Un estruendo en el departamento 502
Enrique Stucken y Sonia Contreras llevaban más de 15 años casados cuando una bala accidental terminó con la vida de ella. El caso remeció a la comunidad de un edificio en Las Condes y volvió a plantear dudas sobre los peligros de la tenencia de armas.
Sonia Contreras fue la primera en irse a dormir. Eso le contó su hijo, Iván, a los detectives sobre la noche del sábado 22 de agosto. También fue la primera en despertar el domingo. Ella, de 64 años, dedicada a mantener el departamento en Avenida Colón, en Las Condes, que compartía con su marido, Enrique Stucken, salió de su dormitorio alrededor de las 9.00 y, declaró su esposo, se encontraron en la cocina, donde desayunaron juntos alrededor del comedor de diario. Él terminó antes. Se levantó y le dijo que iba a limpiar sus pistolas. Las cuatro que guardaba en la casa, además de dos fusiles. Ella, dijo Enrique Stucken, lo increpó: “No le gustaba que yo manipulara armas de fuego en el interior de la casa”. Él le dijo que no se preocupara, que tenía experiencia con ellas. Que podía estar tranquila.
Stucken, de 67 años, caminó hasta su pieza, sacó del clóset las cajas que contenían sus pistolas y las llevó hasta la mesa del living comedor. Las dispuso todas encima. La Ruger, la HMW, la Glock y la Lorcin. Esa fue la primera que tomó. Stucken se sentó en la silla de la cabecera, la desarmó, la limpió y luego la dejó sobre su caja. Después tomó la Glock, que estaba cargada, pero no preparada para disparar. La rutina tendría que haber sido la misma, pero estaba en buenas condiciones. Entonces sólo tuvo que retirar el cargador y limpiarla superficialmente antes de volver a ponerlo, afirmando la empuñadura con la mano derecha, como apuntando hacia la pared que separa el living del comedor de diario donde estaba Sonia. Luego deslizó el carro de la Glock hacia atrás con su mano izquierda.
Ahí fue cuando sintió el estruendo.
Una lata golpeándose
Enrique Stucken tardó en encontrar a Sonia Contreras. Primero tuvo que desarrollarse y hacer carrera como un ingeniero forestal de la Universidad de Chile y casarse en 1975, con su primera esposa, con quien tuvo dos hijas dentro de un matrimonio que sería anulado 11 años más tarde. En algún minuto inició una relación con Sonia. Fueron padres de Iván en 1997 y, finalmente, se casaron en octubre de 2004. El tenía 51, ella 48. Ni Enrique Stucken ni ningún miembro de su familia o la de su esposa quisieron participar de este reportaje.
Su vida la armaron en ese edificio en Colón, dentro del departamento 502. Cuando la PDI le preguntó al hijo sobre la relación de sus padres, contestó que era muy buena: “Pese a que algunas veces discutían, estas jamás pasaron a golpes o agresiones verbales. Ellos se amaban mucho (…). En cuanto a la personalidad de mi padre, puedo indicar que es muy conservador, amaba mucho a mi madre y sé que a mí también, y que no nos haría jamás daño”. No eran sólo palabras las de Iván Stucken sobre su padre. En sus perfiles en redes sociales se ve una imagen de él, siendo aún un niño, sobre los hombros de Enrique.
Quizás por esa cercanía y complicidad fue que siempre supo que Stucken guardaba armas en el departamento. De hecho, las primeras las había adquirido incluso antes de que él naciera. Todo se inició con esa pistola Lorcin que comenzó limpiando ese domingo. La inscribió para defensa personal en 1996, mismo año en que también se hizo de un fusil Carl Gustav y otro de marca Montainner, además de un revólver HMW: todos para uso deportivo. Al año siguiente aumentó su colección deportiva con una pistola Ruger. Su última compra de armamento fue en 2007. En octubre de ese año, a cuatro días de cumplir tres años de matrimonio con Sonia Contreras, Enrique Stucken inscribió la Glock calibre .40 que empuñó la mañana en que sintió el estruendo.
Cuando la PDI le preguntó por ellas, dijo esto: “Respecto de mi tenencia de tal cantidad de armas, deseo señalar que las fui adquiriendo progresivamente, debido a que, durante años, me dediqué a la práctica de tiro por gusto y como actividad deportiva. Por tanto, deseo indicar que tengo entrenamiento al respecto y conozco el manejo respecto de ellas, pues, asimismo, hice el servicio militar y fui tirador escogido”.
Hasta la mañana de ese domingo, Enrique Stucken no tenía antecedentes policiales. Lo único que figura en su historial penal es haber sufrido dos robos en lugar no habitado dentro de una parcela que tiene en San Clemente. Ambos en 2017.
Cuando fueron a preguntarles a sus vecinos del edificio en Colón, ninguno pudo explicar demasiado sobre su vida o la de Sonia Contreras. De ella decían que era tranquila, buena persona. Que nunca los escucharon pelear ni hubo quejas de ruidos molestos contra ellos. Tampoco sabían de las armas o de la afición del ingeniero forestal. Sólo una de ellas, una residente del mismo quinto piso, contó que semanas antes Contreras le había comentado que Stucken había sido despedido. Pero que él se encontraba feliz, porque podría dedicarles tiempo a sus cosas. Por eso es que esa mañana los sorprendió el estruendo.
