El desastre que transformó a la Nasa
Televisado y con una profesora a bordo, el accidente del Challenger obligó a la Nasa a rediseñarse. A 30 años de la tragedia, nada en la agencia fue igual.

El espacio sigue siendo peligroso. Esa fue la lección que la agencia espacial estadounidense aprendió el 28 de enero de 1986, cuando, a 73 segundos del despegue, el cohete que portaba al transbordador espacial Challenger explotó, el compartimento de la tripulación salió disparado y luego cayó al océano.
La muerte de los siete tripulantes, entre ellos una civil, la profesora Christa McAuliffe, impactó tanto en la población que miraba el despegue en vivo por televisión, como a la propia administración, que debió estudiar sus vulnerabilidades y mejorar lo que estaba haciendo mal.
“En ese tiempo, la Nasa estaba presentando los vuelos espaciales como suficientemente seguros incluso para los profesores. El Challenger probó que aún había mucho riesgo”, dice a La Tercera Marcia Smith, analista de SpacePolicyOnline.com y presidenta de Space and Technology Policy Group.
Valerie Neal, curadora y jefa del departamento de Historial Espacial en el Museo Smithsonian del Aire y el Espacio, agrega que tras el accidente se produjeron muchos cambios internos en la agencia, entre rotación de personal y nuevos cargos. “Una de las recomendaciones del comité investigativo fue que más astronautas debían servir en posiciones de liderazgo para que pudieran poner ojo al tema de la seguridad. La Nasa creó una nueva oficina de seguridad, con un staff que combinaba astronautas e ingenieros, y lideraron el trabajo específico de revisar y preparar el proceso de lanzamiento en cada etapa”, cuenta a La Tercera.
Tuvieron que trabajar en mejoras técnicas, entre ellos el rediseño completo del sistema del transbordador. No hubo misiones en dos años y medio, “hasta estar satisfechos de que todos los problemas habían sido abordados y era seguro volar otra vez”, dice Neal.
Se aseguraron de que la causa particular del accidente el Challenger (ver infografía páginas 2-3) no sería repetida, los astronautas comenzaron a usar trajes presurizados (de color naranja), durante el despegue y entrada a la Tierra, e instalaron un sistema de escape de la tripulación desde la cabina, para que pudieran usar paracaídas en caso de emergencia y tuvieran oportunidad de sobrevivir.
Pocos accidentes
La Nasa no había tenido muchos accidentes fatales en su trayectoria, y antes del Challenger, el último había sido en tierra, cuando el Apolo 1 se incineró en segundos durante una prueba en 1967. Sin embargo, ni todos los cambios post desastre fueron suficientes para evitar otro. “Lo que el Challenger no hizo fue prevenir a la Nasa de volverse sobreconfiados una vez más. El accidente del Columbia (2003) probó eso”, señala Smith.
Aunque en la Nasa el trabajo se volvió aún más disciplinado, dice Neal, “no puedes estar preparado para todo lo que posiblemente pueda suceder. La agencia se acercó a eso para hacerlo lo más seguro posible, pero siempre hay riesgo. Por eso es tan importante no bajar la guardia, que es cuando lo inesperado pasa”, dice.
Tras el accidente del Challenger, la Nasa suspendió el programa Teacher-in-Space (Profesor en el espacio) y cualquier intento por llevar al espacio a alguien del público general. “Mientras Rusia es feliz de lanzar turistas ricos al espacio y las compañías comerciales estadounidenses esperan hacerlo también, la Nasa no”, señala Smith.
La tragedia también permitió que la industria espacial privada se desarrollara, pues la Nasa privilegió el uso del transbordador para misiones en que fuera necesaria la presencia humana y no el lanzamiento de satélites, por ejemplo, para reducir costos. “Los cohetes tradicionales serían usados para todo lo demás. Eso creó oportunidades para las compañías privadas para lanzar satélites sobre una base comercial, con el gobierno como cliente, pero también significó que el transbordador espacial nunca lograra la economía prometida”, dice Smith, con lo que el programa terminó oficialmente en 2011.
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