Tradición de familias

Un vino hecho en casa, llevar el mar en la sangre y la pasión por lograr los mejores cuchuflís. Más que tres rubros, tres pasiones traspasadas de generación en generación.




En Tongoy, amor por el ostión

Hace poco más de un año murió Leonardo Carvajal (conocido como el ‘Huaso Leo’), emblemático dirigente de los pescadores de Tongoy, quien marcó un antes y un después al profesionalizar los cultivos marinos de pequeña escala en la zona, especialmente del ostión. Pero su legado no quedó ahí; además de su aporte a la acuicultura de la zona, su hijo Piero Carvajal (35) continúa con el amor y respeto por este sabroso molusco, al igual que su hermano. “Nacido y criado en Tongoy, a los 5 años ya andaba arriba de un bote”, cuenta. Hace seis años, y luego de tener que dejar la universidad por temas económicos, se unió a su padre, ayudándolo a impulsar el negocio y surtir con sus productos a diversos restaurantes a lo largo de Chile. Hoy cultiva y cosecha a sus “amores” junto a otros siete pescadores. “Donde estaba mi papá siempre había ostiones, él nos inculcó que el respeto y el cariño por el mar son la clave. Hace un tiempo le di por primera vez a mi hija de 2 años, tuvo buena venta. Es que no hay como los ostiones de Tongoy”, sentencia Piero. @piero_tongoy

Foto: apuntesyviajes.com

Don Sergio, cuatro generaciones haciendo cuchuflís

En 1939 el matrimonio de españoles María Luisa Roncero y Luis Alberto Fuentes llegaban en el “Winnipeg” a Chile y traían consigo la receta de múltiples dulces españoles. Ya en el país comenzaron a elaborar a mano turrones, manzanas confitadas y cuchuflís, los que vendían en la playa y ferias cercanas. En la fábrica familiar, una de sus hijas, Carmen, conoció a don Sergio, quien se transformaría en su marido y quien da el nombre a este emprendimiento familiar que ha pasado de generación en generación y que hoy lidera su nieto Víctor Rivera (34). “Partí vendiendo cuchuflís en la playa a los 8 años y a los 13 aprendí a hacerlos”, cuenta. Hoy junto a dos ayudantes, es él mismo quien hace a mano las cerca de 4 mil unidades que fabrican diariamente y, además, quien ha liderado la modernización del negocio incorporando la venta al por mayor, delivery, redes sociales e innovando con nuevos barquillos. En la fábrica, aún ubicada en Papudo, siguen usando las mismas planchas que sus bisabuelos usaban y la misma receta, un batido con solo agua, harina y azúcar, nada más. “En el colegio se reían de mí, era el hijo del cuchuflero. Hoy me siento orgulloso, heredé una receta única y eso es mérito de mis bisabuelos. Espero que estén orgullosos de cómo un negocio de playa y estacional hoy ha crecido y se mantiene constante todo el año. Lucas, mi hijo de 13, a veces nos ayuda a empaquetar, pero para él más que un trabajo sigue siendo un juego”, relata Víctor. @cuchuflis_donsergio

Carmen Espinoza, tercera generación de la familia, hace 25 años en la playa de Papudo.

Tinta Tinto, uva y corazón

Tras 13 años trabajando como enólogo en Viña Indómita, el agrónomo Roberto Carrancá renunció y hace una década comenzó a hacer su propio vino en su casa en Algarrobo, sin imaginar en lo que se transformaría. Amigos y familiares comenzaron a pedirle, su señora, Javiera Fuentes (psicóloga), se hizo cargo de la comercialización y el 2015 debutaron oficialmente con Tinta Tinto, año en que sus hijas Sofía y Francisca tenían 17 y 13, respectivamente. Dos años después la hija menor –estando aún en el colegio– lanzaba su primera etiqueta con el 40% de la producción exportada a Dinamarca, Inglaterra y Austria, entre otros. Hoy, Roberto ve todo lo relacionado con los vinos: revisa la uva, decide cuándo se corta, cuándo se vinifica y además lleva la administración; Javiera es la artista, quien pinta una a una las 10 mil etiquetas que producen anualmente, embotella, ve las ventas y juntos encapsulan, todo en el garaje de la familia. La mayor de sus hijas es la responsable de pesar la uva que llega a la casa y participa del delivery; mientras que la menor del clan ya va en la tercera cosecha de su vino. “El hacerlo con nuestras manos y pasión, mezclado con técnica, se transmite en el producto. Nuestra energía familiar se percibe, se siente la diferencia. Es ancestral, sin productos químicos, más profundo. Sin duda, es un vino con buenas vibras”, sentencia. @tinta_tinto

Foto: Dario Vargas.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.