Columna de Rodrigo Guendelman: Aristócratas del trauma
Por Rodrigo Guendelman, Conductor de Santiago Adicto de Radio Duna.
“Hay una cierta cualidad legendaria en los freaks. Son como esas personas en un cuento de hadas que te detienen en tu camino y te exigen que les respondas un acertijo antes de seguir tu marcha. La mayoría de las personas que conozco van por la vida temiendo atravesar una experiencia traumática. Los freaks nacieron con su trauma. Ya han superado esa prueba. Son aristócratas”.
La frase que acabas de leer pertenece a Diane Arbus (1923-1971), destacada fotógrafa estadounidense, conocida especialmente por retratar a personas marginadas de la sociedad en las que se mostraba una especial belleza, esa que la sociedad decía que no podía existir en un freak.
Descubrí esta reflexión y el juego de palabras que le dan título a esta columna preparando una entrevista a la fotógrafa chilena Ximena Hinzpeter, quien este 16 de octubre lanzará su libro La Chimba, del otro lado, en La Vega. Ese es el territorio en el que Ximena se siente desafiada, el espacio geográfico al que es adicta, al cual va todas las semanas hace casi una década para sorprender a los transeúntes, feriantes, migrantes, personas en situación de calle, discapacitados, aquellos que están en los bordes del poder.
“Los que no somos parte, los que no cabemos dentro, los que no somos del lado bonito e importante, del lado A, el oficial, donde está el centro y lo legal. Somos del otro lado, del borde, de la periferia”, explica esta periodista de la Universidad Católica, quien confiesa que “bebe muchedumbres como un alcohólico su trago”. Le han gritado “vieja cuica que husmea pobres”, la han insultado, empujado, también le sonríen, le agradecen, y a veces la persiguen para que borre la foto. Allí, desafiando los peligros de un barrio marcado por la pobreza y el robo, captura rostros de personas que viven, trabajan, comen, caminan, duermen y negocian en las calles. Sus imágenes, crudas y potentes, exacerban los detalles e imperfecciones de las caras, las diferentes etnias, edades, rasgos, expresiones faciales, tatuajes, peinados, marcas corporales, vestimentas y atuendos, en un intento por develar la belleza y la diversidad de lo auténticamente humano, cuestionando los cánones estéticos que impone la sociedad de consumo.
Así se lee en el comunicado de prensa que anuncia el lanzamiento de su libro. Y no es exagerado, ni rebuscado ni un barniz de calle. Ximena Hinzpeter es, a estas alturas, un personaje más de La Vega, de la Chimba. No importa que venga desde otra comuna. Porque no deja de venir. No puede parar. No entiende lo que es vivir sin este trozo de ciudad intenso y real.
“Si no amas la diferencia, la vulnerabilidad, el grano de la espinilla, la muleta para apoyarse, el diente de oro, la cicatriz, la arruga, el crecimiento del pelo teñido, no verás humanidad en mis retratos”, explica. Algo que se puede comprobar de inmediato en su cuenta de Instagram @xime_hinz, donde más de 25 mil personas siguen su trabajo. O al leer los comentarios de destacados fotógrafos chilenos, que no dudan en aplaudirla. “He descubierto a Ximena Hinzpeter a través de Instagram. Quedé asombrado con su desparpajo para capturar los rostros de la gente. Es tan inoportuna y avasalladora su fotografía y su atrevimiento que sorprende”, dice Jorge Brantmayer.
“En la obra de la autora está instalado un amor profundo por el ser humano. Por rescatarlo y darle, aunque sean segundos de total protagonismo. Acompaña, persigue día a día, año a año. Ella elige el mismo destino de sus retratados y casi parece un acto religioso. Un compromiso”, escribe Pin Campaña. “Es algo completamente distinto a todo lo demás”, confiesa el famoso Bruge Gillden, de la agencia Magnum.
Ha ganado premios, Ximena. Varios importantes a nivel internacional. La han reconocido sus pares. Para llegar a esto tuvo que ocurrir un momento particular en su vida. La historia parte cuando, tras muchos años alejada de su padre, se reencuentra con él para internarlo en un hogar por padecer demencia. Entonces toma la cámara fotográfica que pertenecía a su progenitor y la utiliza como un modo de procesamiento emocional.
“En vez de llorar a un padre ido que regresa cuando todo está perdido, partí con su cámara a la calle. Me fui detrás de algo que no tenía idea qué era. Con el corazón apretado deambulé por varios sectores de la capital, sin encontrar lo que andaba buscando”.
Hasta que llegó a esa parte de la ciudad donde los santiaguinos hemos puesto lo que no queremos ver ni oler ni tener cerca. Allí están los cementerios, los hospitales, los espacios psiquiátricos y la pobreza extrema que significa vivir en la calle. “Yo a la Chimba la tengo meada”, dice Ximena, como un animal que marca su territorio. “Vas al borde porque el borde también es tuyo. El sabor del fracaso te parece más propio que el del éxito”, explica esta especialista en retratar a los marginales. “Escojo gente que tiene pintado el semblante de la tragedia. Es el pueblo engalanado por mí”. Los aristócratas del trauma.