Histórico

El Terremoto (y su réplica): A zarandearse pero en buena

Su mezcla de vino pipeño con helado de piña es dulcecita, refrescante, embriagadora; tres cualidades que bastan y sobran para el éxito.

De buenas a primeras puede tratarse de esos tragos que siempre estuvieron ahí, surgidos por obra y gracia del ingenio anónimo con que se alimenta el folclore. Su mezcla de vino pipeño con helado de piña es dulcecita, refrescante, embriagadora; tres cualidades que bastan y sobran para el éxito seguro de un trago para que se arraigue en nuestra idiosincrasia. Por eso llama la atención lo que dicen, con todo convencimiento,  en el restaurante El Hoyo de calle San Vicente, comedor criollo por excelencia: "Sí señor, aquí es donde se inventó el terremoto". Claro, no hay problema, el local funciona desde 1912 y quizá en algún momento de los albores del siglo pasado, el brebaje vio la luz. Pero la epifanía etílica ocurrió en ese lugar muchos años más tarde, remontándose de acuerdo al relato de sus dueños, al verano de otro año movido para Santiago: 1985. Cuentan que un turista gringo pidió probar el famoso pipeño de Portezuelo que es la base del preparado. El problema estuvo en que el vino llevado a la mesa no estaba refrigerado y beber vino blanco caliente en época estival nunca es una gran idea. Ante los naturales reclamos (…) se le ocurrió mezclarlo con un poco de helado de piña. Aquel fue el inicio un trago de gusto engañosamente amable, que si pilla mal parado a quien lo toma, termina por moverle el piso. El gran sismo de marzo de aquel año, terminó por otorgarle su acta de bautizo.

En El Hoyo la receta ocupa sólo el par de ingredientes básicos. Por un lado, tres cuartos de litro de vino pipeño, ese grueso, rústico, dulce y cabezón, que abunda en los campos de la VII y VIII regiones, representando dicho sea de paso, una zona que durante siglos, antes de la era de los vinos finos afrancesados a contar de 1850 en adelante, produjo los mejores caldos del país. Del otro, medio litro de helado de piña. En el caso de la réplica (el mismo terremoto pero servido en vaso), es la misma proporción de vino más uno o dos copos de helado. El ceremonial indica que una vez dentro del vino, el helado se revuelve hasta disolverlo completamente dentro del recipiente. Así adquiere una peculiar espesura y turbidez, garantizando dulzor a temperatura ideal. Es importante que el helado sea al agua y con una buena cantidad de espesantes. Es decir bien artificial, pero de calidad. Si se usa uno demasiado artesanal u otro de menor rango, seguramente no se integrará al líquido y quedará flotando en la parte superior perdiendo prestancia. Sencillo pero no fácil.

Con los años, y a medida que se extendía por bares capitalinos y de más allá (si nos ceñimos a las palabras de sus dueños), se fueron agregando elementos para moderar su dejo empalagoso mediante amargor, o para aumentar su poder alcohólico. Por un lado está el argentinísimo fernet; también un pequeño toque de amargo de Angostura, aguardiente, pisco, o inclusive una copita de coñac. Poco a poco han surgido variables de acuerdo a los gustos de cada consumidor, que como sucede en estos casos donde la voz y la garganta la tiene el pueblo, han hecho suyo un trago sencillo y cumplidor.

ÚLTIMAS NOTICIAS DESDE EL EXTERIOR
Igual que en los movimientos telúricos reales, donde Chile no es el único punto del globo donde suceden, en varias partes del mundo surjen tragos que llevan este insigne nombre, seguramente por las consecuencias que trae tomarse uno más de la cuenta. La coctelería internacional reconoce una versión atribuida a los franceses, que no tendrán tradición sísmica pero sí una generosa en el campo etílico. Se trata de una mezcla consistente en tres partes iguales de gin, pernod (o absenta) y whisky, servida en copa de Martini. Sus ingredientes hablan por sí solos. Por su parte, los mexicanos ofrecen otra variante: una cucharada de granadina, media medida de cointreau y (por supuesto) dos medidas y media de tequila. Dos remezones sin dobleces.

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