Francisca Blanco: La historia de la científica que se abrió paso en un área dominada por hombres

Hoy es la cabeza de la Dirección de Investigación de la Universidad Andrés Bello y desde ahí fomenta la actividad científica en mujeres, visibilizando su trabajo y priorizando la temática de género en un rubro en que el 70% son hombres. Fue la primera presidenta de la Sociedad de Biología Vegetal de Chile y también la académica titular más joven de la UNAB. “Somos prolijas, eficientes y creativas”, dice ella.



Fue estudiosa desde siempre, por lo que sus logros no la sorprenden. No es que no la sorprendan por arrogancia. Por el contrario, le son tan naturales como la humildad con que los comenta. Porque sabe que estudio y perseverancia, en muchos casos, da como resultado el éxito. Y a Francisca Blanco, bioquímica y doctora en Ciencias Biológicas con mención en Genética Molecular y Microbiología, la cosecha se le dio porque se encargó de hacer una buena siembra. Tenía 12 años cuando sus padres la postularon a un colegio particular, después de haber pasado por la educación pública. Dio el examen y no le fue bien. Ella, a esa edad, consciente de que el tema no iba por sus capacidades sino porque hubo materias que no conoció en su escuela, pidió una oportunidad en la entrevista, explicándolo tal cual. Se la dieron, cómo no. De ahí en adelante siguió brillando.

Hoy, después de un larguísimo historial de estudios formales, pasantías, proyectos y doctorado, esta bioquímica de 44 años lidera la Dirección de Investigación de la Universidad Andrés Bello (UNAB) y continúa siendo investigadora del Centro de Biotecnología Vegetal de esta casa de estudios. Fue también presidenta de la Sociedad de Biología Vegetal de Chile, la primera mujer en serlo y la más joven. El año pasado también fue la académica más joven en convertirse en profesora titular de la UNAB, desde donde trabaja, junto a otras, por disminuir la brecha entre hombres y mujeres en el mundo de la ciencia, un tema que la apasiona y del que habla a días de que se conmemore un nuevo Día de la Mujer, el próximo 8 de marzo.

Este interés por equilibrar la balanza tuvo una génesis curiosa: hace unos cinco años, hablando con su hermana de los movimientos feministas, confesó que ella nunca se había sentido discriminada en la ciencia. Su hermana le dijo: “Eso es porque tú te has masculinizado para estar donde estás”. La frase le quedó retumbando: “Sentí que me estaba ofendiendo de la manera más tremenda, pero después, cuando me puse a pensar en lo que me estaba diciendo, entendí que tenía razón. Una trata de mimetizarse con lo que entiende que han hecho las personas exitosas, y en esta carrera, como en otras áreas, las personas exitosas son hombres”. Y luego ejemplifica: “El mismo hecho de que tengan una libertad absoluta para salir a congresos, pasantías, estadías de especialización, y nosotras tengamos que compatibilizar los niños, el trabajo, dejar materiales. Me di cuenta de que, sin ser consciente, me había masculinizado para avanzar”.

El momento en que se replanteó todo coincidió con que la seleccionaron para que comenzara en el cargo de la Dirección General de Investigación de UNAB, por lo que intentó generar un liderazgo desde su posición de mujer, luego de ver que también era un interés por parte de la Andrés Bello. ¿Cómo es ese liderazgo? “Uno que nos permite ser igual de eficientes y exitosas, pero que tiene otras características que son más humanas, quizás más de equipo, no sólo de trabajar individualmente. Lo que he hecho, desde entonces, ha sido tratar de fomentar la visibilización del trabajo que hacemos las mujeres, en este caso de investigación, y en mi institución”.

En ese contexto, relata, armaron grupos, generaron redes internas y conversaron con otras mujeres que enfrentaban problemas similares a los de ella. Luego, impulsaron un comité para la equidad de género, realizaron concursos de investigación relacionados con la temática de género, y buscaron que se evaluaran los concursos internos “a ciegas”, de manera de no favorecer a nadie, porque así los evaluadores reciben un proyecto sin nombre.

Un contexto que se reafirma en las cifras: en el área de la ciencia, solo un 30% son mujeres. “Cuando ves el porcentaje de mujeres que se adjudican proyectos, siempre es un porcentaje menor. Pero cuando analizas cuántos proyectos postulamos, tú ves que las mujeres hacemos aun más trabajo para lograr mayores adjudicaciones, porque postulamos a un número mayor de concursos. Finalmente, la labor que hacemos es muy significativa”.

Acortar la brecha

Francisca Blanco dice que uno de los problemas con los que se han enfrentado, para acortar la brecha, es que no se trata de que todo sea 50 y 50, sin medidas que mitiguen. “Cuando dicen: ‘Ahora todas las comisiones tienen que ser formadas por igual número de hombres y mujeres’, ¿qué pasa? Que tienes menos mujeres. A la larga, lo que haces es que las sobrecargas de una forma horrible, porque para tener 50 y 50 en todas las comisiones, las mujeres tienen que participar en más comisiones que los hombres. Todo ese tipo de fenómenos, además de cuantificarlos, hemos tratado de abordarlos”.

Para que exista una mayor participación de mujeres, plantea, “tenemos que contratar más mujeres, y ahí, claro, ¿qué hacemos? Tratamos de, con la ayuda de Recursos Humanos, hacer más inclusivos los llamados, generar comisiones de evaluación que favorezcan de alguna forma la incorporación de mujeres, a ser más proactivos desde la génesis del problema. A tratar de fomentar que las niñas ingresen a carreras científicas”. En ese sentido, dice, el comité para la equidad de género de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Andrés Bello también ha hecho un trabajo intenso pues es de las áreas que tienen históricamente menos mujeres.

