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Barcelona, a un año del ataque en La Rambla

"Estábamos nerviosos pero supimos mantener la calma", contó a La Tercera Mireia Padrós, de la Librería La Central de Barcelona, que ofreció refugio a quienes huían del ataque terrorista. "Había gente hablando, otros leían, pero casi todos estábamos con la cara pegada al teléfono. ¡Algunos incluso compraron libros!", recuerda Padrós.

Una mujer deja una flor en un memorial en La Rambla, en Barcelona ayer. Foto: AP

"¿En algún momento sintió miedo?". Mireia Padrós, trabajadora de la librería La Central del Raval de Barcelona, responde: "Creo que miedo no es la palabra. En todo caso, angustia por no saber que estaba pasando. El miedo vino después". Justo hace un año, la emblemática librería se convirtió, durante más de cuatro horas, en el refugio de un grupo de 15 personas durante los ataques yihadistas que sacudieron a Cataluña.

Padrós trabaja desde hace 10 años en La Central. Pasea cada día por La Rambla de Barcelona para llegar a su trabajo y el 17 de agosto de 2017 no fue la excepción. "Llevo mucho tiempo trabajando aquí y nunca me había planteado cómo reaccionaría ante una situación así. Incluso hasta el día de hoy me pregunto cómo pudo pasar esto en Barcelona", cuenta a La Tercera.

Hace un año, una furgoneta blanca embistió contra una multitud del paseo central de La Rambla, en el corazón de Barcelona, llevándose por delante a tantas personas como fuera posible. Este ataque se produjo en paralelo con otro en Cambrils, una ciudad del sur de Cataluña. En total murieron 16 personas, entre ellos dos niños de tres y siete años.

Era una tarde de agosto como cualquier otra: tranquila, los comercios cerrados por vacaciones, turistas paseando por La Rambla y terrazas a rebosar. "De repente vimos a mucha gente corriendo y entrando en la librería. Decidimos cerrar las puertas y esperar. Sacamos unas cuantas sillas, agua y galletas", recuerda Padrós sobre lo ocurrido aquella tarde. Ahora, en la puerta de la librería hay un cartel donde se puede leer: "Estas puertas fueron refugio durante el 17-A. No tenemos miedo".

Ante la especulación de las redes sociales, la única fuente de información fiable que tenían las 15 personas refugiadas en la librería era la pareja de una joven que resultó ser policía. "Estábamos nerviosos pero mantuvimos la calma. Había gente hablando, otros leían pero casi todos estábamos con la cara pegada al teléfono", recuerda Padrós. "¡Algunos incluso compraron libros!". Mireia no se acuerda qué textos compraron. "Creo que eran de poesía", señala.

Mireia recuerda cómo al día siguiente muchos de lo que estuvieron allí volvieron para darles las gracias. Ese día Mireia llegó a su trabajo a pie. Sin embargo, el recuerdo que le quedó grabado fue el silencio que reinaba en las calles cuando por fin pudieron salir escoltados por la policía. "Un silencio que daba miedo", recuerda, ahora, riendo.

Presencia policial

Pese a los 365 días que han transcurrido desde el ataque, Barcelona no olvida. Igual que como ocurre en otras ciudades europeas, el cambio más visible desde el atentado ha sido el aumento de las medidas de seguridad y, en concreto, una mayor dotación de policías en las calles. Una medida que tanto Padrós como los otros trabajadores de la librería aplauden y consideran necesaria. "Sé que no es normal ver a tanto policía por La Rambla, pero por lo menos sé que están. No me gusta, pero me da tranquilidad", señala Padrós.

Después de los atentados, el Ayuntamiento de Barcelona creó un grupo específico para estudiar como se podían reforzar las medidas de seguridad existentes en los puntos más visitados de la ciudad. Este grupo está formado por la Junta local de Seguridad de Barcelona, los Mossos de Esquadra, la Policía Nacional y la Guardia Civil y tiene por objetivo trabajar de forma coordinada para evitar ataques similares en el futuro. Como resultado de la acción conjunta, ahora La Rambla está rodeada de bolardos, maceteros de hormigón y otros elementos que delimitan la zona peatonal. Además, este último año se ha podido observar un notable aumento de la presencia de agentes de la Guardia Urbana de Barcelona y los Mossos de Esquadra, tanto en La Rambla como en otras zonas turísticas.

Desde un inicio, las líneas de trabajo fueron claras: el Ministerio del Interior y la dirección general de la policía recomendaron medidas de protección para evitar ataques como el de Berlín o Niza mediante la instalación de elementos que dificultaran la entrada de vehículos. Sin embargo, la capital catalana fue de las últimas urbes españolas en hacerlo efectivo.

La primera en poner en marcha la reformas en materia de seguridad fue Madrid, con la colocación de grandes maceteros en la Puerta del Sol. En Palma de Mallorca no tardaron en seguir con la iniciativa e instalaron bolardos y vallas de hormigón en las zonas comerciales y de tránsito más importantes y, en Sevilla, rodearon las inmediaciones de los Reales Alcázares y la Plaza del Triunfo con maceteros y demás barreras físicas para proteger a los turistas.

Sin miedo

Durante los días que siguieron a los atentados del 17 de agosto mucha gente se acercó a La Rambla y una de las cosas que más llamó la atención fue el altar de velas, objetos y escritos de todo tipo que fueron aumentando de forma espontánea en el lugar donde se detuvo la furgoneta. Fue la manera de volver a la normalidad. Al cabo de unos días el Ayuntamiento retiró el memorial y, ahora, justo un año después, todo este material está catalogado y se puede consultar en línea. Hay casi 5.000 textos y más de 8.000 objetos. Otra medida para poner sobre la mesa una cuestión fundamental: Barcelona no tiene miedo pero tampoco olvida.

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