Histórico

La noche de horror de un fotógrafo chileno en el Bataclán

La sala de conciertos Bataclán, en París, fue escenario del peor ataque terrorista en la historia de Francia. Un chileno, que estuvo de rehén, cuenta que se salvó cuando le dijo a uno de los terroristas que él no era francés.

El sonido de alto tonelaje de las guitarras de la banda californiana Eagles of Death Metal, hacía vibrar los espejos del baño del famoso salón de espectáculos parisino Bataclán, cuando David Fritz-Goeppinger sacó su celular del bolsillo y se detuvo a observar un mensaje que su padre le había enviado pasadas las 21:20, el 13 de noviembre del año pasado.

"Hubo un atentado terrorista en el Estadio de Francia", decía el escueto mensaje. Aquella noche en la capital francesa habían comenzado a desarrollarse una serie de atentados terroristas simultáneos que dejarían una profunda herida en el país. De hecho, la masacre le costó la vida a 137 personas, mientras que más de 400 resultaron heridos en los ataques atribuidos al grupo yihadista "Estado Islámico".

Primero vinieron las detonaciones en los alrededores del Estadio de Francia, en Saint-Denis, donde se jugaba un amistoso entre franceses y alemanes, bajo la mirada del Presidente François Hollande. Luego, estallaron distintos tiroteos en el corazón de París, en los distritos 10 y 11, donde destaca el más letal que fue precisamente en la histórica sala de conciertos Bataclán, en el número 50 del boulevard Voltaire, donde alrededor de 1.500 asistentes de un concierto de rock vivieron un infierno y 89 personas perdieron la vida.

David Fritz-Goeppinger, un chileno de 24 años, criado en Francia, era uno de esos asistentes. Cuando vio el mensaje de su padre, ya habían transcurrido 20 minutos. No alcanzó a contestar: eran las 21:40 y  dos terroristas del “Estado Islámico” ya estaban al interior del Bataclán. Entonces, la música se detuvo abruptamente y el sonido de las Kalashnikov, gritos desesperados y caos generalizado se coló en el baño, donde se encontraba David.

"Comencé a escuchar los disparos, pero nunca imaginé que era un ataque terrorista", cuenta Fritz-Goeppinger a La Tercera, desde París.

Mientras los gritos de los asistentes al concierto se hacían más fuertes, David corrió a buscar a uno de los cinco amigos con los que había ido al Bataclán. Minutos antes, ambos se habían instalado en un balcón del segundo piso, mientras el resto del grupo se dispersaba por distintos lugares del salón. "Cuando salí me di cuenta que todo había empezado, por el ruido. Había gente gritando, vi mucha gente muerta", recuerda.

Mientras la masacre comenzaba a desarrollarse en la planta baja, David subió al segundo piso y se tiró al suelo, al igual que la mayoría de otras 40 personas que se miraban aterrorizadas y sin saber qué hacer. "La gente estaba en shock", describe David: "Todos estábamos en una fiesta y de golpe, esto estaba sucediendo".

En medios del caos, el fotógrafo y músico chileno comenzó a gatear hacia una ventana. En el primer piso los disparos no cesaban y arriba, las personas trataban de no hacer absolutamente ningún ruido. Pero de pronto, un repentino silencio de 30 segundos en el primer piso alertó a quienes se escondían. Entonces temieron lo peor, que los atacantes se dirigirían al segundo piso para continuar la matanza en nombre de  Alá. Así, todos comenzaron a correr en distintas direcciones.

"Luego empezaron a disparar de nuevo, pero ya muy cerca nuestro, en el balcón", dice David.  En su desesperado escape divisó una ventana y pensó que era la única manera de salir de ahí. Chocó con Sebastián, un joven francés que tenía una idea similar. Ambos miraron la ventana y empezaron a escalar.

"Traté de salir por la ventana. Lo único que quería era esconderme. Creía que podía subir al techo, pero no pude", recuerda David, que estuvo unos cinco minutos colgando de la ventana. "Realmente pensé que iba a morir, que era imposible salir de esto. No sé cómo explicarlo, no hay palabras", afirma. Ese momento fue retratado por un video que publicó el diario francés Le Monde, en donde aparece David sosteniéndose del marco de una ventana.

“¡Soy chileno!”

Mientras David intentaba aferrarse a la ventana, el líder de los terroristas, Ismael Omar Mustafá, un francés que llevaba, según sus vecinos, una vida completamente normal en un suburbio residencial a 90 kilómetros de París, se acercó a ambos jóvenes. Le ordenó a Sebastián que fuera a sentarse con el resto de los rehenes y al chileno, aún colgado de la ventana, le advirtió: "¡Bájate de ahí! ¡De lo contrario te voy a matar!".

