Arturo Guerrero: El rostro de La Vega
Comenzó a los ocho años vendiendo hojas de apio y no paró más. Hoy es uno de los locatarios más conocidos de ese mercado, más desde que está en el docureality que lleva a jóvenes que no estudian ni trabajan a ese lugar.
- ¡Oiga, don Arturo, pero estamos más caros que para el dieciocho!
- ¡Como que caros, casera! Si el tomate bajó…
- ¡Pero el brócoli está a mil!
- Hace rato que no hay brócoli. Estas cosas me dan rabia. Lo mismo pasa con el limón. Si el limón sube, pareciera que la gente no va a comer nada más. Hay que ser simplista, si está caro, compre otra cosa.
- Lo voy a proponer para presidente de Chile.
- No, no se preocupe. Aquí en La Vega estoy bien.
La popularidad de Arturo Guerrero (60), relacionador público de la Vega Central, ha crecido. Desde hace dos semanas su cara, que antes aparecía cada cierto tiempo en matinales o programas de televisión, tiene un espacio fijo los miércoles en el nuevo docureality La Vega de TVN. Ahí, el hombre que se convirtió en la voz de uno de los mercados más importantes de Santiago, apadrina a jóvenes que no estudian ni trabajan —también conocidos como “Ninis”— y los emplea en La Vega.
Trabajar con ese grupo fue justo lo que lo motivó a participar en el proyecto. “Es urgente que los adultos nos metamos a apañar a los cabros para ver qué está pasando y hacia dónde van. Es un tema que nadie ha tratado”, dice.
¿Le preocupa la juventud actual?
Sí, bastante. Estamos criando una juventud de altos cafiches sociales. Los jóvenes no tienen participación pero sí opinan. No votan pero sí dicen que los políticos son ladrones. La gran mayoría que conozco perdieron el esfuerzo y los valores que les entregaron sus padres. Tienen todo a su disposición y no saben aprovecharlas. Yo tengo un dicho bien popular: “quien siembre caca, cosecha mojones”.
Vendiendo cachureos
Él es lo opuesto a un “nini”: trabaja desde los ocho años. Desde Valle del Elqui a La Vega de Santiago viajaron Elba Cortés y Domingo Guerrero, sus padres, para buscar nuevas oportunidades. Ellos comenzaron vendiéndoles a los locatarios paltas, higos, uvas, zapallos italianos y nísperos que traía en tren desde el norte. Luego, Domingo arrendó una parcela en la que plantó rábanos, perejiles, cilantro y cebolla. “Él vendía puros cachureos pero así empezó a desarrollarse. Nos dio la oportunidad a todos”, dice Guerrero.
Arturo se crió en torno a La Vega. Estudió en el colegio Rafael Sanhueza Lizardi, ubicado a metros del mercado y empezó a trabajar apenas su padre logró establecerse con un puesto. Los lunes y jueves —días en los que llegaban los embarcadores—, él tenía que recoger las hojas de apio y vendérselas a los comerciantes. También recibía a la gente que llegaba en carretas a dejar las sandías y melones. “Calmaba a los caballos y esperaba a que se enfriaran antes de darles agua”, recuerda.
¿No le molestaba trabajar siendo un niño?
No. Me gustaba juntar mis monedas e ir al Teatro Baquedano y comer sándwich de mortadela. A veces, junto a unos amigos íbamos al Picaresque a mirar por atrás a las mujeres casi desnudas. Era una vida sana pero también maldadosa. El tema de las edades es relativo y se justifica mucho que trabajar desde niño es maltrato. Yo no creo que sea así.
Otra etapa que Arturo vivió a temprana edad fue la paternidad. A los 17 años se emparejó con Clarisa Sepúlveda —también conocida como La Joyita— y casi dos años después tuvo al primero de sus cinco hijos. Un día alguien dijo que La Joyita era “la conviviente de Arturo Guerrero”, no le gustó y le pidió matrimonio.
¿Se casó por la Iglesia?
No. Aunque soy católico, apostólico y romano, pero discrepo con el Papa.
