¿Por qué Porsche celebra los 30 años del Mercedes-Benz 500 E?

Hace treinta años, la antigua Daimler-Benz encargó a Porsche un sedán de altas prestaciones. Hoy, dos de las personas implicadas en el desarrollo del Mercedes-Benz 500 E recuerdan cómo fue aquel proyecto conjunto.




Se presentó en el Salón de París de 1990 y salió a la venta el segundo trimestre de 1991. El Mercedes-Benz 500 E impresionó al mundo a comienzos de aquella década por la manera en la que combinaba la comodidad de una limusina con las prestaciones de un auténtico deportivo. Pero aquel auto que llevó la conocida flecha de plata en el frontal, también tenía mucho del ADN de Porsche. ¿Cómo así? Claro, porque las dos compañías de Stuttgart trabajaron en conjunto para dar vida a esta bomba que ahora cumple 30 años.

Un paseo por la historia

Michael Hölscher y Michael Mönig, ambos ingenieros de Porsche, se sentaron por última vez en el Mercedes-Benz 500 E hace casi tres décadas. Hoy la marca les planteó un desafío: tienen por delante un recorrido de 100 kilómetros, pasando por Zuffenhausen, Weissach y Sindelfingen, con inicio y fin en el Museo Porsche.

La unidad corresponde 500 E Limited de la colección Porsche. “Al observar el auto hoy, resulta casi imposible creer que hace 30 años fuera posible hacer un diseño tan perfecto sin ayuda de computador. Tengo un enorme respeto por mis colegas encargados de la parte de carrocería”, dice Hölscher mientras mira al auto como si se tratara de un viejo amigo al que no ha visto en mucho tiempo. Él y Mönig siguen hincados, maravillándose con las aletas ensanchadas, una de las características que distinguen al 500 E del resto de modelos de producción de la serie 124.

En 1988, en Untertürkheim, Daimler encargó el desarrollo a Porsche. En el contrato estaban especificados los detalles para el “diseño y desarrollo en serie experimental sobre la base del  W124”. Su motor sería el V8 de 5.0 litros y cuatro válvulas por cilindro del 500 SL. Para abril de 1995 se habían entregado 10.479 unidades, todas ellas de solo cuatro plazas porque el diferencial era tan grande que no dejaba espacio para el asiento central.

Una sedán muy alemán

Los dos hombres de Porsche guardan muy buenos recuerdos del Mercedes-Benz 500 E. “Hace 30 años viajé hasta el lago de Constanza con tres compañeros. Pasamos todo el viaje hablando entre nosotros. En un momento dado, uno de ellos miró el velocímetro y se sorprendió al darse cuenta de que la aguja marcaba 250 km/h. Habíamos ajustado el chasis, los frenos y el motor a la perfección, lo que se traducía en una experiencia de conducción excelente”, recuerda Hölscher.

En el apartado de frenos se suscitaron grandes discusiones. Al final, los expertos decidieron montar un equipo más potente que el que utilizaban los modelos base de la gama, para garantizar así unas frenadas óptimas y acordes a las circunstancias.

Con su generoso bloque V8 de 326 caballos y 480 Nm, y la caja de cambios automática de cuatro marchas, el Mercedes-Benz 500 E aceleraba de 0 a 100 km/h en 6,1 segundos, mientras su velocidad máxima estaba limitada electrónicamente a los 250 km/h. “Muy potente, pero nada ostentoso; dinámico y lujoso al mismo tiempo. Este Mercedes-Benz no es un vehículo que llame especialmente la atención de entrada, necesita un segundo vistazo para hacerlo”, dice Mönig sobre el modelo que fue punta de lanza en su época.

Línea de montaje de carrocerías en el edificio Reutter de Porsche

Continúa la ruta. Segunda parada: el antiguo edificio de Reutter, a pocos metros del Museo Porsche. “La puesta en marcha del proyecto nos obligó a optimizar la producción en Zuffenhausen y Weissach”, recuerda Hölscher, apoyado en la pared de ladrillo de la antigua Planta 2 de Reutter, en Zuffenhausen, donde empezaron a ser fabricadas las carrocerías en 1990. Este lugar había estado en desuso y ofrecía suficiente espacio para la línea de ensamblaje que requería el 500 E.