Mientras lo seguía por un pasillo, David se dio cuenta que abajo, en el primer piso, reinaba el silencio. Arriba, en el segundo, una docena de rehenes observa a los terroristas sentados en el suelo.

El otro terrorista, Foued Mohamed-Aggad, de 23 años,  les explicó la razón del ataque. "Esto es por Siria", decía  y luego nombró a Hollande y sus errores políticos. Mientras el terrorista hablaba, Ismael Omar  Mustafá se fijó en David, lo observó de cerca y le preguntó por su origen.

"¡Soy chileno!", respondió, a lo que el terrorista le contestó: "Pero, ¿tienes opinión de la política francesa?". "No, no tengo", dijo David, provocando un "desinterés" inmediato del líder terrorista que, acto seguido, se giró hacia los otros temblorosos rehenes.

"Yo no era capaz de pensar en nada. Ni me acordaba cómo me llamaba", cuenta David, quien sí recuerda que le llamó profundamente la atención lo "normales" que se veían los terroristas que custodiaban el Bataclán. "Hace poco publicaron que los tipos estaban drogados. Yo sé que no estaban drogados, eran normales, si a ese tipo le hubiera gustado el rock podría haber estado antes sentado al lado mío", dice.

Escudos humanos

Minutos después los terroristas agruparon a los rehenes para posicionarlos como “escudos humanos” frente a dos accesos, desde donde -al otro lado- esperaba en completo silencio una unidad especial de la policía francesa , apostada desde las 22:15 aproximadamente.

“Tuvimos que esperar. Nos amenazaban que nos iban a matar. Fue difícil porque estaban jugando con nuestras emociones”, recuerda. Los terroristas le dieron un número de celular a uno de los policías y comenzaron a amenazar con matar a los rehenes.

"Necesito que todos los militares franceses se vayan de Siria y quiero un papel firmado", recuerda David que decía uno de los terroristas. "Cada 20 minutos amenazaba con que iban a matarnos", señala.

Pero el momento más tenso fue cuando a uno de los rehenes le dio un ataque de risa. “Tal vez de nervio, tal vez estaba borracho”, dice David. Ismael Omar Mustafá fijó su mirada en él y le dijo que se levantara. “Ponte hacia la pared”, le dijo, mientras algunos rehenes cerraron los ojos a pesar de que estaban mirando hacia la pared. Luego disparó, pero hacia otro lugar. “Lo asustó bien asustado y dejó de reírse”, dice David.

Poco después un enorme golpe se escuchó en una de las puertas donde había un par de rehenes. Ya eran las 00:20 de la noche y el jefe de la policía dio luz verde para comenzar el asalto.

“Yo me doy vuelta hacia la puerta y el terrorista empezó a gritarle al policía que no entrara porque de lo contrario iba a matarlos a todos. O se haría explotar”, dice David. Todo sucedió demasiado rápido. La puerta donde estaban los rehenes se cayó y todos quedaron en el suelo. La policía entró y se escucharon cientos de disparos. “Luego empezaron a tirar granadas. Tiraron como cinco. Y los policías avanzaron de a poco”, dice David.

Un policía alcanzó a dispararle dos veces a Ismael, que se encontraba a dos metros de David. Entonces el líder terrorista decidió concretar lo que todos temían: “Lo veo tomar el botón de la bomba que llevaba en su cuerpo y apoyar el dedo. Luego una tremenda explosión. Me caigo hacia la pared, y luego al suelo. Ya no podía más, era demasiado”. El fotógrafo chileno logró salir ileso de la explosión. Sólo se le quemó el pelo y sufrió un fuerte golpe en su espalda. Pero nada más.

Horas más tarde, la policía identificó a Ismael por un trozo de dedo que pudieron recuperar tras su inmolación. En medio de la confusión por la explosión, David gateó, siguiendo los pasos de algunos policías, con la esperanza de salir de allí. “Un policía me tomó por la espalda y me dijo que todo iba a estar bien. “No mires”, le dijeron algunos policías, en referencia al primer piso, donde se encontraban los cuerpos sin vida de decenas de personas, cuyos celulares sonaban sin parar.

“Obvio que miré. Había sangre por todos lados. Me voy a quedar con esa imagen hasta el fin de mi vida”, concluye David, quien luego se reencontró con sus cinco amigos y lloró desconsolado durante más de una hora.

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