Campaña y pasión

Las campañas políticas son una rara mezcla de fervorosa cruzada y frío cálculo. Ambos factores son inseparables, como las caras de una moneda: un esfuerzo electoral que sea sólo fe y entusiasmo arriesga perder el sentido de la realidad y agotarse en el mensaje; pero una campaña que sea puro procesamiento estadístico de votos y tendencias no comunicará esa mística necesaria para inspirar a sus partidarios.
¿Y la actual campaña? De lo que se cocina en los comandos y en las reuniones estratégicas poco podemos saber, pero sí podemos aventurar conclusiones a partir de lo que observamos en las calles de Chile, hoy invadidas por cuadrillas de activistas a contrata dedicados a agitar banderas, cuidar "palomas" y distribuir dípticos a peatones y automovilistas. Y a juzgar por las expresiones faciales, difícilmente se trata de enfervorizados militantes o de devotos partidarios, ni siquiera de seguidores convencidos: la actitud que predomina es la de alguien cumpliendo muy a pesar suyo un horario, y con unas enormes ganas de estar en otro lado.
En el fondo, una forma de activismo "burocrático" desprovista de toda pasión. Basta ver a uno de esos jóvenes que, a pleno sol y mirando al suelo, se limitan a balancear indolentemente una bandera con el nombre de algún candidato o a entregar folletos de un postulante sin mirar a los ojos al receptor. Como si no estuvieran... ni ahí.
Es la campaña del siglo XXI: "Estimado elector, tome el folleto, mire la foto y lárguese. Su voto importa". De nada. (MOJ)
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