La logística estaba perfectamente definida: Mercedes-Benz enviaba componentes de carrocería de Sindelfingen a Zuffenhausen. En la Planta 2, el equipo de Porsche los ensamblaba junto con otras piezas de fabricación interna, entre ellas el spoiler delantero. Luego, las carrocerías ya completas volvían a Sindelfingen, donde eran pintadas. En la etapa final, los autos eran enviados a Rössle Bau, en Zuffenhausen, donde tenía lugar el montaje final y la instalación del motor.

El proceso de producción duraba 18 días y cada Mercedes-Benz 500 E hacía el viaje de Zuffenhausen a Sindelfingen dos veces. “Desde un punto de vista logístico, enviar y recibir las piezas del vehículo fue un gran desafío. Hay que tener en cuenta que las más importantes tenían que llegar al lugar correcto en el momento preciso”, explica Hölscher.

Proyecto en mitad de una crisis

El acuerdo de cooperación entre los dos fabricantes de Stuttgart no podía haber llegado en un momento más adecuado. Porsche se enfrentaba a una crisis debido a la disminución de los ingresos del negocio de exportación y a la caída de la producción. Casi todos los indicadores económicos eran negativos.

“Una de las lecciones que nos enseñó aquella colaboración en tiempos difíciles fue que hay que hacer frente siempre a los desafíos. Gracias a proyectos como este pudimos mantener a nuestro equipo”, recuerda Hölscher, que trabajó en Porsche desde 1982 hasta 2016, cuando se jubiló.

Al principio, producíamos 10 vehículos al día; pero debido a la demanda, pronto tuvimos que aumentar a 20. “En este momento nos encontramos en el lugar de nacimiento del 500 E, el denominado punto 0”, dice Mönig. El ensamblaje del chasis, la caja de cambios y el motor, un proceso llamado ‘El Matrimonio’, era llevado a cabo en el punto 4, mientras que en el punto 8 era realizada la entrega.

El inicio de la fabricación en serie del vehículo fue un gran momento para los dos hombres. Visitar el antiguo edificio de Reutter les trae recuerdos. Hölscher: “El 500 E fue el primer proyecto del que fui responsable y que llegó a la producción. Han pasado 30 años, pero me parece casi estar viendo cómo los vehículos salen ahora mismo de la línea de montaje”.

También recuerda con cariño el hecho de que a su equipo se le dio mucha libertad para trabajar. Aparte de ser unos apasionados de los autos y las motocicletas, ¿qué tiene en común con su colega Mönig?. “Nos conocimos en la época del 500 E y, a partir de ahí, pasamos a gestionar varios proyectos juntos. Fue un periodo de mi vida muy importante”, dice Hölscher.

Fin de la aventura

El viaje continúa de Weissach a Sindelfingen, donde tiene lugar la cuarta parada. Mönig se siente abrumado tras el volante. “El auto ofrece una dinámica espectacular. Tengo muy buenos recuerdos de aquellos años porque se me dio mucha responsabilidad cuando no era más que un joven ingeniero. El 500 E fue y sigue siendo mi proyecto favorito”, concluye.

Michael Mönig habla apasionadamente sobre las sensaciones de conducción que transmite el vehículo. Él y sus colegas del departamento de fabricación de prototipos pasaron muchos fines de semana en Sindelfingen. “La colaboración con los compañeros de Mercedes-Benz fue muy respetuosa, enfocada y en igualdad de condiciones, y se basó en un gran deseo de alcanzar el éxito”, recuerda. Un momento clave para él fue el primer día, dice, cuando condujo hasta la planta de Sindelfingen con sus compañeros y numerosos prototipos. “Aquel momento fue muy especial”.

En el camino de regreso a Zuffenhausen, la casa de Porsche, escucha el motor V8 con la ventanilla medio abrir. Después, tras estacionar el auto en el taller del Museo Porsche, hablará largo y tendido sobre las excelentes cualidades que siguen distinguiendo al Mercedes-Benz 500 E tres décadas después. Hasta entonces, simplemente disfruta conduciendo este sedán, uno de los más reputados en la historia del automóvil. Es el fruto de la colaboración de dos grandes.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.