Histórico

Esta es la zona cero de mi vida

Han pasado casi tres años de la tragedia donde murieron nueve niñas del Colegio Cumbres. Leonel Contreras, el chofer del bus al momento del accidente, decidió regresar al lugar donde todo ocurrió. A esa cuesta maldita en el camino entre el lago Chungará y Arica. Quiso tomar el volante y manejar hasta allí para ver si es posible exorcizar los demonios.

"Esta es la zona cero de mi vida. Aquí se derrumbó todo".

La voz es de Leonel Contreras Peralta (42). Con pasos lentos se acerca al memorial levantado para las nueve niñas del Colegio Cumbres que murieron en el accidente del 29 de agosto del 2008. Ése día, él iba tras el volante.

Contreras llega hasta una gran placa de metal ubicada frente al memorial. La placa, que el paso del tiempo ha terminado por oxidar, contiene los nombres y los rostros de las nueve estudiantes. La cara de Contreras no puede evitar una mueca de dolor contenido, para luego, con la punta de sus dedos, tocar levemente la estructura metálica. El chofer retrocede un poco para mirar los retratos de cada una de las niñas. Silencio. El ruido de uno de los tantos camiones bolivianos que utilizan la ruta a diario interrumpe su concentración. Más silencio. Contreras da media vuelta y camina hacia el memorial para sentarse en una de las nueve bancas de cemento construidas frente a un altar. Una Virgen de dos metros está justo en el medio.

Contreras la mira, pero no se persigna.

Después del accidente, no le encuentra sentido a la fe. Y se pregunta a diario por qué le pasó lo que le pasó. Pero ahora, en este preciso momento, no piensa en eso. Se concentra en las niñas. "Vine a comunicarme con ellas", dice.

En medio del silencio del altiplano chileno, las palabras de Contreras retumban. Parecen una especie de eco infernal. "Esta es la zona cero de mi vida", repite.

VIA CRUCIS
-¿Tú eres Leo?

Contreras va en un vagón del Metro, en la parada Estación Central. Es mayo del 2010, casi dos años después del accidente. Quien le habla es una mujer de veintitantos años.

-Sí, yo soy Leo.

-Tú le destruiste la vida a mi familia, especialmente a mi madre.

Contreras queda pasmado. Ella se baja. Se cierran las puertas. Y Contreras sigue su camino hasta la estación Universidad de Chile, totalmente impotente. Con la sensación de que pudo haber dicho algo.

"Sé que probablemente ella era la hermana de alguna de las nueve niñitas", dice. "Generalmente, me cuesta procesar las cosas, porque las pienso demasiado. Por eso no tuve reacción.  Después uno piensa en lo que pudo haber hecho y me habría gustado poder bajarme a tiempo para hablar con ella. Le habría dicho que la entendía, que lo lamentaba mucho. Pero también me habría gustado contarle cómo ha sido mi vida desde el accidente. Todavía, hasta el día de hoy, no doy gracias por la oportunidad de seguir viviendo".

La lucha entre Contreras y sus fantasmas ha sido permanente desde ese día de agosto del 2008. Se nota a simple vista. En las fotos que el chofer tiene con las niñas del Cumbres durante el viaje de estudios luce un notorio sobrepeso, el rostro hinchado por los kilos de más. Ahora, en cambio, los pómulos de su cara sobresalen. Y sus hombros puntiagudos sostienen un cuerpo que camina semiencorvado, como soportando un gran peso. Contreras dice que antes de la tragedia bordeaba los 83 kilos. Luego llegó a pesar 67. Ahora se mantiene en 71. "Son pocas las ganas que tengo de comer. En la noche casi no lo hago", dice.

Su válvula de escape han sido los cigarrillos y el café. Pasó de consumir una cajetilla en dos días a una cajetilla y media en sólo un día. En una sola jornada se puede tomar fácilmente cinco tazas de café. Dice que su siquiatra, al que visitó dos veces al mes por el lapso de un año y medio, lo llenó de pastillas. Se las llevaba a su casa, pero nunca tomó ni una sola. "Tenía claro que no quería terminar farmacodependiente", cuenta frente a una taza de café, en una cafetería ariqueña. "Nadie me puede quitar los cigarros, eso sí". 

Su otro escape son los partidos de la Universidad de Chile. Contreras se llama Leonel por Leonel Sánchez. Y es 100% azul. Cuando la empresa para la que trabajaba al momento de la tragedia (Andina del Sud) lo desafectó luego del término de su licencia -que duró un año y medio-, Contreras se compró un abono para ver todos los partidos de la "U" de local. Es lo único que lo saca de este mundo: los 90 minutos de partido.