¿Por qué?
Por un hecho puntual con el obispo de Osorno (se refiere al nombramiento de Juan Barros, quien era cercano a Fernando Karadima, en ese cargo). Para mí, el Papa perdió el sentido y confianza de ser una persona transparente. No se dio cuenta de que lo que se estaba comentando no era una falsedad, sino que un hecho real que había sucedido y que la Iglesia había tapado.
Un humilde servidor
A los 23 años, Arturo Guerrero dejó de lado la administración de otros locales, las compras de pimentones en Lampa y se instaló con su primer puesto en La Vega. Le dijo a La Joyita que se viniera a trabajar con él porque “se estaba arranando en la casa” y así nació “¡Xuxa! Me pasé”.
¿Siempre quiso tener su puesto?
No soy muy ambicioso de adquirir cosas, pero había que mirar hacia el futuro, educar a mis hijos y de alguna manera proyectarse como persona.
¿Es muy difícil conseguir uno?
Hoy está complicado porque no hay espacio. Los puestos son como las pololas ricas. Si no la cuidas, cagaste. Hay que tener suerte y constancia. Conozco gente que me pregunta todos los días por una vacante. La Vega está muy atractiva.
Cuando en el 2000 se pensó en cerrar la Vega Central, Arturo dice que salió el dirigente que lleva dentro y tomó la vocería por una de las luchas más grandes ha tenido el mercado.
¿Por qué usted terminó siendo el relacionador público?
Porque parece que no lo hice mal. Salí en pantalla y lo que decía era creíble. Los mismos locatarios empezaron a decirles a los medios que conversaran conmigo. Incluso los productores mandaban a los periodistas a sacarme cuñas a mí.
¿Se siente el rostro de La Vega?
No, soy un humilde servidor. Rezo el Padre Nuestro y creo que es la labor que me tocó hacer.
Los “levantados de chasis”
Por estos días, lo que más lo aproblema es su rodilla. Él es enemigo de los doctores y recuerda que sólo ha ido un par de veces y que no le han logrado sacar más de mil quinientos pesos. “Ellos no me van a robar ningún peso”, dice firmemente y luego agrega: “Pero sé que si me hacen todos los exámenes me van a salir todas las enfermedades. El sobrepeso me está pasando la cuenta”.
A pesar de su dificultad para caminar, Arturo se las arregla para ir al canal, tener reuniones con la Municipalidad de Recoleta, acompañar a La Joyita en sus dos puestos, uno de los que comparte con uno de sus hijos, y conversar con los caseros del mercado.
¿Ha cambiado el público de La Vega?
Sí. Hace diez años empezó un cambio radical y La Vega se convirtió en algo importante con identidad y marca propia. Ahora es parte del país. Además, el público de acá es un reflejo del tipo de persona que hay en Chile. Por los pasajes se pasean los que tienen muchos recursos, los emprendedores o emergentes, que no son clase media porque esa no existe, y los que tratan de mantenerse en la nebulosa.
¿Cuál es el que más frecuenta La Vega?
Los “levantados de chasis”. Les digo así por el auto Ford Falcon que tenía la parte trasera levantada. Son las personas que se cambiaron de un estrato social a uno un poco mejor y se creen el cuente. Vienen mucho porque es su cable a tierra. Ellos también tienen presión de mantener un estatus.
¿Cómo es la relación de La Vega con los extranjeros?
Los recibimos con los brazos abiertos. A veces sufro porque imagínate venir de otro país a buscar una esperanza que ni siquiera está asegurada. Ellos vienen a dormir a una pieza, donde quizás no verán nunca más a sus familias.
¿Los trae a trabajar con usted?
La Joyita es la misionera que les busca trabajo por acá. La Vega tiene sus defectos, pero también sus virtudes. Es acogedora y mata el hambre. Acá los ayudamos a todos.
Además junto con ellos llegan nuevos productos…
Sí, de todo. Acá, la globalización y botar las fronteras está hecha una realidad. La gran mayoría agradece que tengamos cosas de otros países.
