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Editorial

Este 8 de enero el Museo Nacional de Bellas Artes inauguró una muestra retrospectiva de Mario Carreño; cubano de nacimiento, chileno por adopción, uno de los grandes pintores de su generación, en la que había oficio, teoría y contenido. Exploró durante su carrera distintas vertientes del arte, moviéndose entre la abstracción y lo figurativo, siempre con un manejo del color que lo haría único. Esta exhibición reúne su trayectoria y es una de las que nosotros definimos como imperdibles, buen comienzo de año en el MNBA. Quisimos mostrar no solo su obra, ya que si hay algo que aprendimos de Carreño era su amor por la vida y por disfrutarla; amigo de muchos, se rodeó de intelectuales y artistas, pero sobre todo de su familia y la gente que él quería.

En los espacios llevamos dos puntos opuestos; una obra en que la arquitectura es la que manda, espacios limpios y ordenados, donde las perspectivas fluyen y la luz entra en grandes cantidades, pero de manera controlada; el blanco es la paleta base y sobre ella se dibujan las formas. En la otra esquina, un rescate en barrio céntrico, donde se improvisó con lo que se encontró y sobre eso se construyó una nueva tipología, un vivir de manera distinta. En esta versión el vacío no existe, el orden vienen por la organización de los objetos y porque cada cosa tiene un lugar. Caótico para nosotros, pero claro y lógico para sus dueños, el coleccionismo llevado a su máxima expresión, bordeando la acumulación.

¿Por qué decidimos hacer este contrapunto tan marcado? Para mostrar que cada uno puede vivir y rodearse con las cosas que uno quiere, que para unos es lo limpio y la luz natural, para otros son los espacios y objetos llenos de historia. Personalmente estoy al medio, ni tan limpio, ni tanto recuerdo.

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