el año 2000 y en estos 23 años he visto desaparecer muchas cirugías, sobre todo debido al tratamiento endovascular (el tratamiento del bypass coronario sin operación, o de los vasos sanguíneos de la pierna sin operación). Hay muchos avances tecnológicos que se están perfeccionando y que pueden hacerse cargo de algunas operaciones importantes. Cuando me formé, hace 25 años, hacíamos el bypass coronario: hacíamos dos o tres al día, y ahora ya no se hace. Asimismo, para el tratamiento de enfermedades intestinales como la enfermedad de Crohn, la medicación actual es tan fantástica que funciona mucho mejor que una operación. Está muy bien poder decirle a un paciente que hace 25 años le habríamos hecho una operación importante, pero que ahora podemos darle medicación o tratamientos diferentes. La cirugía se reduce en dos sentidos: cada vez menos problemas necesitan una operación y, si hacemos una operación, la operación será cada vez más acotada.

¿Van los cirujanos camino al desempleo?

No. En el mundo sólo hay un 10% de todos los pacientes que necesitan operarse y que tienen hoy un cirujano disponible. Hay mucho trabajo y no hay suficientes cirujanos.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.