Fake science: Cómo abordar los problemas éticos de la ciencia

La visión de un mundo ideal en que la ciencia es objetiva, basada en datos fidedignos, racional y que está motivada únicamente por la búsqueda de la verdad y el bien común, no siempre es así. Casos recientes y muy ilustrativos lo demuestran. De ahí que se requiera formar científicos rigurosos, honestos y con fuertes competencias éticas.



“Como no podemos garantizar la validez de los datos, deseamos retirar nuestro apoyo al artículo y emitir una retractación”. De esta manera, la prestigiosa revista Nature reconoció en 2003 que había sido engañada por el físico alemán Jan Hendrik Schön, quien en 2000 había expuesto en sus páginas una serie de “promisorios avances” sobre los semiconductores, que luego de una revisión de un comité externo e independiente llegó a una simple y dura conclusión: todo era falso.

Así como circulan cada día en internet las noticias falsas o fake news, en el mundo de la ciencia el engaño fue bautizado como fake science, denominación utilizada para indicar a investigaciones manipuladas, con datos inventados o conclusiones alejadas de la realidad y de la rigurosidad científica.

La pandemia global del Covid-19 situó a la ciencia -y a la comunicación de la misma- en un plano de relevancia en los medios de comunicación y en las publicaciones científicas.

Al principio de la crisis sanitaria se dieron cabida a teorías inescrupulosas, como aquella que afirmaba que el humo del cigarrillo podía ser un muro para librarse de la enfermedad. Luego de ello, las tabacaleras más importantes del mundo comprometieron recursos para investigación del SARS-CoV-2 e incluso prometieron el desarrollo de su propia vacuna.

Al principio de la pandemia del coronavirus circuló información sobre que el humo del cigarrillo podría prevenir la Covid-19.

Pero el caso más conocido fue el que protagonizó el investigador inglés Andrew Wakefield y la revista británica The Lancet, publicación que se ha convertido en el último año en el bastión indiscutido de los avances científicos en contra del coronavirus.

La revista publicó en 1998 una investigación de Wakefield que “confirmaba” la relación entre la administración de la vacuna triple vírica (contra el sarampión, la rubéola y las paperas) como causa de autismo y enfermedades gastrointestinales en niños.

Como consecuencia de ello hubo una notable baja en la inoculación de los niños en el Reino Unido y otros países. Dos años después, el Consejo Médico General de ese país concluyó que la investigación era falsa, sacando a Wakefield de sus registros e impidiéndole el ejercicio de la profesión. The Lancet se retractó de haber puesto en la vitrina a dicho falsificador.

Andrew Wakefield se radicó en Estados Unidos una vez que se descubrieron sus mentiras. Allí es uno de los líderes del movimiento antivacunas. El periodista Brian Deer escribió El doctor que engañó al mundo, donde entrega pormenores del caso.

Pero lo que ocurrió con Wakefield posteriormente fue peor: acusó persecución de los laboratorios, se radicó en Estados Unidos con mucha publicidad, convirtiéndose, así, en el símbolo y vocero del movimiento antivacunas. Incluso, el entonces candidato republicano Donald Trump se reunió con el inhabilitado médico y otros personeros antivacunas en Florida, previo a su triunfo en 2016, en un evento de recaudación de fondos para su campaña.

La evolución de la ética y la ciencia

Un caso similar es el que relata el médico chileno Carlos Vio, investigador y vicerrector de Investigación y Doctorados de la Universidad de San Sebastián (USS), quien recuerda que conoció en congresos médicos internacionales al afamado cardiólogo Piero Anversa, italiano radicado en Estados Unidos. Este facultativo publicó -trabajando en la Universidad de Harvard en la década pasada- estudios en donde afirmaba tener la cura para afecciones cardíacas mediante el uso de células madre de origen cardíaco, lo que resultó ser falso.

El otrora afamado cardiólogo Piero Anversa, italiano radicado en Estados Unidos, trabajaba en la Universidad de Harvard hasta antes de que salieran a la luz sus engaños científicos.

“Anversa se movía como una celebridad, defendía sus investigaciones, pero se descubrió que era falso. Harvard pidió a las más prestigiosas revistas científicas del mundo el retiro de una treintena de papers, que alcanzaron a ser citados por otros investigadores y que, además, basados en la tesis de Anversa, se iniciaron estudios clínicos en personas”, dice Vio. Decenas de miles de nuevas publicaciones usaron estos datos como ciertos y avanzaron en nuevas teorías para la reparación del corazón dañado, sin saber que eran falsos, muchos de esos resultados deberán ser revisados.