Todo el resto es vía crucis. Cargar una cruz. 

LA CERCANIA
Desde que ocurrió la tragedia, el incidente en el Metro ha sido el único en el que alguien relacionado con las niñas fallecidas le ha pasado la cuenta. El chofer se siente afortunado por el trato entregado por la comunidad del colegio y el núcleo familiar de las niñas del Cumbres. "Ninguna de ellas me culpó y eso es un gran alivio", cuenta.

Contreras dice que uno de los momentos más especiales que le tocó vivir fue cuando las niñas sobrevivientes lo invitaron a una reunión un año después del accidente. Fue en la casa de una de ellas. Las que no pudieron ir mandaron cartas excusándose por estar fuera de Santiago. Las 16 niñas presentes hicieron una fila para recibir a Contreras. Le dieron abrazos, se tomaron fotos y trataron de levantarle el ánimo. Le decían que sonriera. "Y yo sonreía por ellas, aunque me costaba mucho hacerlo", explica.

Una de las dos misses que iban en el bus tampoco pudo asistir. Estaba de vacaciones, pero  también envió una carta. A Contreras le quedaron marcadas sus palabras: "Gracias, porque las niñas se fueron felices".

Contreras dice que nunca fue sólo un chofer, y que por eso está enamorado de su trabajo en buses de turismo. Para él hay un abismo de diferencia entre su vocación y conducir un bus del Transantiago, por ejemplo. Con las niñas del Cumbres siempre hubo cercanía. Frente a la placa de metal que recuerda a las nueve niñas fallecidas -"mis ángeles", como las llama Contreras-, él apunta a la que más recuerda: Bernardita Valenzuela.

"Me llevaba bien con todas, pero con ella pude conversar mucho más. Las niñas siempre se sentaban en el mismo asiento y ella se sentaba en la segunda hilera. Cuando no me tocaba manejar a mí, nos íbamos conversando. Me decía que le dijera Berni I, porque había otras dos Bernarditas".

Durante el primer año, Contreras también tuvo el apoyo del asesor espiritual del Colegio Cumbres,el  padre John O'Reily, quien incluso lo visitó un par de veces en su casa en Maipú. O'Reily siempre lo invitó a guardar calma. Por Facebook mantiene contacto con algunas de las niñas sobrevivientes y con algunos familiares de las fallecidas. Después de la reunión para el primer aniversario de la tragedia, nunca volvió a ver a las niñas en persona.  Contreras cree que ellas quisieron ayudarlo a cerrar un ciclo, darle un espaldarazo para que él pudiera seguir adelante.

Pero las cosas no se le han dado fácil. Su relación con su esposa se vio resentida. Ocho meses después del accidente se separaron. De ser un hombre casado, padre de dos hijos, Contreras pasó a vivir con sus padres en Maipú. Cree que si la tragedia no hubiese ocurrido, es muy probable que su matrimonio hubiera continuado. "El problema es que la gente más cercana a uno, después de un tiempo, quiere continuar con su vida. Y se empiezan a apurar ciertos procesos, tratando de que uno deje atrás lo que pasó lo antes posible. Yo creo que se puede empatizar conmigo, pero sólo hasta cierto punto".

CHOFER OTRA VEZ
Contreras maneja el taxi de una hermana las noches de jueves, viernes y sábado, lo que le entrega los recursos suficientes para mantenerse a flote. El problema es que no se acostumbra: desde los 20 años que maneja buses interprovinciales y de turismo, lo cual a estas alturas ya considera su vocación.

El accidente hizo que le retuvieran su licencia de conducir por un año y medio, y -tras ser condenado como autor de cuasidelitos de homicidio, lesiones graves, menos graves y leves- ha debido además acatar una pena de presidio remitido por dos años, que vence en marzo del 2012. Cuando la empresa para la que trabajaba al momento de la tragedia decidió finiquitarlo, en abril del 2010, apenas fue dado de alta de su tratamiento sicológico, Contreras debió salir nuevamente al mercado laboral.

El chofer quiso reinsertarse en el rubro donde se había desempeñado toda su vida. Pero se le abrieron pocas puertas. Cristián Rivera, un ex compañero de Andina del Sud, le tendió una mano. "Todas las pegas que me han salido han sido gracias a él", dice. "No me esperaba esa ayuda, porque éramos sólo compañeros de trabajo. Ahora es un gran amigo".

