Review | Avatar: El Camino del Agua es una espectacular fusión de espectáculo visual y discurso ambientalista para solventar el futuro de esta franquicia

James Cameron vuelve a lo grande para sustentar no solo la expansión de la saga de la película que más dinero ha recaudado en la historia, sino que también para ratificar que los blockbusters pueden ser más que solo un gran show de pirotecnia.


“¡Maldita humanidad!” es una frase que se refuerza al experimentar la historia de Avatar: El Camino del Agua.

De hecho, durante un momento climático de sus espectaculares secuencias finales de acción, esta secuela logra algo realmente inaudito: que como audiencia celebremos la muerte de seres humanos. Hasta con verdadero gozo por las cuentas pendientes que son saldadas.

Lo anterior es algo que se concreta por la forma en que la película vuelve a poner sobre la mesa a la codicia capitalista, impulsada tal como en la primera entrega por un afán explotación de recursos naturales, y también por cómo la historia termina abriéndose para exponer el peligro que representa la amenaza definitiva: que la vida humana se extienda sin límites a costa de los otros seres vivos que viven en el llamativo mundo de la pachamama biolúminica consciente de Pandora.

En ese sentido, James Cameron nunca ha escondido su alerta apocalíptica o su discurso ambientalista, algo que solo se ha reforzado desde que comenzó sus viajes submarinos tras el éxito de Titanic, por lo que esta secuela es utilizada como plataforma para poner sobre la mesa temáticas que exponen a la crudeza del accionar humano y la forma en que somos capaces de arruinar el mundo.

Claro, obviamente algunos clamarán que una película que está obligada a hacer tanto dinero en recaudación no puede tener el descaro de avanzar con ese tipo de foco, pero la gracia es que James Cameron, probablemente el único director con el cheque en blanco para hacer lo que se le plazca, no genera ningún discurso solapado ni genera una falsa sensación de que esto es una fantasía de ciencia ficción que solo quiere entretener. Funde todo eso y más para lanzar sus torpedos como un bello tortazo en la cara cortesía de la inmersión 3D que aquí llega a un nuevo nivel.

Si bien lo primero que la mayoría expondrá al hablar de esta película será la proeza técnico-visual de la creación fotorealista de sus efectos digitales, que sin duda están en un nivel superior a todo lo visto hasta la fecha en un cine, son las temáticas que se establecen en medio del jolgorio biolúminico las que terminan dándole el impulso a una idea: no hay nada como Avatar en el escenario actual de blockbusters mediocres creados de forma seriada.

Avatar: El Camino del Agua no solo es un espectáculo visual, llevado al siguiente nivel con las secuencias acuáticas que aquí son exploradas, sino que también expone un verdadero valor narrativo para conectar con nuestra consciencia social sobre las problemáticas ambientales que están literalmente matando a nuestro mundo. Por eso las críticas usuales, que hablan de que Avatar no tiene historia o es una mera copia de cosas ya vistas, es absurda.

Como primer gran tema, esta secuela está marcada por el valor de la familia y las dificultades que eso acarrea tanto para padres como para hijos. El comienzo se enfoca en plasmar qué diablos sucedió luego de la victoria que garantizó la expulsión de los humanos desde Pandora, para rápidamente establecer un entorno en donde hay muchas cuentas pendientes y otras nuevas que hay que pagar.

Jake Sully, convertido en el líder de la tribu Omaticaya tras sus proezas como Toruk Makto en la primera película, ha formado una familia junto a Neytiri. Ese núcleo está conformado en sangre por Neteyam, el primogénito que busca seguir los pasos de su padre, Lo’ak, el segundo hijo más impulsivo que está a la sombra de su hermano, y Tuktirey, la inocente hija menor que siempre está en peligro. A ellos se suman Kiri, la hija adoptiva cuyo origen marca la gran interrogante al estar relacionada con el avatar de la doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver), y “Spider”, un joven humano adoptado que fue dejado atrás y que se logra integrar a las costumbres Na’vi.

En ese entorno de paso de batuta generacional, con los personajes jóvenes teniendo un foco protagónico que por momentos deja en un completo segundo plano a los protagonistas del original, la familia Sully vive en completa armonía por más de una década. Sin embargo, inevitablemente todo cambia una vez que las fuerzas humanas vuelven mucho mejor preparadas, cortesía de los avances de la tecnología de impresión 3D, para seguir con la misión de explotación de las riquezas de Pandora. Y esta vez no solo vienen por el metal unobtanium.

