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Internacional: Eileen Gray, visionaria

Figura del art decó y luego pionera del modernismo, la diseñadora irlandesa sigue siendo un modelo de libertad. El Centro Pompidou de París rinde homenaje, hasta el 20 de mayo, a la obra visionaria de una de las arquitectas y diseñadoras más influyentes del siglo XX.

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Le Corbusier, considerado el más grande arquitecto del siglo XX, estaba obsesionado por la Villa E-1027 que Eileen Gray construyó en Roquebrune Cap Martin (Francia), en 1929. A lo largo de los años trató de poseerla de diferentes maneras, y una de ellas fue pintando murales en sus paredes blancas. Tras su muerte, el camino que conducía hacia ella fue bautizado Paseo Le Corbusier, y durante aquellas décadas en que el nombre de Eileen Gray había pasado al olvido, muchos creyeron que había sido él quien la había diseñado… Una confusión que, por supuesto, no le disgustaba.

Kathleen Eileen Moray nació en Enniscorthy, Irlanda, el 9 de agosto de 1878. Su familia  adoptó el apellido Gray en 1893, después de que su madre heredara un título de nobleza de un tío, convirtiéndose en la baronesa Gray. La menor de cinco hermanos, Eileen heredó de su madre el interés por la decoración y de su padre, el pintor James Maclaren Smith, el gusto por la aventura. Pero desde su adolescencia ya soñaba con un destino diferente al de una niña correcta y abandonó sus estudios formales de pintura en Londres, para dedicarse a la artesanía, influenciada por las teorías de William Morris, muy de moda entonces. A los 22 años viajó a París para visitar la Exposición Universal de 1900 y se enamoró perdidamente de la ciudad, donde se establecería en 1906 y viviría la mayor parte de su vida. En ese mismo año comenzó a estudiar la técnica de la laca con el maestro japonés Seizo Sugawara, y produjo varias piezas que vendía a ricos coleccionistas, muchas de ellas consideradas obras maestras del género, entre las que se cuentan un biombo bautizado  Le Destin (El Destino), encargo del modisto Jacques Doucet.

De artesana a arquitecta

Libre, secreta  y osada, entre 1909 y 1913 Eileen da rienda suelta a todos sus impulsos. Atraviesa Estados Unidos en tren. Cura su fiebre tifoidea bajo las palmeras de Argelia. Compra su primer auto, un  Chenard & Walker, el primero de sus muchos bólidos. Se embarca en el  primer vuelo de servicios aeropostales mexicanos a Acapulco. Al estallar la guerra, Eileen, una excelente conductora, es ambulancista para el ejército francés. Mundana y huraña al mismo tiempo, renuncia a una cena porque la presencia del escritor Apollinaire la intimida. Mantiene correspondencia con Rodin y el poeta Paul Leotaud le pide libros prestados y se lamenta en su diario de no haberla besado.

En 1922 abre la galería Jean Désert, cuyo nombre evoca a un imaginario propietario, Jean, y su amor por el desierto africano, donde vende sus piezas, cada vez menos art decó y más modernistas.

Un hombre cambiará su vida: Jean Badovici, arquitecto rumano, quince años menor que ella y jefe de redacción de la revista de vanguardia  L’Architecture Vivante, quien escribe un ensayo sobre su trabajo. “Ella tiene los medios financieros, él los contactos: juntos harán un equipo”, explica Cloé Pitiot, curadora de la muestra del Pompidou.

Gracias a esta complicidad, Eileen se lanza, a los 40 años, a la arquitectura, disciplina hasta entonces inasequible para las mujeres, y diseña una casa para él -la E-1027- (E por Eileen y los números 10, 2 y 7 que representan el orden alfabético de sus iniciales J, B y G) en la Costa Azul. Entre 1926 y 1929  trabaja allí sin cesar: E-1027 deviene en su laboratorio de experiencias y es su manifiesto. Además crea  todo un mobiliario, hoy en día icónico, que se caracteriza por su movilidad, flexibilidad y practicidad; como  la silla Transat -inspirada en los barcos transatlánticos-, el sillón Bibendum, el espejo Satélite, su mesa baja pivotante de vidrio (una de sus piezas más reproducidas, creada para que su hermana pudiera disfrutar, durante sus visitas del desayuno en la cama sin botar las migas en ella) o su vestidor-biombo, todos muy vanguardistas hechos con tubos de acero cromado u hojas de aluminio, que siguen fabricándose hoy en día.

