La vertiginosa vida del director de Nosferatu
Hace dos semanas se robaron el cráneo de Friedrich Murnau, un realizador cuya existencia fue tan fascinante como sus películas.

En el sitio web del cementerio de Stahnsdorf en Berlín se ufanan de que sólo hay dos camposantos con tanta gente famosa bajo su tierra: el Père Lachaise de París, con Jim Morrison y Oscar Wilde entre muchos, y el Zentralfriedhof de Viena, con Beethoven, Schubert y todos los grandes compositores. El Stahnsdorf, que cobija al arquitecto Walter Gropius y a toda la familia de industriales Siemens, tiene desde hace dos semanas, un cráneo menos de entre todos sus restos ilustres. En su lugar, los usurpadores de cadáveres dejaron velas encendidas. Al menos así lo cree Olaf Ihlefeldt, el director del cementerio que hasta hace 13 días tenía los restos completos del gran cineasta Friedrich Wilhelm Murnau.
Conocido sobre todo por su película Nosferatu (1922), Murnau es de aquellos personajes que vivió envuelto en aventura. Su leyenda, probablemente, crecerá exponencialmente con la reciente profanación de su tumba. “Hubo algo así como una sesión de fotos, o un ritual de maga negra”, afirmó Ihlefeldt.
La profanación del mausoleo de la familia Plumpe (el verdadero apellido de Murnau) no es el primero. Ya en los años 70 el ataúd del director fue abierto y desde entonces se habían reforzado las medidas de seguridad en el panteón. Es evidente que no lo cuidaron lo necesario.
De Bielefeld a Hollywood
Nacido en una familia burguesa de la ciudad de Bielefeld, al oeste de Alemania, Murnau llamó la atención desde pequeño por su voracidad intelectual. Leía principalmente filosofía (de Schopenhauer a Nietzsche) y a los 12 años ya había visto obras de Shakespeare y, sobre todo, Ibsen. En la gran mansión familiar solía representar obras teatrales y cuando llegó el momento de estudiar algo se decidió por las humanidades: filología en Berlín y literatura e historia del arte en Heidelberg. Fue aquí donde comenzó a relacionarse con artistas que estaban en el germen del expresionismo, entre ellos el pintor Franz Marc y el poeta Hans Ehrenbaum-Degele, ambos muertos en el frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial. También aprendió del gran director teatral Max Reinhardt, que lo introdujo al teatro de cámara.
Murnau (que tomó su apellido de un pueblo bávaro) fue a la Primera Guerra Mundial como piloto de avión y se transformó desde el aire en una de aquellas bestias negras de los aliados, acechando constantemente. Fue derribado ocho veces y, milagrosamente, no sufrió heridas graves. Después de la Gran Guerra, realizó seis películas (hoy perdidas) y en 1922 dirigió la adaptación de Drácula de Bram Stoker a la que llamó Nosferatu. El productor de la cinta era Albin Grau, miembro de la sociedad ocultista Fraternitas Saturni, quien absorbió con curiosa creatividad las experiencias de la Primera Guerra: en el frente, un campesino serbio le había contado la historia de su padre, un supuesto vampiro.
Murnau realizó la cinta sin el consentimiento de la viuda de Stoker y tras el estreno de Nosferatu, un tribunal ordenó la destrucción de sus copias. Por suerte algunas se salvaron y hasta el día de hoy la cinta se ubica como obras fundacional del horror y del expresionismo. Para muchos Nosferatu es una metáfora d e la Primera Guerra: el abogado Hutter no es otro que el soldado que va al frente (que es Transilvania) y el conde Orlok es el horror de la contienda.
Murnau, que medía dos metros 10, era abiertamente gay y tenía fama de arrogante, llegó a Hollywood en 1926 precedido con la fama de ser un artista brillante. Había desarrollado la técnica de la cámara subjetiva (dónde ésta adopta la posición del protagonista) en La última carcajada (1924). En EE.UU. realizó cuatro películas, dos de ellas entre lo mejor que hizo en toda su vida: Amanecer, de 1927, y Tabú, en 1931. La primera era la historia de un granjero, súbitamente enamorado de una chica de ciudad y que en la última encuesta de la prestigiosa revista Sight and Sound se ubicó como quinta entre las mejores películas de todos los tiempos. Tabú contaba una idílica historia de amor en una isla polinésica erosionada por la influencia colonizadora. La cinta, censurada en EEUU por sus desnudos, es la única de Murnau que aborda directamente la atracción erótica. También fue la última. Una semana antes de su estreno en Nueva York, el realizador sufrió un accidente fatal en un Rolls Royce alquilado camino a Santa Barbara. Lo manejaba un muchacho filipino de 14 años que quería impresionarlo con su capacidad como conductor. El salió ileso, pero Murnau ya no tuvo a su lado la suerte que lo acompañó mientras piloteaba en la Primera Guerra.
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