Gracias a las conexiones de Rivera, Contreras pudo volver a ponerse detrás de un volante. En agosto del año pasado trabajó por un mes transportando trabajadores en el mineral de El Salvador. También ha vuelto a salir con otros grupos de alumnos en viajes de estudios que van al norte y al sur, e incluso manejó un bus que transportó a la barra de Universidad Católica a Buenos Aires para un partido con Vélez Sarsfield por la Copa Libertadores de América. Dice que las únicas veces en las que puede olvidar su tragedia es cuando conduce un bus por la carretera.

El problema es que los trabajos han sido esporádicos y ahora, en temporada baja, casi inexistentes. "Creo que no se ha aprovechado mi experiencia", dice Contreras. "Alguien que ha salido de lo que yo salí tiene un plus para afrontar la ruta. Yo sé que no me puedo dar el lujo de volver a equivocarme".

Pero, de alguna forma, la tragedia de agosto del 2008 se encarga de perseguirlo. El año pasado, en una parada en la ruta que une Osorno con Bariloche, vio un bus que le pareció conocido. Estaba pintado diferente, pero le pareció familiar. Se fijó en la patente: BG DR 53. Era el mismo bus que manejaba con las niñas del Cumbres en su interior. No le dijo nada a nadie.

EN LA CURVA
Km 135 de la Ruta CH 11. Leonel Contreras se encuentra justo donde el bus quedó varado. Volcado de lado hace casi tres años. La banderita chilena instalada en el lugar flamea por el fuerte y frío viento del altiplano. En la tierra hay nueve crucecitas de madera.  Al lado, una roca de mediano tamaño. Según lo que recuerda Contreras, esa fue la roca que detuvo el bus en su deslizamiento.

Para el chofer, fueron cinco los segundos en que se fue "a negro" mientras manejaba. Venía de haber tomado una curva y en una pendiente cuesta abajo perdió el conocimiento por un breve lapso. "Al venir en bajada, el bus ganó velocidad", dice para explicar por qué el tacómetro del bus marcaba 90 km/h en una zona que sólo permite circular a 50. "Volver acá reafirma mis convicciones: este no es un lugar para hacer una acción temeraria y yo jamás la habría hecho".

Contreras cuenta la historia en la misma curva donde, según él, quedaron destruidas todas sus esperanzas y sus expectativas para el futuro. Este es un sitio que sabe de accidentes. A unos metros, hay un ventanal totalmente destrozado. Poco más allá, debajo de la quebrada, están los restos de un camión que sufrió peor suerte que el bus de Contreras: voló por los aires hasta llegar a un pequeño riachuelo. Contreras dice que de no haber aplicado una maniobra recuperativa después de su trance de cinco segundos, el bus entero habría ido a dar donde están los restos del camión. Y en lugar de nueve víctimas fatales, habrían sido 34.

En la misma curva, a unos 15 metros de las nueve cruces de madera, hay una animita. Es más reciente, del 20 de julio del 2009. "Te queremos, tío José Calle", dice. Otros 10 metros más allá, otro homenaje póstumo: una cruz dice Alfredo Suárez Oliva, 5-VI-2003. De la cruz cuelga una patente boliviana.

Contreras de alguna forma lo presentía. Cada vez que iban con un grupo desde Arica al sector del lago Chungará, su compañero de ruta manejaba las cinco horas de subida. El era el encargado de conducir cuesta abajo. Pero esa vez le dijo a su compañero que manejara él. Le dijeron que no. Y él tomó el volante.

La última vez que estuvo en el lugar fue para la reconstitución de escena, el 23 de abril del 2009. "Fue lejos el día más doloroso de mi vida", cuenta.  "Recuerdo muy poco de lo que dije. Mi cuerpo no estaba presente y de lo único que me preocupé fue de interactuar con el lugar. El fiscal, la gente de la Siat, los periodistas, eran como un ruido alrededor mío".

Ahora es distinto. Leonel Contreras decidió volver voluntariamente. E incluso pidió manejar él mismo hasta la curva fatal. Han pasado casi tres años y de alguna manera siente que debe exorcizar sus demonios.

Cuando todo ha pasado, cuando su zona cero ya ha quedado a sus espaldas, Leonel Contreras recién se atreve a hacer la pregunta que le incomoda el alma.

-¿Cómo manejé?

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