Las noches más largas del gobierno de Piñera

Realizar el plebiscito -que hoy convoca a más de 14 millones de chilenos para votar Apruebo o Rechazo a una nueva Constitución- fue uno de los últimos puntos acordados entre oficialismo y oposición para intentar encauzar el estallido social. Fue una condición de la UDI para firmar el acuerdo -un intento final de blindaje a la Carta Fundamental vigente- y -en especial- del Frente Amplio que -según reconocía- no podía renunciar a un triunfo electoral que consideran seguro.


El sentimiento era inevitable. Al menos varios no se sacaban de la cabeza la imagen que ya se transmitía profusamente por TV: Evo Morales renunciaba a la Presidencia de Bolivia después de ser acusado de fraude electoral y de que los militares le sugirieran públicamente que debía dimitir. Aunque entre Santiago y La Paz hay 1.900 kilómetros y la crisis boliviana era de naturaleza muy distinta, en el living de la casa del Presidente Sebastián Piñera -ubicada en San Damián, Las Condes- todo por esas horas se sentía demasiado cerca.

Hasta allí había llegado cerca de las 19 horas del domingo 10 de noviembre de 2019 la cúpula del oficialismo: los presidentes de los partidos de Chile Vamos Jacqueline van Rysselberghe (UDI), Mario Desbordes (RN) y Hernán Larraín Matte (Evópoli), y los jefes de bancada respectivos. En la residencia presidencial los esperaba el anfitrión junto a su entonces ministro del Interior, Gonzalo Blumel; la vocera Karla Rubilar y el ministro Segpres, Felipe Ward.

El ambiente era caótico en el salón donde la centroderecha se terminó por alinear con un cambio constitucional. Desde hacía tres semanas el país era azotado por manifestaciones masivas, disturbios y una ola de violencia inédita. Ya se habían bautizado los acontecimientos como estallido social. Y -entre dientes- en el oficialismo y La Moneda- se comenzaba a confesar que el gobierno podía caer y que la segunda presidencia de Piñera podía terminar de manera abrupta. La incertidumbre crecía.

La cita en la casa del Mandatario fue decisiva -coinciden todos los consultados- en el devenir de los futuros sucesos que decantaron en las tratativas que días después hicieron parir el plebiscito que hoy se realiza en Chile: allí fue donde los líderes de la UDI terminaron dando luz verde a la discusión constitucional. Los gremialistas fueron los últimos del oficialismo en sumarse a una decisión que ya había sido visada por Piñera.

-¡Esta es una encerrona!

La senadora Van Rysselberghe ya no intentaba controlar el tono de su voz. El Presidente, y los representantes de Evópoli y RN cerraban filas para sentarse a negociar con la oposición- lo que -a esa altura- era lo único que consideraban podía encauzar el estallido social.

La ira de Van Rysselberghe tenía un claro destinatario: su par de RN, Mario Desbordes, quien en las últimas semanas se mostraba públicamente disponible a negociar una salida política a la crisis.

A gritos lo increpaba.

-¿¡En qué minuto llegamos a esto, por la…?! ¡Tú tienes la culpa! ¡Pero si están todos de acuerdo! ¡Me hacen trampa! ¡Qué traidores!

La relación entre los líderes de los partidos más importantes del oficialismo estaba quebrada desde hacía rato. Varios de los consultados coinciden en que la mala convivencia entre Van Rysselberghe y Desbordes –que ni siquiera se saludaban- enrarecía y tensionaba aún más el ambiente, de por sí convulsionado por las protestas masivas que enfrentaba el gobierno.

La discusión que escalaba sin control en una de las salas de la casa de Piñera hasta donde se había trasladado el debate, obligó varias veces la intervención del Mandatario.

-"No puedo creer lo que estamos escuchando", se quejaba Piñera.

La cita del domingo -en realidad- estaba convocada para analizar la crisis. Asistentes al encuentro reconocen que Van Rysselberghe tenía razón en estar sorprendida: desde hacía días que Blumel -con el permiso de Piñera- exploraba salidas al estallido social con la oposición y que Evópoli -su partido- y también RN estaban al tanto. Sólo la UDI aún resentía abrir una discusión constitucional y estaba marginada de las tratativas.

El propio Presidente se había convencido en los días previos de que paquetes económicos o anuncios de reformas sociales no contendrían la crisis. Piñera -eso sí, señalan en La Moneda- quería que el cambio fuera controlado. El día anterior -en su misma casa- había llegado Blumel junto a los abogados Gastón Gómez y Sebastián Soto para esbozar un primer borrador del cambio constitucional que sería concedido y para resolver las dudas del Mandatario.

Quienes formaron parte de esa cita revelan que el diseño contemplaba que el Congreso tendría un rol central en el debate constituyente. Explicado así a Van Rysselberghe al día siguiente, varios asistentes sostienen que eso terminó por tranquilizar en algo a la líder gremialista. Eso y varios contactos por teléfono con los senadores Víctor Pérez –hoy ministro del Interior- y Juan Antonio Coloma, quienes visaron la fórmula propuesta por el gobierno, aunque no llegaron a la cita.