El académico afirma que “esto es grave, porque la ciencia avanza en peldaños. El investigador usa lo que otras personas han publicado, lo que se basa en la confianza y en la rectitud ética de quien investigó y publicó con anterioridad. Pero si falla un eslabón, las consecuencias son enormes para el mundo científico y para la sociedad al afectar la fe pública en la ciencia”.

En la investigación -sostiene Vio-, “la ética cumple un rol determinante. Existen códigos muy estrictos, porque se investiga con seres humanos o animales, y también adquiere relevancia el uso de datos y la privacidad. Esto se da en los distintos campos científicos, desde la medicina a las disciplinas sociales”.

En esta línea, el académico USS dice que “los datos fidedignos son un asunto central, y que cuando se publican datos que no son reales estamos ante una grave falta a la ética y a la integridad de la investigación. Esta disciplina, además, ha ido evolucionando, abarcando más aspectos de la investigación, como la seguridad de los científicos en el laboratorio y el medioambiente, donde los desechos tienen que ser tratados o eliminados con tal que no afecten a los ecosistemas o bien contaminen las áreas urbanas”.

“Una oficina de alto nivel sobre Integridad de la Investigación, la seguridad para investigadores y su entorno (Bioseguridad y seguridad), y el respeto por los sujetos de investigación (Bioética y ética) debieran ser prioritarias para las instituciones cuyos miembros hacen investigación y es algo que estamos desarrollando como un proyecto prioritario en la Universidad San Sebastián”, agregó el académico.

Cómo formar científicos éticos

“Hoy, hay demasiada información circulando que dice ser o aparenta ser científica, con el agravante de que es compartida en las redes sociales a públicos enormes”, dice la científica Patricia Burgos, bioquímica, doctora en Ciencias Biológicas y directora del doctorado en Biología Celular y Biomedicina de la USS.

Carlos Vio, vicerrector de Investigación y Doctorados de la USS; Patricia Burgos, nueva directora del doctorado en Biología Celular y Biomedicina; y Alejandro Serani, experto en bioética del Instituto de Filosofía, ambos de esa misma casa de estudios superiores.

La académica afirma que “desde el primer momento de la formación científica, es fundamental que se tenga un pensamiento crítico frente a lo que estás leyendo, analizar la información, realizar tus propias conexiones y, finalmente, concluir algo”.

Asimismo, la dra. Burgos dice que “son los datos fidedignos de una investigación lo más importante, porque la verdad a veces no es la queremos ver. El investigador parte de una idea que forjó ante sus observaciones, que decide someterla al método científico. Pero si la evidencia obtenida echa abajo esa idea preconcebida, la persona tiene que ser crítica consigo misma, y decir que los datos nunca dieron lo que interpretó en un comienzo. Éste es el actuar ético que debe acompañar a todos los científicos y a quienes aspiran a serlo”.

Otro aspecto que destaca la profesional es el alto nivel de competencia que se da en el mundo científico a nivel global y en Chile. “Los sistemas altamente competitivos, en los que prevalece el logro y la publicación de papers es propenso a que las personas experimenten un desbalance y tengan menos ojos puestos en su propia rigurosidad científica. Si la presión externa o personal es mucha, se corre el riesgo de perder el equilibrio. Por eso, la competitividad no puede sustituir a la investigación rigurosa y bien documentada. Y eso se enseña, porque el valor de la ciencia es la confianza; de ahí que sea bueno parar, darse una pausa para reestudiar y reflexionar en lo que se está haciendo”.

La mirada filosófica del problema ético

El tránsito del médico Alejandro Serani es muy particular: la investigación en neurobiología lo llevó a la filosofía en Francia, en la Universidad de Toulouse.

Como experto en bioética del Instituto de Filosofía de la USS, afirma que la ética científica tiene dos componentes, uno subjetivo y otro objetivo: la actitud rigurosa y veraz del científico -por una parte- y los problemas éticos objetivos que surgen a partir del avance la ciencia y de su aplicación técnica en la sociedad, por la otra.

“La sensibilidad ética de una sociedad y de una cultura es la que alberga al científico, que no es un ser ajeno a ellas. El investigador se forja en un contexto social y político que lo influye. Hoy en día se requiere mucha rectitud de voluntad para hacer su trabajo con honestidad en orden al bien común. Debemos ejercer una distancia crítica hacia un comportamiento ultracompetitivo orientado al éxito”, sostiene Serani.

Por eso, agrega, que “el prestigio de un científico debe derivar sólo de su trabajo bien hecho. Hoy vemos con preocupación que muchas veces el énfasis se ha desplazado a cómo lo recibe el público y no a la calidad de una determinada investigación o producto de la misma. Buscar la fama no debería ser el fin de ningún científico, por lo que abordar todos estos temas desde la filosofía entrega una mirada ordenadora necesaria para la sociedad”.

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