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Una pareja de polistas abre su casa de campo en la zona norte de Buenos Aires. Allí se encuentra una de las sedes más distinguidas de este exclusivo deporte.

“El juego de polo, que se desarrolla a caballo, debe ser tan antiguo como el medio empleado. El caballo es uno de los primeros animales sometidos a la domesticidad por los pueblos antiguos civilizados…” Así, la pagina web de la asociación Argentina de Polo, aborda los orígenes de este juego vinculado a las costumbres de campo. La entidad, rectora del polo en la Argentina y principal referente en el mundo, regula el hándicap de todos sus jugadores, los torneos y, claro está, las reglas del juego. A ella pertenecen Alexandra Kingsley y Juan Francisco Quintana Feliú, una pareja de polistas - inglesa ella, argentino él - viajeros y apasionados del campo, que conviven en una antigua casa al norte de la provincia de Buenos Aires.

Allí, en medio del campo infinito, se distingue el casco que ella misma recicló para convertir en ‘bed & breakfast’ y recibir a amantes del polo, además de otros huéspedes ávidos por conocer el verdadero campo argentino. No hay carteles, apenas una tranquera varios metros hacia adentro de la ruta 34 que indica la entrada de “El Ombú”, nombre gauchesco con el que se bautizó a esta casa.

Después llega la sorpresa: la casa cuidadosamente acondicionada y decorada a pesar de estar lejos de todo; una lejanía simulada, ya que el pueblo de Pilar está a solo 10 km, que sus dueños recorren habitualmente para abastecerse de productos frescos.

Es Alexandra quien cuenta que en esta zona de la provincia hay varios clubes de Polo y que buscaron especialmente la casa por su ubicación estratégica: “Practicamos polo al menos cuatro veces a la semana en un club que está justo enfrente. Allí atrás, también están mis doce caballos y vivimos rodeados de amigos que viven de la misma forma. ¡No podríamos vivir en ningún otro lugar del mundo!”, explica.

Que el polo tiene un mundo propio, casi un mundo paralelo, es bien sabido. Sus jugadores provienen de tradicionales familias de campo y sus entusiastas son, también, amantes del campo, los caballos y la vida al aire libre. El polo es, en palabras de sus expertos, un estilo de vida al que difícilmente se puede renunciar.

Sin embargo, mas allá de los grandes nombres que deslumbran en abiertos y torneos, hay infinidad de polistas anónimos que configuran este universo polero. Son ellos, los que dan vida a un estilo tan característico del campo argentino.

“Es que el polo no es solamente un deporte, sino todo lo que conlleva” señala Juan, y agrega: “Es vivir en el campo, criar caballos, practicar con amigos, tomar mate con los petiseros… yo me críe viendo polo y rodeado de caballos. Para mí todo eso era tan natural que prefería andar en bicicleta. Recién a los 15 años me dediqué de lleno a jugar y dar servicios de polo”, concluye.

Juan, como tantos otros polistas jóvenes, encontró una veta comercial que le permite vivir de lo que ama: asesora a extranjeros que llegan a la Argentina a comprar caballos, les da clases de polo y les enseña a vivir el polo en su versión local. “Argentina es la meca de este deporte y los fanáticos de todo el mundo sueñan con pasar temporadas acá”, explica y menciona que fue de ese modo como conoció a Alexandra, por entonces ya afianzada en Buenos Aires.

“Llegué hace seis años - cuenta ella- antes de eso viví diez años entre Londres, París, Hong Kong y China. Un día simplemente no pude más, dejé mi trabajo en finanzas, me dediqué a estudiar cocina y me mudé al campo, a las afueras de París. Fue allí donde empecé a practicar polo. A la ciudad iba solo lo necesario para ocuparme del Deli que había instalado con unos socios. Después de cinco años, decidí probar suerte en Argentina y nunca mas regresé”.

Con el tiempo, Alexandra instaló el original bed & breakfast con el que sostiene la casa y, con su expertise culinario, se hizo conocida entre viajeros frecuentes y otros esporádicos.

“Amo vivir acá, rodeada de mis perros y caballos. No lo cambiaría por nada y tampoco volvería a la ciudad”, declara señalando la inmensa llanura que rodea su casa.

Ella pertenece a la nueva generación de mujeres polistas, un género que se intensificó en esta década y que cambió el panorama de un deporte desde siempre masculino. “Cuando empecé a jugar polo en Francia, fue a través de un primo franco-argentino que tiene campos allá y es polista, pero éramos muy pocas” explica Alexandra y agrega que en aquella época, las mujeres que practicaban polo sin pertenecer a familias tradicionalmente vinculadas con el ambiente, eran una rareza.

“Hasta hace unos años, las polistas eran solamente esposas o hijas de jugadores profesionales, pero ahora somos cada vez más las que elegimos el polo como estilo de vida”, sintetiza.

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