Editorial
Semana del 21 al 28 de abril de 2012.


Oficinas, lugar de encuentro, de trabajo, a veces de relajo, pero sobre todo un lugar de interacción. Ahí nos relacionamos con personas que no elegimos ni con las cuales uno necesariamente es amigo, pero surgen vínculos, se conocen personalidades y de a poco se van formando ‘familias de oficina’, con las cuales uno pasa muchas horas, incluso a veces más que con la propia familia.
Por eso estos metros tienen que ser cómodos, flexibles y acogedores. Porque son espacios que nos tienen que motivar, en los cuales las buenas ideas tienen que desarrollarse y donde uno pueda sentir que aporta.
Recuerdo cuando hace ya algunos años empezaron a aparecer las oficinas tipo Google, grandes espacios semiindustriales, en que el trabajo se fundía de manera imperceptible con el relajo y el pasarlo bien. Rompieron todos los paradigmas establecidos y eran la envidia de todos. El skate al lado del escritorio era una foto típica. En Chile los primeros ejemplos se dieron en Ciudad Empresarial, adonde muchas agencias habían emigrado. Hoy el furor de esa superflexibilidad y espacios de extrarrelajo ha evolucionado a espacios más limpios, con menos ruidos y quizás con menos mesas de pimpón, pero donde se potencia la interacción entre pares, las reuniones informales y el traspaso de experiencias se realiza en todos los niveles. Es lo que se define como organización horizontal. Esta manera de trabajar no solo ha influenciado el diseño de los nuevos muebles que se necesitan para equiparlas, sino también la arquitectura, el cómo se construyen, más transparentes, menos rígidas, con abundancia de luz natural y donde no existen lugares sagrados, idealmente en plantas libres.
Invertir en buenas oficinas es algo que retorna muy rápido, aunque la manera de medirlo quizás no sea tan concreta. Espacios felices hacen personas felices.
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