Histórico

Hijo de Roberto Matta: "Siempre me pregunté por qué mi padre no fue más curioso por lo que yo hacía"

Pablo Echaurren, hijo mayor del surrealista, exhibe una retrospectiva en Roma y anuncia su primera muestra en Chile en 2016.

Como ha sido recurrente con ciertos genios artísticos, a Roberto Matta Echaurren (1911-2002) la paternidad no se le dio de forma fluida. Tuvo hijos con cuatro de sus cinco esposas, y con cada uno de ellos mantuvo relaciones complejas y más bien distantes. Quizás los más cercanos fueron Ramuntcho y Federica, hijos de su matrimonio con la bostoniana Malitte Poppe, su relación más duradera. La menor es Alissé, hija de su última mujer, Germana Ferrari, de quien fue más un abuelo que un padre: el artista tenía 60 cuando nació la niña.

En tanto, con sus dos primeras esposas la experiencia fue más dura: Matta no estaba preparado para criar. Cuando tenía 32, con la estadounidense Ann Clark tuvo a los mellizos Gordon y Batán. Para luego, a los 40, ser padre de Pablo, con la actriz italiana Angela Faranda.

A pesar de la distancia, la figura de Matta es gigante y cuatro de sus seis hijos teminan siendo artistas. Gordon, fallecido en 1978, es el que llega más lejos, revolucionando la escena neoyorquina de los 70, perforando, cortando e interviniendo edificios en lo que se bautizó como Anarquitectura.

Después de él, Pablo es quizás el más éxitoso, y de quien menos se sabe en Chile. Nacido en 1951, por un error del Registro Civil fue inscrito como Echaurren y no Matta, apellido que usa hasta hoy y con el que ha logrado distanciarse de la figura del surrealista, construyendo su propia reputación en Italia. Allí en la Galería Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma (GNAM), acaba de abrir una retrospectiva de su trabajo: Contropittura, donde reúne más de 200 obras entre óleos, collages y dibujos desde los años 70 hasta hoy, y que revelan un imaginario alimentado por una diversidad de corrientes, desde el arte pop, pasando por el arte conceptual, el futurismo,  los cómics, la zoología y el rock and roll.

Entrevistado por La Tercera, el artista que ha expueso en Alemania, EE.UU., Holanda y Suiza, revela que vendrá a Chile  en junio del 2016 para exhibir por primera vez su trabajo en el Museo Nacional de Bellas Artes, apoyado por la Embajada de Italia y bajo la curatoría de Inés Ortega-Márquez, quien estuvo detrás de la muestra Matta Centenario 11.11.11. “Pienso traer unas 80 obras. La idea es mostrar la amplia gama de técnicas y medios que atraviesan su poética, que abarca la pintura al acrílico, lápiz, tinta y collage de papel de diferentes orígenes. Echaurren es un artista italiano consagrado, y definitivamente no pinta como su padre, pero claro que recibe esos aires del surrealismo y el expresionismo abstracto en las que Matta tuvo tanta ingerencia”, dice Ortega-Márquez.

Una planta silvestre

En paralelo a lo que hacía Gordon Matta Clark en en el espacio público de Nueva York, en los 70 Pablo Echaurren hace su gran entrada a las galerías de arte. Con el apoyo del artista Gianfranco Baruchello, conoce al galerista Arturo Schwarz, el gran coleccionista de los artistas cultores del dadá y el surrealismo: Duchamp, Breton, Man Ray y Jean Arp. Schwarz firma con Echaurren un contrato de exclusividad para su galería de Milán. Tenía 20 años.

¿Matta jugó algún rol en sus comienzos como artista?

No es de mi padre biológico del que tomo el impulso, no es con su ayuda que doy mis primeros pasos, sino de Gianfranco Baruchello. Mi padre, por el contrario, nunca me ha ayudado de alguna manera. Se enojó mucho cuando se enteró de que había comenzado a trabajar con Schwarz, porque él lo consideraba como la persona que había vendido el dadá y el surrealismo.

¿Cómo era su relación con Matta, de padre e hijo?

Fue intermitente. Como dos antenas de radio que se encuentran a una gran distancia entre ellas, pero al final  pasa la onda, y es un tirarse la pelota, comunicarse de alguna manera extraña. Matta siempre valoró mi independencia absoluta, tanto artística como existencial. Siempre me pregunté por qué él no fue más curioso por lo que yo hacía. Estaba más dispuesto a  hablar de sí mismo que a escuchar lo que yo pudiera tener que decirle. Pero ciertamente yo escuché lo que él me decía con mucha atención, con curiosidad, con interés, pero luego siempre encontraba en Baruchello la síntesis, el trampolín desde el cual lanzarme.

¿Y con sus hermanastros?

De la familia Matta, he conocido y querido al hermano de mi padre Sergio,  y a Malitte, con los que he estado siempre en contacto. Al igual que con Federica y Ramuntcho. Recuerdo con gran nostalgia y tristeza  a Batán y a Gordon. Aún hoy estoy ligado a Jane Crawford, la viuda de Gordon. Pero no me gusta hablar de esta familia tan desmembrada que ya no tiene una morfología,  privada de lazos cotidianos reales. Creo que la familia es algo muy fuerte e importante pero que, para existir de verdad, debe vivirse y ser construida día a día. No puede ser simplemente una cuestión de sangre.

En la Bienal de Venecia 2013, se reunieron los tres artistas, Matta padre, Gordon y Pablo, con sus obras en la Fundación Querini Stampalia: fue un acto simbólico, mágico y, para el italiano, “un gran desafío”.

Su obra ha sido catalogada como lúdica e irónica ¿Está conforme con esa descripción?

Nunca me ha gustado. No soy lúdico, no me divierto pintando,  lo hago como un deber, como un trabajo para no ahogarme. Es un mensaje en la botella confiado a la tormenta que llevo dentro, como una cámara de descompresión entre el mundo exterior y mi “yo”,  generalmente ansioso y deprimido  de la existencia. La exposición en GNAM destaca el desarrollo más político y social de mi trabajo. Nunca me gustaron los artistas demasiado aislados y auto satisfechos de sí mismos. El arte es supervivencia, es experiencia, es crecimiento, no hay doctrina o  críticos que puedan restringir ese flujo.

¿Qué expectativas tiene de su encuentro con Chile?

Estoy muy contento. Será como llevar una planta silvestre cerca del arbusto del que ha  partido y de las semillas que la generaron. Ahora me preparo para reunirme con la hermana de mi padre, Mercedes, y tengo gran curiosidad. Ciertamente  será difícil de presentar mi identidad en un país donde Matta es el artista nacional por excelencia, será difícil no resultar  aplastado por su figura. Soy italiano. Pero soy también una mezcla global de culturas y civilizaciones: rock, europeos, japoneses, americanos, precolombinos. Mi Roma, la Roma de mi adolescencia fue tanto  el rock como  el pop, el barroco. No sé cuánto de chileno hay en mí, pero ha llegado el momento de averiguarlo.

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