-Acabamos de tener una reunión junto a la coalición, el Presidente y los ministros del comité político, y hemos acordado iniciar el camino, el proceso para avanzar hacia una nueva Constitución, anunció Blumel al término del encuentro del domingo 10, flanqueado por los asistentes.

-Te saliste con la tuya-, susurró Van Rysselberghe a Desbordes, mientras posaban para las cámaras.

***

Los contactos entre el gobierno, la derecha y la oposición que allanaron el Acuerdo por la paz y la nueva Constitución fueron de todas las características: los hubo públicos y reservados, hubo mensajes secretos y otros por los medios. En lo que todos coinciden es en que las negociaciones fueron desordenadas y no siguieron una lógica tradicional. Un paso se avanzaba aquí, otro se retrocedía allá. Lo que no hay duda es que Blumel jugó un rol decisivo en convencer a Piñera de sumarse a esa fórmula.

Aunque el proceso constituyente no estaba ni siquiera sobre la mesa de la oposición al inicio del estallido -hoy varios reconocen, incluso, que ese tema fue desechado por “poco relevante” en los primeros análisis de la crisis cuando todos pujaban por la entrega de planes sociales potentes-, ya a fines de octubre la posibilidad de una fórmula política que incluyera una nueva Constitución estaba en boca de todos.

La tarde-noche del martes 12 de noviembre varias figuras de la ex Concertación e intelectuales de izquierda llegaron al departamento del exembajador Fernando Ayala (PPD), en Las Condes, quien celebraba su cumpleaños. Entre copas, análisis y comentarios sobre la violencia que estaba azotando al país, Ángela Jeria, Guido Girardi, Heraldo Muñoz, Carolina Tohá, Christian Hellbach (embajador de Alemania en Chile), Javiera Parada, Carlos Ominami, Patricio Fernández y Pablo Dittborn, entre otros, esperaban, al igual que la mayoría de los chilenos (así lo demostraría el rating), el mensaje que daría Piñera al país luego de una intensa jornada de huelgas y paros generalizados.

Las horas pasaban y los comensales pidieron al dueño de casa bajar un televisor e instalarlo en el living para ver el mensaje.

Cerca de las 10 y media de la noche, Piñera apareció en el Salón Azul de la sede de gobierno, donde hizo un llamado a las fuerzas opositoras a lograr tres acuerdos: por la paz, la justicia social y la creación de una nueva Constitución.

De ese grupo, a varios no les sorprendió el llamado. La historia para lograr una salida política y desactivar la olla a presión había comenzado semanas antes, donde algunos de los presentes o habían participado o estaban enterados de las tratativas.

Los primeros contactos más formales datan de fines de octubre, cuando Desbordes inició conversaciones con Fuad Chahin, Heraldo Muñoz y Carlos Maldonado. También habló con Ricardo Lagos y con la UDI. Con todos ellos avanzó, pero ninguno aseguró un acercamiento certero al Frente Amplio. La llave para ello era el PS.

El miércoles 23 de octubre, Desbordes llegó al departamento de Camilo Escalona, en Providencia, tras la gestión de un intermediario que ambos conocían. Tras servirle un café, el entonces diputado de RN le pidió ayuda para pavimentar un acuerdo político. Le contó que ya había tenido acercamientos con la DC, PPD y PR, pero que el PS era el factor clave para acercarse al Frente Amplio. Tras analizar la situación que estaba viviendo el país y los caminos que se podían evaluar, Escalona le dijo que él no era la persona correcta y que tenía que hablar con Elizalde.

La cita Desbordes-Elizalde se concretó al día siguiente, en la cafetería del Senado, donde existe un registro fotográfico. Para continuar, el senador por el Maule puso como condición que se realizaran en lugares institucionales, como el Congreso. “No quiero que esto aparezca como una cocina”, le dijo Elizalde.

Por esos días, las reuniones se multiplicaban y abarcaban todo el arco político. Una en que se avanzó fue en el departamento de Heraldo Muñoz, quien junto a Girardi y Francisco Vidal recibieron a Desbordes y a Rafael Prohens. Los cinco coincidieron en avanzar hacia un proceso constituyente y en las fórmulas de alcanzar el objetivo de una nueva Constitución.

En los días posteriores, Girardi y Elizalde dejan en manos de Quintana las negociaciones, las que continuaron en el ex Congreso en Santiago. Un punto que caracterizó estos 10 días -del 5 al 14 de noviembre-, y que todos coinciden, fue el activo rol de Blumel por una nueva Constitución y el férreo rechazo de Allamand.

El entonces ministro realizaba un estricto control de los avances y retrocesos que llevaba el proceso. Su misión era muy compleja: había que convencer al Presidente.