Al terminar la casa, Gray y Badovici se separaron y en 1931 ella comenzó a trabajar en una nueva residencia, Tempe a Pailla, en el vecino pueblo de Menton, otra célebre obra de la arquitectura, donde también diseñó el mobiliario. Pero además de esta y una pequeña casa en Saint Tropez, ninguno de sus otros proyectos pudo concretarse y no volvió a diseñar más muebles. Comenzaba para ella un largo período de olvido.

Olvido y redescubrimiento

Tras sus años en la Costa Azul, Gray regresó a París, donde viviría una vida de reclusa hasta el fin de sus días. Aunque cuando tenía alrededor de 70 años comenzó a perder la vista y la audición, seguía pintando telas abstractas en su departamento de la rue Bonaparte y trabajando en algunos proyectos como transformar un granero en las afueras de Saint Tropez en una casa de veraneo.  Pero la industria del diseño la había olvidado. Hasta que el crítico americano Joseph Rykwert la descubrió y se apasionó por su obra y en 1967 publicó un artículo sobre ella en la revista italiana Domus, rescatándola de la indiferencia general. Gracias a su influencia, sus piezas devinieron instantáneamente en objetos de culto y de colección. En 1972, en la venta de los bienes de Jacques Doucet en la casa de remates Drouot, su biombo Le Destin alcanzaba la suma récord de 36.000 dólares. Londres, París y Nueva York le dedicaron retrospectivas de su trabajo, revelando a una diseñadora de intrépida inteligencia y atrayendo a una nueva generación de admiradores. Gray observaba su  éxito tardío con un cierto cinismo. “¡Absurdo!”, habría dicho. Y seguramente, mucho más absurdo le habrían parecido los 29 millones de dólares en que se adjudicó su sillón “Dragones” en 2009, en la venta de la colección Yves Saint Laurent-Pierre Bergé, sobre todo considerando su estilo elaborado que ella abandonó por el modernismo.

Pintora, artesana, laqueadora, tejedora (diseñaba y realizaba sus alfombras), diseñadora de muebles, decoradora, arquitecta, Eileen Gray asumió todos esos roles con el mismo talento. “Las cosas hay que sentirlas en el cuerpo”, solía decir. Al igual que en su vida privada, nunca tuvo miedo de hacer su propio camino, aun a riesgo de sorprender o quedar de lado. Su estilo así como su carrera, están marcados por rupturas radicales. La crítica a menudo dividió su trabajo en dos mitades, una relevante al lado del art decó, la otra al de la arquitectura modernista. La muestra en el Pompidou revela hasta qué punto su trabajo es un todo y su total libertad de espíritu, para una mujer de su época, asombrosa.

En cuanto a su vida personal, poco y nada se supo, si bien su bisexualidad era un secreto que todos sus cercanos compartían, Gray cultivó el enigma hasta el fin, al punto de quemar gran parte de sus documentos personales antes de morir, el 31 de octubre de 1976, a los 98 años, dejando solo su trabajo como único testimonio de su búsqueda de libertad. “El futuro proyecta luz, el pasado solo nubes”, decía. Y lo creía profundamente.

La historia rocambolesca de E-1027

Gray se mudó de E-1027 en 1931, dejándosela a Badovici. “Me gusta hacer cosas, pero detesto las posesiones”, decía. En abril de 1938, Le Corbusier escribía a Gray después de pasar allí una temporada. Fascinado, le habla de su “espíritu especial” y de su mobiliario “digno, encantador e inteligente”.  Unos meses después, alentado por Badovici, comenzó a pintar una serie de ocho murales que Gray  consideró “un acto de vandalismo”. Más aun, en 1949  Le Corbusier publicó las fotos de estos sin mencionarla. “La villa que animé con mis pinturas era muy hermosa”, admitía, pero su obra, según él, les había dado vida a “unas paredes aburridas, tristes, en donde no pasaba nada”, transformándolas y “dándoles un valor espiritual”.

La disputa continuó hasta la muerte de Badovici, en 1956. Temeroso del destino de sus murales, en 1960 Le Corbusier convenció a la suiza Marie-Louise Schelbert que comprara E-1027 y se ocupó de preservarla, así como los muebles que contenía. Cuando esta murió, se la dejó a su médico, quien dispersó los muebles que fueron subastados en Sothebys Mónaco por el equivalente de 515.000 dólares. En 1966 el médico fue asesinado en la villa por su jardinero. A partir de entonces la casa entró en un profundo deterioro. Es probable que haya sido lo último que vio Le Corbusier antes de morir de un paro cardiaco, en 1965, cuando justamente nadaba entre las rocas bajo la casa.

En 1999, E-1027 fue adquirida por la ciudad de Roquebrune Cap Martin. Según cálculos optimistas, la villa actualmente en restauración quizás estará terminada para agosto o septiembre y abierta para algunas visitas.

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