Histórico

Carla Castro y el bar Insomnio: Noches de vigilia

Era un boliche de pocos metros cuadrados, en Bellavista. Las mesas rayadas, las paredes llenas de recortes. Las copas atiborradas y las conversaciones que sólo acababan cuando la luz de la madrugada obligaba a bajar la cortina. Eran los 90 y este reducto medio under, progre, vio pasar a artistas, intelectuales, bohemios, políticos. Vio pasar a un par de generaciones que marcaban el Chile que entonces armaba su democracia lleno de ilusión. Ella le puso Insomnio por los versos de Borges, pero para sus parroquianos se llamaba así porque la noche ahí no permitía dormir. Esta es la historia en primera persona de Carla Castro Jurgensen, ex mirista, que a sus 40 volvió a Chile desde el exilio parisino y se instaló con ese pequeño bar, que de puro olor a libertad terminó siendo un mito.

“No tengo demasiado registro gráfico del Insomnio, porque me parecía horrible sacarle fotos. Si estás en un bar, uno quiere privacidad. Y eso era mucho mejor, porque el carrete se multiplica cuando va de boca en boca; se transforma en una leyenda.

Yo había estudiado cocina en Francia. Con Alex (Rudloff) nos habíamos ido exiliados a París el año 81, ya tarde, con nuestros dos hijos. Estábamos en el MIR y tuvimos que partir. Después, todos los amigos -el Titi Gana, Ricardo Bezerra, Gustavo Mujica, Mauricio Electoral (la mayoría opositores, no todos  exiliados)- pensamos en volver, pero no tenía plata para hacer un restaurante. Sí un bistrot.

Pensé reinsertarme después de 12 años con este barcito, y desde ahí entender cómo era Chile en los 90. Creía que era un Chile de la reparación, de la curación, de la esperanza. Y me gustaba lo que veía, porque al Insomnio iba gente de todas las tendencias. Iban desde el Rumpy, Sergio Lagos, Pablo Mackenna, que tenían 23 años, hasta la Julita Astauburuaga, que bailaba con el Juan Picand. Llegaban actores como la Patricia Rivadeneira, la Esperanza Silva, la Paula Zobek, que dejaba una estela de perfume maravillosa. También Santiago del Campo, Felipe Bianchi, la Consuelo Saavedra, y muchos gays, porque allá nadie les ponía ninguna cara.

Un día, como a las tres de la mañana, se abrió la puerta y apareció la Victoria Abril, vestida de cuero, increíble. Casi me desmayo. ¡La musa de Almodóvar en el Insomnio! Me dijo que nos tomáramos un pisco sour y me contó que a los 17 años se casó con un futbolista chileno, y que el tipo la tiraba al suelo de una patada y de otra la levantaba.

Qué mal. Terminé pidiéndole disculpas a nombre de los chilenos. No lo podía creer.

Y estaba también el mundo intelectual, duro, como Pedro Lemebel y la Nelly Richard. A mí me encantaba que hubiera gente de oposición, porque se armaban conversaciones interesantes, con argumentos, tipo Voltaire, con profundidad. “Qué rico estar en los 90 que vienen con todo”, pensaba. Pero después me di cuenta que no. El Insomnio era como una isla.

Todo igual

¿Por qué se acabó? Porque empezaron a salir bares clandestinos muy cerca, y ya no podía competir con ese gusto por lo prohibido. Colapsé. Además, fueron 14 años de noche, sin parar, y todos los días hasta las siete de la mañana. Menos mal yo no era parte del carrete, sino que para mí era mi trabajo. Si no, el Insomnio me hubiera durado tres años y me habría muerto como la Amy Winehouse. ¡Imagínate!

Después que cerré el bar, partí a recorrer Chile. El Chile del Insomnio era irreal y una en la noche pierde la noción de las cosas. Quería verlo por mis propios ojos. Ahí me di cuenta de que el país seguía siendo muy convencional, decimonónico. Era como volver a los años 60. No había cambiado nada. Santiago se había modernizado, pero el resto era el mismo esquema de siempre; las parejas convencionales, los jóvenes de 40 años polarizados, en la onda de no saber nada de lo que pasó y sintiéndose como dueños de la verdad, como la última reserva moral de Occidente.

Pueblo, conciencia, fusil

Estudié Química en la Universidad Técnica del Estado, porque me iba bien en los ramos científicos. Pero me casé y no lo terminé. Me casé con Alex Rudloff, que era de Valdivia, y nos fuimos a vivir a la cordillera, en lo que era el complejo maderero que hoy sería Neltume, Choshuenco, esa zona. Él era del MIR y yo también; entré en la época universitaria. Con el Golpe, el Alex cayó detenido en Valdivia, entonces me trasladé con los niños para allá. Cuando salió de la cárcel, partimos a Angol, después a Temuco, siempre tratando de ubicar a alguien, constituyendo partido, juntándonos en pequeñas células. Estábamos todos con chapa.