Un año después de ese retorno, los humanos logran crear una gigantesca ciudad de la nada, mientras los Na’vi inician pequeños contraataques a la usanza de la guerra de guerrillas, A partir de ahí, una nueva amenaza comienza a apuntar directamente contra la familia Sully, ya que los humanos han creado un escuadrón de la muerte conformado por Recombinantes: humanos fallecidos cuyas consciencias fueron transportadas de forma permanente a avatars Na’vi. Entre estos están Miles Quaritch, el coronel “Papá Dragón” que fue el gran villano de la primera película, y otros soldados fallecidos que estuvieron a cargo de resguardar la primera colonización. Por ello, la venganza es uno de los tópicos clave de la secuela.

Todo ese entorno de peligro inicial, que con suerte implica a la primera media hora de esta saga de tres horas, provoca un gran problema para los Na’vi, ya que a pesar de que los humanos y sus máquinas han podido ser mantenidos a raya debido a los ataques de los animales de Pandora, los Recombinantes no son detectados como una amenaza por la pachamama Eywa y pueden escabullirse hasta generar una situación de peligro que pone en verdadero riesgo a los hijos de Jake.

Manteniendo un necesario movimiento para adentrarnos en nuevos lugares, como parte de esta historia terminamos conociendo a las costas de Pandora y nuevas tribus Na’vi, aunque es necesario recalcar sin entrar en mayores detalles que no solo las fuerzas humanas seguirán en búsqueda del líder de la insurrección, pues también comienza a revelarse el alcance de la explotación humana.

En todo ese esquema, Avatar: El Camino del Agua tiende inicialmente a avanzar de forma entrecortada en su relato debido a la forma en que deben recapitular y reencantar con Pandora, pero una vez que entra en juego todo el escenario de los océanos, la película realmente explota con su creación de mundo, incluyendo los diseños de las criaturas y los escenarios, así como la vida digital de creaciones por computador que se sumergen en el agua a partir del trabajo de captura de movimiento liderado por el equipo comandado por Cameron.

Pero, repito, más allá del increíble trabajo visual, lo más llamativo radica en el hecho de que cada aspecto de ese mundo está bien pensando, siguiendo a la tónica del espíritu que conecta a cada ser vivo de Pandora y a la necesidad de que crear un medioambiente que no es terrícola. Es ahí en donde dan un impulso filosófico-espiritual para decir algo sobre la comunidad, el ciclo de la vida y la forma en que todo es trastocado por el afán terrícola en donde el consumo nos consume.

También es relevante dejar en claro que la propia familia de Jake y Neytiri es el foco de otras temáticas que nutren a la historia de forma interesante. Como Sully era un Na’vi artificial, sus hijos tienen un dedo más y son vistos como verdaderas rarezas infernales por los Na’vi de la tribu acuática de los Metkayina. Al mismo tiempo, como los Na’vi azules vienen desde los bosques, también son mirados en menos al no estar adecuados para la vida en el mar. Mal que mal, los nuevos Na’vi de color calipso tienen cuerpos evolucionados - con todo y colas potentes - para desplazarse con gracia por el agua.

Claro que Avatar: El Camino del Agua no solo se queda en los Na’vi, ya que esta secuela incluye la presentación de los Tulkun, gigantescas criaturas marítimas parecidas a las ballenas que terminan robándose la película al ser el reflejo de la historia expansiva de conservación de Pandora en relación a nuestro propio mundo. El diseño de los Tulkun es llamativo, pero estos cetáceos extraterrestres cobran verdadera vida una vez que James Cameron quita el velo y pone sobre el tapete lo que quiere plantear sobre la explotación descontrolada.

Es en ese aspecto en donde está el valor indudable de una película que es tanto el espectáculo más grande que puede ser visto en pantalla grande como una propuesta que quiere decir algo importante. De hecho, aunque la batalla final debe estar entre lo más épico y explosivo que se ha visto en un cine, el clímax de esta secuela brilla más allá de su gran sentido del espectáculo, pues también posee plena conciencia en el uso de los espacios y la caracterización de sus personajes para avanzar en servicio de la historia mayor que cruza venganza, familia y conservación. Y en ese camino, queda claro como el agua que no hay otro como James Cameron.

Avatar: El Camino del Agua ya está disponible en cines.

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