También subraya que las mujeres son muy prolijas en recopilar la información y eficientes en el uso de los recursos, y hay una capacidad importante de trabajar en equipo. Eso, en la ciencia, favorece “porque te da la capacidad de formar muy buenos grupos y, además, de delegar y especializar a distintas personas. Somos muy creativas y bastante prácticas para resolver distintos problemas”.

Casada con un compañero de profesión -que se dedica a otra área del rubro-, es madre de dos hijos, Pedro y Rosario, de 11 y 8 años, respectivamente, y tiene una visión muy clara sobre sus roles en la vida. Creció siendo independiente -su mamá enfermera podía ausentarse en Navidad y Año Nuevo por sus turnos- y esa enseñanza la hizo adaptarse cuando ella fue madre. “A Pedro lo dejé en el jardín con dos meses y medio, pero no tuve ningún tipo de culpabilidad, porque soy muy consciente de que mi trabajo me hace súper feliz. Los acostumbré también a que sean muy independientes. Saben que durante la semana no me pueden llamar para decirme ‘Mañana tengo que llevar…’, porque saben que eso se ve el fin de semana y si ya no se compró, ya no fue. Lo mismo con sus deberes: tienen claro que son ellos quienes que deben aprender; yo los puedo apoyar, pero el colegio es de ellos”.

El equilibrio entre trabajo y casa, dice, es un tema ineludible para las mujeres. “Cuando hay una enfermedad lo entiendo, porque las prioridades se te dan vuelta. A mi marido le costó mucho más entenderlo que a mis hijos, y yo digo que sí, que la familia es lo primero, pero esto también es importante para mí, y lo disfruto, me hace feliz. No tengo que elegir una cosa por sobre la otra, me siento suficientemente capaz de compatibilizar y desarrollarme en todos los aspectos que quiera: familia y profesional. Ahora adjudiqué un proyecto de colaboración internacional, lo que implica que al menos tengo que estar dos semanas afuera, en Francia, en el laboratorio de un colega. Si hoy le digo algo así, lo entiende perfecto”.

Mundo vegetal

Siempre le atrajo la idea de indagar en el mundo vegetal, principalmente porque se trataba de un organismo diferente al suyo. Quiso investigar cuáles eran las distinciones que hacían que las plantas fueran organismos tan resilientes. “No se pueden mover, no pueden escapar del calor, de una plaga o de un incendio. Sin embargo, el incendio se termina y a los dos meses ves que comienzan a salir ramas… hay árboles que tienen cientos de años. Todo eso me llamó mucho la atención, quería comprender mejor cómo un organismo vegetal podía resistir tantos tipos de estrés al mismo tiempo.

Respecto de sus investigaciones, cuenta que siempre estuvo involucrada en la interacción planta-patógeno, particularmente con las bacterias, herencia de su mentora. Y cuando comenzó su posdoctorado, siguió con esa línea, pero mirando algunas otras cosas dentro de esa interacción. Un día, en la cámara de crecimiento de las plantas, donde las ponen para semillar, se dieron cuenta de que habían ingresado áfidos (pulgones), y estaban diferencialmente infestando más plantas de un tipo que de otro. “Dijimos: ‘Acá hay algo, ¿por qué esta planta se infesta mucho más que esta otra, que es la misma pero que le falta un gen?, (era una planta mutante)’. Justo entonces comenzaba su tesis un estudiante de doctorado muy inteligente y le planteé meternos en la interacción de la planta-áfido, para entender los mecanismos de defensa contra estos insectos”. Eso fue hace seis años, y a partir de entonces abrieron una línea de investigación que en Chile nadie más la llevaba. A los tres años de iniciar esa investigación, publicamos en The Plant Cell, una revista que en el área de biología vegetal tiene mucho prestigio. Y es el segundo artículo enviado desde Chile aceptado en esa revista. Fue un reconocimiento importante, consciente de que observaron un fenómeno que no había sido descrito.

Si ama el reino vegetal desde sus células, no es de perogrullo afirmar que ama la naturaleza, el planeta, el agua, todos los organismos que gozan de vida. Y así es: en su casa tiene una huerta y un sistema de recuperación del agua de la ducha. Recicla todo, trata de no comprar nada con plástico, de comprar cosas por kilo y de cultivar lo que más pueda. No tiene pasto, para evitar regar y si lo hace es con agua reciclada. Como científica, admite, su visión no es muy optimista sobre el futuro del planeta: “El panorama es sumamente gris, pero mi forma de enfrentar lo que estamos haciendo sí creo que es optimista, y sí siento que aún podemos hacer la diferencia”.

El último proyecto que adjudicó, con un conjunto de colegas de otras instituciones, aborda la generación de plantas que se adapten a crecer con menos agua y sometidas a estrés nutricional. Nuevamente se entusiasma para hablar de esa investigación: “Hay que adaptar las temáticas de investigación para abordar las problemáticas que estamos viendo, que son el uso eficiente de agua, de nitrógeno, de los nutrientes renovables. Algo tenemos que hacer. Es nuestra obligación, como seres humanos, tratar de hacerlo. Las migraciones dadas por el cambio climático van a ser cada vez más evidentes e inminentes. Ya no es oro ni petróleo: es agua”.

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