Mamás artistas
Una ilustradora, una escultora y una fotógrafa. Tres artistas a las que de alguna forma la maternidad les hizo dar un vuelco a su obra. Aquí, ad portas del Día de la Madre, revisamos tres ejemplos.


Lecciones de una leyenda
Fue un póster de la mítica figura de la Difunta Correa, el que hace años despertó el interés de Marcela Correa por la leyenda. La historia cuenta que, hacia 1840, una mujer llamada Deolinda caminó por la pampa argentina junto a su pequeño hijo, en búsqueda de su esposo que había sido reclutado forzosamente. Provista de unos pocos alimentos y una cantimplora con agua, siguió las huellas de las tropas, pero pronto se le acabaron las provisiones y murió de sed y hambre. Días después, unos arrieros pasaron por el lugar y encontraron el cadáver de la mujer junto a su hijo, que seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los que aún fluía leche.
Atraída por su imagen, Marcela Correa -artista de la Universidad Católica, especializada en la Escuela de Bellas Artes de París- elaboró en agosto del año pasado bajo el nombre de la leyenda, una muestra en Galería AFA compuesta por nueve maxisacos industriales comúnmente usados para transportar alimentos. Cada uno de ellos fue moldeado y cosido para representar pechos de grandes dimensiones, rellenos de algodón sintético y colgados de tres barras de fierro como si fueran parte de una gran lechería. "Por milagro el cuerpo de esta mujer siguió alimentando a su niño. Se trata de una imagen tremendamente dramática, pero preciosa y conmovedora. Esta exposición que realicé trata sobre ese milagro. Casi todos los trabajos que he hecho junto a Smiljan Radic-mi esposo- están relacionados con la idea de refugio. 'El niño escondido en el pez', expuesto en la Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia el año 2010, y la instalación "El armario y el colchón", expuesta en la galería Hermes de Tokio en 2013, hablan de eso. El milagro de la Difunta Correa es quizá el refugio esencial", cuenta.

Autorretratos sin rostros
"Tuve la sensación de que las sensibilidades y los estados anímicos se agudizaron al máximo durante el embarazo. Las ideas iban y venían. En ese cambio inmenso me di permiso para hacer sin dar mucha vuelta, porque me sentí protegida, libre y espontánea. Tenía que exteriorizar para no acumular nada". Así explica Carolina Saquel cómo fue que surgió su última muestra, titulada "En voz alta": una serie de imágenes en blanco y negro, realizadas entre septiembre de 2011 y mayo de 2012, donde se fotografió ella misma con algunas portadas de libros, revistas de espectáculos y catálogos de exposiciones, que formaron parte de su lectura en ese momento. "Realicé algunas de estas imágenes por la sola necesidad de fotografiar. Se trata de una intención de captura del aire, de los intervalos, del tiempo transcurrido entre desplazamientos. Cada imagen es algo así como un 'marcador' o 'imagen clave' de esos recorridos urbanos e interurbanos, de un tramo de vida", explica.
Con estudios en el Instituto Le Fresnoy de Francia, y actualmente radicada en París, los trabajos de Saquel se enmarcan en el media art a través de instalaciones y propuestas audiovisuales. Sin embargo, esta vez quiso centrarse principalmente en la fotografía. "Hice algunas pruebas en color, pero al final decidí regirme por el blanco y negro para concentrarme más en los elementos básicos de la imagen: no eran el color ni nivel de realidad lo que me interesaba, sino el reflejo del gesto y el libro. No vemos en blanco y negro, y eso me interesaba como posibilidad de abstracción también", explica. De esa forma, el procedimiento de trabajo consistió en fotografiar los libros contra un espejo ubicado en el suelo, con la cámara fija ubicada en un trípode, completamente sobre el libro. "Se trata de autorretratos pero sin dejar verme. Si bien la diversidad en mis lecturas no era nueva, la postura era la novedad para mí: quería fijar en las imágenes ese espectro, como un mapping de esas lecturas, como si cada una refiriera a algún momento en particular de ese periodo de mi vida", concluye.

Bordados diminutos
Desde antes de que naciera su hijo, bordar se volvió una actividad imprescindible para la ilustradora argentina Inés Picchetti. Diseñadora gráfica de la Universidad de Buenos Aires y dedicada actualmente al diseño editorial, siempre se sintió atraída por la disciplina y la trabajó de manera intuitiva, hasta que en 2010 tomó un taller en Espacio Formosa (Argentina), donde durante tres años asistió a clases de bordado. "Al principio realizaba diseños geométricos que hacía con la computadora y luego pasaba con carbón a la tela. Después fui dibujando mientras bordaba, tratando de explorar más la particularidad del hilo en la tela. Probé distintas cosas, aunque nunca he quedado muy pegada a ninguna técnica: paso de diseños muy geométricos a otros muy orgánicos, de algunos muy prolijos a otros muy caóticos, y así, sigo explorando", cuenta.
Fue tras el nacimiento de su hijo que tuvo que buscar un nuevo formato de bordado que pudiera ir resolviendo en ratos breves. De ahí surgió, por ejemplo, "Mínimos", una serie que expuso el año pasado en Plop! Galería, compuesta por pequeñas y delicadas figuras de árboles, constelaciones, animales y números, entre otras cosas. "Entre el trabajo y los cuidados de un bebito, los ratos eran muy reducidos, pero seguí bordando. Hoy sigo trabajando en pequeño formato, porque puedo visualizar una grilla -que es la trama de la tela- y desde ahí crear patrones, secuencias, repeticiones, superposiciones y ritmos. Es como un juego con muchas posibilidades. El bordado es el único territorio en mi trabajo donde no interviene la opinión del cliente, como me sucede con el trabajo editorial. Es un lugar personal que nació buscando esa libertad y es algo que trato de preservar, aunque he hecho algunos trabajos por encargo. Puedo pasar muchas horas bordando, es como una terapia zen muy recomendable", cuenta Picchetti.
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