***

Ir contra el reloj fue la tónica de las últimas horas en las que se fraguó el acuerdo constitucional. El martes 12 de noviembre los episodios de violencia de multiplicaban ante la convocatoria a una marcha nacional de la Mesa de Unidad Social; en La Moneda aparecía la sombra de un nuevo llamado al estado de emergencia constitucional, y la amenaza de que la oposición diera un portazo al diálogo aceleraron el estado de ánimo de todos los negociadores.

-Jaime, ¿qué pasaría si el Presidente decide sacar nuevamente a los militares a la calle?

-Se terminaría de inmediato el diálogo.

La conversación entre el entonces presidente del Senado, Jaime Quintana, y el también entonces ministro del Interior, Gonzalo Blumel, es conocida.

También que -poco después- el Presidente Piñera en cadena nacional llamara a un acuerdo transversal para iniciar una ruta constituyente y desechara la nueva convocatoria a los militares.

Menos contado, pero incluso más significativo en las horas del cierre del pacto fueron las advertencias de un supuesto “desplome del mercado” durante la jornada del jueves 14. Varios senadores recuerdan los llamados a sus celulares del ministro de Hacienda, Ignacio Briones, y del presidente del Banco Central, Mario Marcel.

-El viernes la Bolsa aparecerá en el suelo.

-Se viene una corrida financiera.

Era la tónica de los mensajes a los contactados. El vértigo se apoderó de todos. En el oficialismo se sumaba el supuesto desastre económico con la sensación de la inminente caída del gobierno. En la oposición, el sabor anticipado de una victoria inesperada emborrachaba a los presentes.

Ya nada se podía hacer: Chile cambiaría su Constitución cuatro décadas después de ser aprobada, en 1980.

Es conocida -también- la gestión clave que destrabó las caóticas negociaciones. Un encuentro fortuito en los pasillos del Senado entre Gabriel Boric y el senador Juan Antonio Coloma (UDI) selló el destino de la Carta Fundamental vigente: ambos concordaron en un plebiscito de entrada con la opción de convención constituyente y mixta y que la nueva Constitución requería 2/3 para su aprobación.

El denominado “plebiscito de entrada” -que hoy se realiza en el país- se había transformado en una de las condiciones irrenunciables de la UDI y también de parte de la oposición.

Al Presidente no le gustaba la idea. Su temor -señalan fuentes de La Moneda- era que la consulta terminara transformándose en un referéndum de su gobierno. Piñera prefería -más bien- abrir de frentón una discusión constitucional. Pero los gremialistas no cedían en el punto.

Miembros de la la UDI sostienen que el plebiscito suponía una esperanza de no dejar por caída la Carta Fundamental -estaba la posibilidad, remota, pero posibilidad al fin y al cabo, de que la ciudadanía pudiera bloquear la ofensiva opositora. Ello sumado a los 2/3 para ratificar los contenidos de una nueva Carta Fundamental les parecía condición sine qua non para cualquier acuerdo.

En el Frente Amplio, el plebiscito también tenía un cariz simbólico irrenunciable: era consolidar un triunfo que creían seguro y pavimentar con un puente de plata la posterior discusión constitucional.

Así, la UDI y parte de la oposición pujaban en el mismo sentido.

La Moneda -entonces- visó la realización del plebiscito. Blumel guardó una carta de último minuto para neutralizar cualquier crítica de la derecha tradicional al acuerdo que ya estaba en su recta final.

El ministro llamó a su antecesor, Andrés Chadwick.

-¿Si se logran los 2/3 es un buen acuerdo?

-Es un buen acuerdo, ratificó Chadwick.

Poco después, Quintana llamó a Blumel para avisarle que -siendo ya la madrugada del viernes 15- los partidos firmantes darían una conferencia de prensa.

El rostro del entonces senador -y hoy canciller Andrés Allamand- era uno de los más desencajados en la sede del Senado en Santiago, donde ya se redactaba el acuerdo que reunió las firmas de los presidentes de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe; RN, Mario Desbordes; Evópoli, Hernán Larraín Matte; Democracia Cristiana, Fuad Chahin; Partido Radical, Carlos Maldonado; PPD, Heraldo Muñoz; Partido Socialista, Álvaro Elizalde; Partido Liberal, Luis Felipe Ramos; Revolución Democrática, Catalina Pérez; Comunes, Javiera Toro, y a título personal aparece la firma de Gabriel Boric (del Partido Convergencia Social, que no suscribió como colectividad).

El entonces senador RN era el único que -a esa altura- se planteaba en contra de los términos del pacto.

-Hay tiempo, insistía a sus pares de Chile Vamos, hay tiempo, démonos unos días más.

Allamand hizo un último intento en su ya solitaria cruzada y comenzó a levantar la voz al líder de su partido, exigiéndole no firmar el acuerdo. Para retrasar el respaldo de RN sostenía que una decisión de esa naturaleza debía visarla el consejo general de la colectividad.

La respuesta de Desbordes fue tajante:

-Te guste o no, el presidente de RN soy yo.

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