De lo terrenal y lo divino
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LA CONFUSION entre los términos "árabe" e "islámico" es frecuente en la conversación de las personas y, lamentablemente, también está presente en los medios. Y, no debiera ocurrir, porque Chile recibió una gran corriente migratoria árabe que -en tercera, cuarta y hasta en quinta generación- está hoy fusionada al alma nacional. Si bien es cierto que la mayor parte de los árabes que viven en el país son cristianos, católicos u ortodoxos, también los hay musulmanes.
El lector Mauricio Gamboni, casado con chileno libanesa, indica que La Tercera, en sus páginas de Sociedad y Cultura del 13 de febrero, informa erróneamente sobre los "tesoros árabes que se pueden ver en Chile". Dice que las piezas que se exhiben en el Centro Cultural La Moneda, en Santiago, son de arte islámico y no, necesariamente, árabe. Pero, agrega que más allá de la confusión, que ya es habitual, es importante ir a ver los magníficos objetos que se exponen allí.
Está claro: no todo lo árabe es islámico, ni todo lo islámico es árabe. Arabe es una lengua y un gentilicio, Islam es una religión y musulmanes son quienes la profesan. De hecho, buena parte de las piezas artísticas que se exhiben en el subsuelo de La Moneda son de origen persa y turco. Provienen de dos países mayoritariamente islámicos, que no son árabes.
A la muerte del Profeta Mahoma, en el año 632, el Islam se expandió rápidamente desde Arabia y penetró con enorme fuerza en territorios árabes y en otros que no lo eran. Avanzó por el norte de Africa hasta la península ibérica, y por el oriente se extendió por pueblos que hoy conocemos como Palestina, Líbano, Siria, Irak, Turquía, Irán, Afganistán y Pakistán, entre muchos otros. También irrumpió en el corazón de Asia y llegó a Indonesia, en el sudeste del continente. Tan sólo allí viven unos 200 millones de musulmanes.
En fin, y tal como lo señala el lector, a pesar de la confusión entre "árabe" e "islámico", es bueno aprovechar la oportunidad para conocer las fastuosas expresiones artísticas vinculadas a esta religión. La valiosa muestra llegó al país por convenio con el Museo de Arte del condado de Los Angeles, Estados Unidos, bajo el título "Lo terrenal y lo divino: artes islámicas del siglo VII al XIX".
Torre gigantesca
Una vez más se produjo un tropiezo con las cifras. El lector Gonzalo Fuster Roa señala que en La Tercera del 1 de febrero, en un artículo titulado "Todo lo que ocurre en el aeropuerto para que un vuelo despegue", el periodista afirma que la torre de control tiene 600 metros de altura. "Esto es claramente erróneo" -sostiene el lector- "y a juzgar por las proporciones creo que la altura correcta podría ser de 60 metros".
El error es evidente. Se trata de un cero de más, pero que tiene importancia, porque un reportaje interesante, con abundante información y una buena infografía, se desmorona por un simple descuido. La torre de control de un aeropuerto no puede tener 600 metros de altura. Las cifras erróneas impulsan a que los lectores duden de la precisión informativa de todo el conjunto, y ello afecta a la credibilidad del periodista y del medio.
Una esmerada lectura previa toma unos minutos más, pero puede salvar una situación que es molesta.
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