¿Qué les recomienda a las personas que nunca han venido a La Vega?
Llegar en metro (estación Patronato) con dos bolsas y una lista de compras. Que vengan relajados y no con reloj, celular, chequera y tarjetas. Sólo con las lucas que corresponden. Los mejores días son los jueves o viernes. Pregunte y sociabilice. Si viene con alguien que ya conoce, mucho mejor. Pero lo ideal es formarse una opinión propia del lugar.
Mientras da esta entrevista, el celular de Arturo no para de sonar. Lo llaman del canal, alguno de sus cinco hijos, familiares y locatarios. Esta vez pide permiso para contestar porque hay una visita escolar del Instituto Alonso de Ercilla en La Vega. “Que ayuden a barrer y a limpiar. Mándalos a ordenar y a cortar verduras. Manda a dos niños a limpiar el baño”, le dice al joven que guía a los estudiantes. “No hay nada mejor que los cabros se enlacen con la realidad”, dice al cortar el teléfono.
¿Piensa en jubilar?
No creo que lo haga. Lo veo difícil. La última vez que me quedé dos días en la casa me dolió todo el cuerpo. No estoy acostumbrado a descansar.
Algunos imperdibles de La Vega
Quesos Arturito
Tiene tres locales en La Vega, y el más conocido es el que está en la entrada, que por su variedad y precios lo han convertido en uno de los sitios más famosos y concurridos del mercado. Grana Padano: $ 3.890 (200 g)/ Azul Paladín: $ 750 (100 g)/ Gruyere: $ 990 (100 g).
Normita
Norma Mallma, chef peruana, ya se ganó un espacio dentro de la gastronomía chilena gracias a sus pasteles. Comenzó con un carrito y hoy cuenta con un local establecido en La Vega y otro en Ñuñoa. Ofrece cheesecake de maracuyá, torta tres leches, torta chocolate con almendras, entre otras. Trozo de torta: $ 1.650/ Torta entera entre $ 16.500 y $ 25.500.
Living La Pizza Loca
Generosos trozos de pizzas hechas en masa a la piedra y con ingredientes muy frescos. Pablo Ferrari, su dueño, complace a todos sus clientes con promociones acompañadas de jugos de fruta. Margarita: $ 2.000/Capresse: $ 2.500. Jugos de frutilla y menta o piña, albahaca y jengibre: $ 1.500
El bigote
Para los abarrotes no hay como este local que tiene productos muy variados y una buena selección de importados. Aceite de oliva Kardámili: $ 4.980 (1l)/ Arroz Tucapel: $ 8.900 (10 kg)/Azúcar Iansa: $ 750 (1 kg).
La ruedita de Luiguitom
Andrés Gálvez ofrece, a través de una gigantesca rueda de madera, frutos deshidratados como melón tuna, manzana, piña, entre otros. Además, distintos dulces de todo tipo de colores.
El chunchito
Carnes nacionales y frescas. “No somos los más grandes, pero sí los mejores”, dicen ellos.
Café Altura
Carrito con café fresco y recién tostado.
Espresso doble y macchiato: $ 1.200
Cappuccino: $ 1.300.
Rosita
Este local atendido por su propia dueña, Rosa Requelme, cuenta con una gran variedad de productos importados desde Perú. Yuca fresca: $ 1.800/ Maíz morado: $ 2.500/ Limón de pica: $ 1.800 kg/ Cúrcuma natural: $ 5.000/ Choclo peruano (congelado): $ 3.000.
El PaleterÍo
Un pequeño puesto que ofrece helados de fruta al agua de sabores como kiwi-plátano, frutilla-albahaca o piña-limón de pica-menta. La paleta cuesta mil pesos.
La casa del queso
Otro puesto con quesos nacionales e importados, además de algunos productos para veganos y vegetarianos. Despunte de Gouda: $ 3.150 kg/ Queso vegano mozzarella: $ 3.900 kg / Queso mozzarella sancor: $ 4.150 kg.
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