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¡No queremos salir!

Los padres, María José y Sebastián. Los niños, Clemente y Pedro. Hasta Martaluna, el perro, prefiere quedarse en la casa. De los dos años que llevan viviendo en medio de este bosque valdiviano en Puerto Varas, las ganas de salir de paseo -aunque sea por el día- han sido nulas. Porque incluso el chucao, un pájaro que por su especie se sabe que es tímido y esquivo, ha construido su nido en uno de los árboles. Según Sebastián, se emboscaron y no lo han hecho tan mal.

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En el espacio principal de esta casa camino a Ensenada no existen las paredes. Cocina, living, comedor y hall de entrada se unen bajo la premisa del ensamble. Mientras María José prepara la leche de Pedro (8 meses), observa cómo Clemente (3 años) dibuja extasiado en uno de sus libros sobre el piso del living, y al mismo tiempo se da cuenta de que su padre va saliendo muy temprano a trabajar por la puerta de entrada. No hay separaciones, ni siquiera se imaginan su vida con ellas. "Yo quiero un lugar donde nos veamos todos. Incluso si tenemos invitados o estoy cocinando, mi hijo jugando en el living, todos nos vemos y estamos todos en contacto. No queríamos el espacio de los chicos o el de los grandes. Aunque es caótico porque los niños terminan por tomarse el lugar", dice María José.

Es extraño que en dos años no hayan salido de paseo, los volcanes y sus alrededores merecen mínimo una visita… Sebastián: Aunque no lo creas, esta casa para nosotros es una especie de imán. La Coté vivió toda su vida en Puerto Varas, yo soy santiaguino. Cuando nos casamos, vivíamos en Colón con Vespucio y de eso pasamos a esto. Nos amoldamos a este clima, a la onda, al estilo de vida. Tuvimos una vecina que no se la pudo y partieron de vuelta a la capital. Para nosotros ha sido todo lo contrario.

¿Y qué les da la pauta en su vida cotidiana? María José: Vamos funcionando con los ciclos de la naturaleza, eso ha sido lo mejor de todo. Clemente es el que más goza. Saca bichos, se sabe los nombres de los árboles, aprendió  de su crecimiento y que alguna vez fueron una semilla. Los dos están muy cerca de la tierra, están ahí con los zancudos y ni siquiera se rascan cuando los pican.

¿Cómo se introdujeron en el bosque? S: Llegamos con la idea de siempre respetar el bosque, fue él quien nos entregó las coordenadas. La casa se instaló donde no habían árboles. Modificamos lo necesario como para recibir luz, protegernos de la humedad y listo.

¿Y luego el jardín? S: Salen flores naturalmente, además de todo lo nativo que ya estaba o ha nacido con el tiempo. Canelo, ulmo, arrayán. Aquí existe gente que tira veneno en el pasto para que no crezca el helecho y nosotros cero posibilidad. Vamos de a poco cortando, cuidadosamente.

MJ:  Otro punto importante, no tener vista. Toda la gente busca sitios con vista al lago o a los volcanes, lo de nosotros fue distinto. Sabemos que la vista significa viento y tendríamos que haber hecho jardines, esperar que los arboles crecieran para instalarnos. Nosotros queríamos aislarnos ciento por ciento y no toparnos con ningún vecino, meternos en una cueva dentro del bosque.

Sebastián, tú eres arquitecto y María José es pintora, ¿cómo le dieron forma a la casa? S: En una primera etapa y con la ayuda de seis maestros, levantamos todo. A los seis meses ellos se fueron y nos vinimos nosotros.

MJ: Pero esto no se acaba, porque seguimos nosotros (ríe). Sebastián lijó el piso, yo lo barnicé. He pintado todo, he empapelado. Es una casa que sigue cambiando. La mesa del comedor la hizo Sebastián con los retazos que sobraron de la construcción. Reciclamos y reutilizamos objetos constantemente. Lo que más me gusta son los inmensos ventanales del espacio principal, porque son como un gran cuadro natural, no hace falta echar mano con un pincel.

S: Para las vigas del living usamos dos postes del alumbrado público de la región hechos de alerce, muy antiguos. Otras cosas de viejas casas alemanas. Herencias familiares, si el tío abuelo iba a botar algo, lo pintábamos, lo arreglábamos y lo mejorábamos.

¿Y la cocina? MJ: Nuestra forma de vivir aquí no fue planeada, salió sola. Cada vez necesitamos menos comprar y consumir, de hecho hemos aprendido a fabricar nuestras cosas. Ayer por ejemplo, usamos la cocina a leña para hacer pan. Es de termo cañón y tiene capacidad de 90 litros de agua. Con esto hervimos el líquido, calefaccionamos la casa, tenemos agua caliente y cocinamos. Es un elemento fundamental y típico del sur. En invierno nos reunimos alrededor de ella, es automático.

¿Cómo se han delimitado sus preocupaciones domésticas, teniendo en cuenta que el clima en este sector es completamente diferente al de Santiago? MJ: Hemos tenido que aprender, pero nos gusta. Aquí en el bosque el ambiente es mucho más húmedo, entonces si se nos queda una toalla afuera se quedó húmeda para siempre. A nosotros nos preocupa que no entre el agua a la casa durante el invierno, en Santiago te preocupas que no entren a robar. Hice unas cortinas gruesas que logran regular la temperatura de la casa por lo menos a 5 grados más cuando están hasta abajo. Tenemos que jugar, de repente subirlas, otras veces bajarlas… Lo que hay que tener claro es que el sur no es gusto para todos.

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