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Columna de opinión: La selección nacional de poesía

Como muchos de mi generación, crecí escuchando a Vladimiro Mimica, el actual alcalde de Punta Arenas, que entonces relataba con pasión y alegría partidos que en directo sin duda debían ser más aburridos. Mi padre siempre se acuerda de cuando me llevaba a las jornadas dobles en el estadio Santa Laura y yo relataba a grito limpio el partido preliminar mientras él hacía todo lo posible para que me quedara callado. El partido de fondo, sin embargo, lo seguía en silencio, nerviosísimo, salvo cuando me desesperaba y bajaba a la reja para reclamarle a Pedro García, que en ese tiempo tenía la manía de alinear a Mario Osbén y dejar en la banca al Cóndor Rojas.

El fútbol parece prestarse más para la novela que para la poesía, en especial por el pulso narrativo de esas transmisiones radiales. A eso apunta el escritor mexicano Juan Villoro cuando dice que el origen de su vocación literaria estuvo en esos locutores que manejaban el lenguaje con velocidad, ingenio y destreza. Recuerdo también que en Soñé que la nieve ardía, la novela de Antonio Skármeta, el mejor personaje era un barroquísimo relator deportivo.

Pero la relación entre fútbol y poesía es también estrecha, o al menos eso demuestra Poesía chilena del deporte y de los juegos, la antología que Floridor Pérez publicó hace unos años, en la que figura, por ejemplo, este genial haikú de Claudio Bertoni: "Veo unas vacas/ en una cancha de fútbol// dos pasan/ rozando un palo// la tercera/ es gol". La selección es minuciosa y también incluye textos de José Ángel Cuevas, Erick Pohlhammer, Juan Cameron, Ramón Díaz Eterovic, Hernán Miranda, Hernán Rivera Letelier, Naín Nómez y Antonio Gil, entre otros, además de un poema que Clemente Riedemann publicó en 2001 como homenaje (en vida), a su ídolo de infancia, Chamaco Valdés, y que termina con estos bellos versos: "Ahora los dos estamos viejos/ Yo recuerdo casi todos tus goles/ Tú no sabes que escribo poemas". Seguro que en las futuras ediciones del libro incluirán Sobre una foto deportiva vista en la pared de un rancho, uno de los últimos poemas que escribió Gonzalo Millán.

La antología de Floridor Pérez por supuesto considera La persecución del poema y la poesía según mi padre conmigo jugando fútbol, el ya clásico poema de Mauricio Redolés, a quien también debemos la invención del partido más importante para la poesía chilena. Hace unos días volví a escuchar Bailables de Cueto Road, uno de los mejores discos de Redolés (y eso que todos son buenos), y volví a reír como loco con Poetas vivos versus poetas muertos, el imposible partido de fútbol en que el equipo de Vicente Huidobro (arquero), Pablo de Rokha (defensa central), Juan Luis Martínez (volante ofensivo) y Pablo Neruda (centrodelantero) se enfrenta a la escuadra de Omar Lara, Raúl Zurita, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Armando Uribe, entre otros deportistas. El partido termina con una jugada memorable: Neruda arranca desde mitad de cancha, da un pase en profundidad a Teillier que combina con Eduardo Anguita, Anguita centra, Pablo de Rokha pivotea y Teillier remata desde fuera del área haciendo inútil la estirada de Jorge Montealegre. El marcador ya es irremontable: poetas muertos 8 - poetas vivos 2.

Es más difícil sonreír cuando se trata de fútbol verdadero. Hacia el final del partido con Venezuela y durante toda la llovida y vertiginosa derrota ante Brasil recordé esos antiguos versos de Nicanor Parra: "El equipo chileno juega bien/ pero la mala suerte lo persigue". En fin: el fútbol a veces nos hace sufrir, pero es reconfortante saber que seguiremos intentándolo aunque, como dicen los locutores, mordamos mil veces el polvo de la derrota.

Autor de Bonsái y La vida privada de los arboles. Profesor de la UDP.

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