Una vecina argentina del edificio lo sintió como una lata golpeándose con algo. Así que no le prestó importancia. Pero después vinieron los gritos. Y eso fue lo que les contó a los detectives. Que escuchó la voz de un joven desesperado que gritaba “¿por qué, papá?”.
La ruta del disparo
Iván Stucken corrió a la cocina a buscar a su madre. Enrique también fue a verla, porque sintió el grito de su esposa a través de la muralla.
“En ese momento encontré a mi hijo Iván, quien venía corriendo desde su dormitorio, preguntándome ‘¿qué pasó?’, respondiéndole ‘se me escapó un tiro’. Al llegar a la cocina no la vimos en primera instancia, así que avancé hacia el comedor de diario, pudiendo observar que Sonia se encontraba en el piso, tendida de espaldas, con la cabeza orientada hacia la cocina, con la mirada perdida, pero con signos de vida. Me agaché y le tomé su cabeza, y al intentar moverla, tomándola desde el lado derecho de su cuerpo, observé que por su espalda, específicamente bajo el axila derecha, siguiendo el borde del tronco, sus ropas se encontraban empapadas, pudiendo distinguir sobre la alfombra un charco de sangre que impresionaba, coagulado. En esa situación nos encontrábamos cuando noté que Sonia falleció”, dijo Stucken en su declaración.
Luego le pidió a su hijo que llamara a Carabineros y a una ambulancia. Pero ninguno les contestó. En eso, Iván Stucken salió y vio la Glock sobre la mesa del living. La tomó y la escondió en su dormitorio. En su declaración policial dijo que lo hizo para que su padre no la tomara e intentase hacerse daño a sí mismo.
En ese lapso, el marido llamó a Carabineros. Dijo que había ocurrido un accidente, que se le había disparado la pistola, lesionando a su mujer, y que ella ahora se encontraba sin vida dentro del departamento.
Un paramédico del Sapu Aníbal Ariztía, a menos de cinco kilómetros, llegó a los minutos. Trataron de reanimarla, pero fue imposible. Sonia Contreras fue declarada muerta a las 11.40 de ese domingo.
Daniel Plaza fue el perito criminalístico de la PDI encargado del procedimiento. Cuando entró al departamento, vio las armas en el living. Tomó la Glock: aún tenía un cartucho sin usar en la recámara. Sobre la mesa había un recipiente con flores rojas. Debajo de este estaba la vainilla de la bala percutada: una Winchester .40, S&W. En el muro, donde también había un cuadro costumbrista, encontraron el orificio que dejó el balazo. Del otro lado, a unos 2,4 metros de donde pudo haber sido el disparo, estaba Sonia Contreras tumbada de espalda, vestida con chaleco y pantalones oscuros, con pantuflas aún en sus pies. Los peritos la examinaron. Tenía heridas erosivas en su brazo izquierdo y en la axila, con salida por el lado derecho de su cuerpo. Ese había sido el camino del tiro que le quitó la vida. Pero a pesar de que la bala la había atravesado, Plaza aún no podía encontrarla. En la carpeta investigativa dice que vieron un orificio en el refrigerador. Tuvieron que desarmar la parte superior para dar con ella. Estaba ahí, quieta, casi escondida, sobre una especie de rejilla metálica.
Enrique Stucken fue llevado a la Comisaría de Los Dominicos, luego a constatar lesiones y, finalmente, a declarar a la Brigada de Homicidios de la PDI. Ahí contó su historia. Cómo una mantención de rutina terminó con la vida de la mujer con la que llevaba casado casi 16 años. Al día siguiente lo formalizaron por cuasidelito de homicidio. Tanto la PDI como Carabineros se excusaron de participar de este artículo.
Sobre el caso, el fiscal adjunto Luis Jaramillo, de la Fiscalía Metropolitana Oriente, dice que “el imputado manipula el arma con el cargador completamente lleno y con una bala en la recámara y hace movimientos con el arma que son propios de un disparo, en forma negligente. La estaba probando, manipulando, luego de limpiarla. Ese disparo es el que se va hacia el muro divisorio, que son bastante delgados en los departamentos y, en definitiva, provoca que esa bala impacte a su mujer”.
La jueza de garantía dio 120 días de investigación. Durante ese período, Enrique Stucken no puede salir del país y debe firmar mensualmente en una comisaría de La Reina. Cuatro días más tarde fue el funeral de Sonia Contreras en el Parque del Recuerdo. Todos los comentarios dentro de su obituario en el sitio del Hogar de Cristo recuerdan lo mismo: lo buena madre y cariñosa que era. Uno de ellos contenía un mensaje para su marido y su hijo: “Son días duros, donde es necesario llorar para limpiar el alma de las penas y poder seguir viviendo”. En el edificio de Colón, un conserje comenta que ya nadie habla del tema. “Fue un accidente”, dice, y luego regresa a su asiento. D
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