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Qué bien huele

Con ustedes Farina desde Alemania y Acqua di Parma desde  Italia, dos casas tradicionales, dos espíritus distintos para un mismo placer: la colonia.

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Lo decía magistralmente Proust en “En busca del tiempo perdido“: “…contiene serenamente en la diminuta y casi impalpable gota de su esencia la vasta estructura del recuerdo”. Es el olfato, el más primitivo de los sentidos que evoca la memoria y vividas sensaciones. Como en el ritual del baño. Una ducha revitalizante, envolverse en las notas frescas de la bergamota, la lavanda o el azahar. El cuerpo que se renueva como si el agua y la colonia depositaran en cada poro una gota de alegría. Son notas frescas que dos casas europeas siguen produciendo hasta hoy con apego a la tradición y las bien guardadas recetas originales: Farina en Alemania y Acqua di Parma en Italia.

LA NARIZ DE COLONIA

“He descubierto una esencia que me recuerda una mañana de primavera en Italia, de narcisos de montaña, flor de naranjos justo después de la lluvia”, escribía en la ciudad de Colonia, Alemania,  Giovanni Maria Farina en 1708, dando vida a la famosa agua de Colonia, que con el tiempo extendería su nombre a toda una categoría.

Perteneciente a una familia de tradición de perfumeros y destiladores del Piemonte italiano, Giovanni, la nariz de los Farina, junto a su hermano instalaron en la ciudad alemana la “manufactura de perfumes más antigua del mundo”, un nombre que recorrería la cortes europeas y que hasta el día de hoy, más de 300 años después, conserva el mismo aroma original.

La casa Farina describe al perfumero como un gran compositor que crea primero en su cabeza la partitura de notas, fragancias que después serán mezcladas, unos tonos más altos, otros centrales, armonías olfativas, una sinfonía que suena siempre de la misma forma aunque pasen los siglos. Algo que para nosotros resulta obvio, pero que en el XVIII, cuando no existían aún las esencias sintéticas, no lo era. Farina lo logra estableciendo muestras de referencia de esencias y mezclas.

OLOR A CORTE

El emperador Carlos VI de Austria envió un frasco de Eau de Cologne Farina a cada príncipe del imperio, 36 en total, para convencerlos de apoyar  la sucesión en el trono de su hermana María Teresa, reina de Hungría y Bohemia, quien también se sumó -a la muerte de su hermano en 1740- a la pomposa clientela de los hermanos italianos. “No hay casa real o imperial en Europa que yo no provea”, decía Farina. Una tal Madame Billy le compró por más de 20 años. “Estimada Madame,  como sabe muy bien, y esto es sabido por las mejores cortesanas, por medio de la limpieza y con mi perfume en su piel será joven como nunca antes”, decía la nariz italiana, refiriéndose a la fama de afrodisíaco que había adquirido. Se cuenta que probablemente Casanova, en sus correrías por Colonia con la mujer del alcalde también la habría comprado. Y más interesante resulta el serio consejo que el propio emperador José le da a su hermana María Antonieta a propósito de la ausencia de hijos en su matrimonio con Luis XVI, confirmando la importancia en el campo amatorio del perfume. “Un paño con el agua de Colonia Farina aplicado en las partes privadas” de la reina podría favorecer la descendencia.

Otros usuarios reales fueron Luis XV, Catalina la Grande, Federico el Grande de Prusia o el príncipe elector de Colonia, Clemente Augusto, que para su uso personal utilizaba cerca de 40 frascos al mes, algo más de uno al día. Y Napoleón lo llevaba en sus botas, hechas a propósito para poder contener la botellita de eau de Cologne.

AUTéNTICAMENtE ITALIANA

Acqua di Ungeria, Eau de Barbados, las mezclas tomaban el nombre de la ciudad de origen. El ‘acqua mirabilis’ común en los siglos XVII y XVIII era un nombre genérico para las aguas con alcohol, esencias y otros ingredientes, distintas recetas de destilados usados en perfumería y en medicina.

El Acqua di Parma, mucho más reciente, nace en 1916 en la ciudad de Verdi y del Pamigiannino, llegando hasta nuestro días con la misma receta inmutable. “La primera y auténtica colonia italiana”, como se autodefine la marca del tradicional envase cilíndrico amarillo, usa solo ingredientes naturales y su ADN lleva impreso el amor por la factura a mano y el cuidado artesanal parte del modo de ser italiano para un aroma de estilo fresco y elegante. Popular en los años 30, con su sobrio frasco art deco traspasó las fronteras en los 50 gracias a Hollywood. “En los años del gran cine italiano el Acqua di Parma se vendía en las sastrerías masculinas, no existía un prêt-à-porter por lo que los hombres elegantes se hacían los trajes. Estos actores descubrieron la colonia ahí y la llevaron más allá del océano”. La ropa de los caballeros era rociada con Acqua di Parma antes de entregarse a los clientes, cuenta Paola Paganini, marketing manager y responsable del desarrollo de productos .

Con los años el nombre se amplió a otros artículos como velas, set de afeitar (la colección Barbiere para caballeros) y fragancias nuevas como las femeninas inspiradas en las flores de los elegantes jardines de Italia o la línea Hotel para establecimientos de lujo.  “Estos 100 años han transcurrido dejando inmutable todo aquello que ocurría hace un siglo. Hemos sumado tantos nuevos elementos, nuevos productos, categorías, pero lo que pasaba hace 100 años ocurre también hoy con el mismo cuidado, el mismo detalle, artesanía y manualidad, en los mismos lugares de antes, un pequeño taller artesanal. La fragancia colonia, la original, de la que hemos nacido, no ha cambiado en 100 años”.

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