Un tiempo después, ya instalados de vuelta en el sur y trabajando, comenzaron a llegar exiliados que venían clandestinos desde Argentina. Varios se instalaron allí, en Neltume, hasta que llegaron los milicos. A nosotros nos salvó la vida Jaime Castillo, que hoy sigue preso en Perú, porque después se metió al Túpac Amaru y ahí lo agarraron. Él nos avisó que habían llegado. Nuestra casa fue completamente destruida. Arrancamos y vivimos clandestinos en varios lugares, esperando que el Alto Comisionado de la ONU nos sacara. Partimos a Argentina, después a Italia y después a París. Y ahí me separé. Habían sido demasiados años en ese trote.

Por eso, cuando volví, llegué con ánimo de reconstruir la historia, y en democracia. Pero siento que nunca llegó.

Michelle se entregó

Con Michelle Bachelet fuimos compañeras en el colegio, en Antofagasta. Mi papá también era aviador. Vivíamos en estas poblaciones de hijos de la Fuerza Aérea. Ella era una rucia tranquila. No éramos amigas, pero recuerdo que jugábamos con todas las niñitas de la pobla con los perfumes que los papás les traían a las mamás de Estados Unidos. Cuando les quedaba poco, les echábamos agua y quedaba una cosa turbia. Por eso estudié Química. Después, de adultas, nos vimos y ella no se acordaba de nada, de ninguna historia. “Qué raro”, pensé, porque yo me sigo juntando con esos niños. Quizás tiene el disco duro muy lleno.

Una vez fue la Michelle al Insomnio, pero cuando abría también de día. Me acuerdo que me dijo: “Yo soy alondra y tú eres búho”, porque jamás iba a ir de noche si trabajaba en el Hospital San José. En esta época ella pololeaba con un médico, y me acuerdo de haberlos ido a ver al hospital y me impresionó su forma tan cercana e increíble de trabajo. Pero después eso se perdió; ella se entregó. Siempre tuve la esperanza de que cuando la Michelle fuese Presidenta, iba a tomar las riendas y no hacer cosas como poner de ministro del Interior a Pérez Yoma, y después en el segundo gobierno poner a Burgos. Entonces no hay democracia. Estos gallos son la extensión de la dictadura, los cómplices pasivos. Y ella cohabita con ellos.

Me da pena que mi generación, en que hay muchos que vivimos afuera y trajimos un bagaje cultural, finalmente se haya subordinado. La dictadura traspasó a todos estos jóvenes. Por ejemplo, Carlos Ominami era amigo de Puccio; Puccio era amigo de Ponce; Ponce era jefe de Contesse y ellos empezaron a pasar la plata para las candidaturas. Me parece inmoral.

Había varios políticos que iban al Insomnio. Me acuerdo una vez que llegó Moreira con dos rucias, en el período más desagradable de su vida. Seguramente las niñas le dijeron que fueran y llegaron medio desubicados, pero nadie dijo nada.

El que no paraba de ir en ese tiempo era el Guatón Correa. Iba solo, pero al minuto se le sentaba gente a conversar. ¡Era ministro! Se tomaba unos whisky, pero al otro día, cuando yo llegaba a mi casa, prendía las noticias de la mañana y ahí estaba Enrique Correa hablando. “¿Cómo puede?”, decía yo, “¡Si estuvo hasta las dos o tres de la mañana!”.

La luz del día

Estuve un tiempo viviendo en Chiloé, pero allá no podía hacer ningún emprendimiento. Hay que conocer demasiado bien las necesidades de los chilotes como para instalarse. Me deprimí. Estaba acostumbrada a la noche y el día se me hacía algo extremo. Fue un cambio muy violento, porque el día te obliga a hacer cosas y yo no estaba preparada para hacer nada. Me quedé pegada en una reflexión eterna como tres años, hasta que pude rearmarme. Esta vida era muy convencional.

Tengo dos hijos, uno vive en Chile y el otro en Canadá. Este se casó con una cubana, entonces me invitaron hace poco a la isla. Siempre quise ir a Cuba y lo logré. La gente es adorable, culta, y no sé cómo están tan informados si están aislados. ¿Tú conoces Cuba? Es una ciudad que no tiene letreros. He pensando que cuando mi mamita se vaya al cielo –porque estoy dedicada a cuidarla y a hacer manualidades- puede que me vaya a vivir a La Habana. Empezar un proceso nuevo en un país que comenzará a crear su propia democracia. Es bonito acoplarse a un proyecto así. Por otro lado, pienso a veces irme a Chiloé y hacer unas cabañas. Me quiero ir de Santiago.

¿Instalarme sola en La Habana? Me da lo mismo. Soy muy independiente, no soporto mucho estar en pareja. La verdad es que no soporto nada que sea conservador”.

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