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Retorno

Un ejercicio bastante inédito. Una restauración que en lugar de modernizar logró volver una casa de arquitectura notable a su estado original.

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Constanza Echeverria y Hernán Cruz -ambos arquitectos, casados hace más de 15 años- vivían cómodamente cerca de los trabajos y los colegios en una Ley Pereira, en Francisco de Aguirre, hasta que la familia creció y la casa se hizo pequeña. Buscaron por largo tiempo hasta que encontraron otra, que a pesar de no tener tantos metros cuadrados, de tener un solo piso, se sentía espaciosa y llena de posibilidades.

Constanza cuenta que es parte de un conjunto diseñado por Carlos Elton y Sergio Araya alrededor de 1978, que además de los tres tipos de casas que contiene, los arquitectos hicieron una urbanización muy bonita; la calle tiene un ensanche, hay dos plazoletas y muchas áreas con árboles: “Es un proyecto bastante novedoso e integral para su época, basado en la tipología de la casa patio. Algo que de alguna manera Christian De Groote y Víctor Gubbins habían trabajado en una calle cercana. Muy inspirada en las casas de Jardín del Este; albañilería en ladrillo, una construcción muy sencilla, pero muy plástica a la vez”. Les gustó que se estructurara en torno al patio interior, que la parte pública -el living, comedor y cocina- saliera a un jardín independiente a otro que conecta desde los dormitorios. A eso se refería su dueña con ‘múltiples posibilidades de ser habitada’: “Hoy la casa tiene tres jardines, con 160 m² edificados; un poco más con la ampliación de la cocina”.

Antes existió otra dueña. Las posibilidades que ella vio eran totalmente distintas e hizo una serie de transformaciones. Convirtió el patio interior en un taller de cerámica y en bodega el espacio que hoy ocupa un escritorio; cubrió la mayoría de los abundantes ventanales. La pareja de arquitectos compró la casa con bastantes diferencias a lo que mostraban los planos originales que encontraron en un libro publicado por la UC. “Con ayuda de ese plano volvimos la casa a su estado inicial, casi como si estuviera recién entregada. Recuperamos el techo de alerce del acceso, aclaramos los ladrillos que habían sido pintados oscuros, sacamos los pisos y expusimos el batuco; cambiamos las ventanas por termopaneles con marcos de aluminio, como eran en el diseño; arreglamos los baños y rescatamos las lucarnas que habían clausurado”. El resultado tiene un aspecto contemporáneo pero logrado con los materiales de la época.

“Las cosas que están en esta casa no se reunieron por un afán de decorar. Tienen más que ver con cómo se ocupa y se vive la casa, también con la historia de nuestras familias. Nosotros la habitamos con la sencillez y simplicidad de los actos primordiales. Los arquitectos que la hicieron tenían mucho oficio, ponían gran atención a los detalles constructivos, pero sin un diseño exacerbado. Hay una eficiencia de los medios que le da una belleza en la simpleza”, dice Hernán Cruz. Su mujer resume el conjunto como una colección de muebles y objetos especiales que ellos valoran más allá de lo común: “Todos tienen una historia. En la sala de estar hay un sofá muy bonito que fue de la abuela de mi marido. Los del living eran de mis abuelos, incluyendo una chaise longue.

En los años 20 ellos trajeron de Francia una de las lámparas que tenemos. La mesa del comedor era de mi suegro, Alberto Cruz Covarrubias, un diseño del arquitecto Miguel Eyquem que aparece referenciado en el escrito de la capilla de Pajaritos. Hay una escultura de Ennio Iommi, escultor argentino del movimiento del arte concreto, regalada por el artista a los padres de mi marido, y otra de Claudio Girola, otro de los fundadores de la Católica de Valparaíso”.

En los pocos metros lineales de muro, donde no dominan los ventanales, el protagonismo lo tienen grandes pinturas realizadas por Hernán Cruz Somavía. Su paleta de colores en torno a los negros, dorados y platas ocupa una esquina del living, un muro del comedor y el acceso, plegándose al enmaderado del cielo. “Se nos ocurrió ponerla ahí y la verdad es que forma una continuidad cromática muy atractiva”, comenta la dueña de casa. Cuando ampliaron la cocina hacia el patio de servicio apareció una dimensión nueva, donde ubicaron otro cuadro de Cruz para potenciar la profundidad que habían ganado.

Ahí estaba el único defecto que veían en el planteamiento planimétrico original -el patio de servicio ocupaba parte importante del jardín público- y el único cambio que quisieron hacer, crecer con la cocina sobre ese suelo e incorporar al interior el verde de ese jardín.

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