Histórico

Las Alpujarras: Los blancos pueblos de Granada

<img height="16" alt="" width="60" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193728.jpg " /><br /> Este fue el último reducto de la dominación musulmana en España, herencia aún latente en la idiosincrasia de sus habitantes. <br />

Mochila ligera, sombrero de ala ancha y un calzado todoterreno es cuanto necesita quien verdaderamente quiera internarse en sus maravillas, compartir con sus gentes, vislumbrar los secretos y la verdadera dimensión de la región de Las Alpujarras, en los faldeos de la ladera sur de Sierra Nevada, España.

Su particular orografía la hace única: una serie de abruptos valles que descienden vertiginosamente, formando un ángulo recto desde Sierra Nevada, al norte, hasta toparse con la sierra de La Contraviesa y de Gádor al sur, última frontera hacia el Mediterráneo. La primera impresión del viajero al contemplar Las Alpujarras es su exuberante fertilidad con abundancia de árboles frutales y tierras de labor. Limoneros, castaños y naranjos prestan su colorido en cada recodo, adivinándose bajo su  fronda el curso de los regueros.

Tan generoso paisaje se encuentra salpicado por pequeñas poblaciones, separadas entre sí de una o dos horas a pie. Las más conocidas son Pampaneira, Bubión y Capileira, pueblos granadinos de reconocida efervescencia turística, situados en la garganta del río Poqueira. Pero el rosario de localidades no habría hecho más que comenzar, extendiéndose más al norte y a diferentes altitudes, progresando hasta internarse en la provincia de Almería, donde el paisaje adquiere tintes de más aridez. Entre las más importantes se encuentra Lanjarón, famosa por sus aguas curativas y las ruinas de su castillo.

Otras, como Órgiva, Ugíjar, Ohanes, Paterna del Río o Laujar de Andarax se encaraman también a gran altura hasta llegar a Trévelez, que con sus 1.740 metros sobre el nivel del mar hace gala de ser el pueblo con más altitud de España.

Sean solitarias o bulliciosas, prósperas o modestas, las aldeas y pueblos alpujarreños se ajustan a un mismo denominador común: todos y cada uno se encuentran a merced de un mismo cielo, límpido y azul, y la cegadora luz del sol rebota sin piedad en sus paredes encaladas, creando una atmósfera irreal. Sus tejados escalonados, repletos de chimeneas que asemejan piezas de ajedrez; sus calles enrevesadas, laberínticas y sinuosas, líneas delirantes sobre un lienzo cubista.

CARÁCTER COSMOPOLITA
El panorama social de Las Alpujarras hoy se ve salpicado con gentes de diversa procedencia, con un diferente sentido de la vida, conviviendo entre la misma cal y bajo un mismo cielo. En sus calles comparten un vino o una cerveza el cabrero de toda la vida y el asceta inglés, el hostelero de delantal y el mochilero de cantimplora, la longeva costurera y el pintor de caballete.

Se trata de una comarca que respira esencia literaria, tradicional e histórica. Felipe II, desde El Escorial, promulgó un decreto para prohibir el uso de nombres, vestimentas y lengua de los moriscos que antaño se asentaron en aquellas tierras. Convertidos sólo en apariencia, se sublevaron y, protegidos en las montañas, desafiaron los envites cristianos hasta que llegó su definitiva dominación y expulsión.

Pero esta raíz musulmana, que en otros lugares de la península nos costaría reconocer, permanece aún con firmeza en Las Alpujarras. Si de algo han sabido y saben sus habitantes es del ir y venir, del trasiego de razas y orígenes. A la llegada y éxodo musulmán, que dejó lo mejor de su hacer en la construcción de calles, canalización de aguas y toponimia, le siguió la repoblación cristiana apoyada en los sempiternos emigrantes astures y gallegos, quienes supieron sacar de esta difícil orografía los mejores frutos.

De aquí partieron, y algunos volvieron, con destino a las Américas, a las vendimias y a la Alemania de una mano delante, la otra detrás. Pero también algún botarate tuvo la osadía de arribar en tiempos de partir. El joven escritor Gerald Brenan penetraba atónito en este paisaje de desolación durante el periodo de entreguerras, cargado con tantos libros como deseos de huir de la hipócrita y asfixiante cultura anglosajona.

¿En qué se ha traducido este continuo peregrinar? Podríamos decir que se trata de una región que ha sabido conjugar su fisonomía urbanística con la nueva ocupación; que congenia perfectamente la avalancha turística con los usos tradicionales del campo y la huerta; en definitiva, que sabe reconocer el paisaje como valor irrenunciable de supervivencia económica y cultural.

LOS RUMORES DEL AGUA
A los naturales de Las Alpujarras se les oye hablar del clima, del viaje o de la cosecha; o simplemente no hablan, en una actitud contemplativa, pura filosofía rural que no entiende de prisas y atropellos. Pero hay un tema de conversación que preside la tertulia por su reiteración. Allí en Las Alpujarras platican sobre el asunto del agua con la misma fruición que otros lo hacen sobre fútbol. Hablan de potabilidad, de trasvases, de fuentes y conducciones con una familiaridad pasmosa, como si fueran depositarios de algún componente genético oculto que les otorgara tal entendimiento. Ese componente es sin duda su raíz musulmana; aquellos primeros pobladores supieron sacar partido de las aguas que bajaban de Sierra Nevada, que canalizaban haciéndolas brotar de los lugares más insospechados: mala cosa, dicen los lugareños, cuando de fondo y durante cualquier actividad no se deja oír algún rumor del agua al pasar.

VIVIR CON LO JUSTO
El hombre de Las Alpujarras, en un primer momento, recibe al viajero un tanto receloso. Pero es capaz de franquear al viajero su casa y su forma de ser. El alpujarreño, aunque parezca desentendido y en lo suyo, está preocupado por los tintes que adoptan los acontecimientos: ve llegar nuevas gentes deslumbradas por éste, su oasis de paz; observa cómo el precio de las viviendas sube y cómo algunos preguntan con afán de negocio. Recela, y lo hace a sabiendas de todo lo que posee, conocedor de que su mayor riqueza procede de un regalo y no de una transacción. Vive con lo justo, pero no en el sentido de precariedad sino de lo que en justicia se ha ganado y le corresponde: su tierra, su agua, su sol o sus amigos.

Las Alpujarras son un vergel natural y de entendimiento. Pocos lugares conjugan así forma de vida propia y asimilación de la ajena. Todo es blanco, todo se encala en Las Alpujarras, como un símbolo que tratara de congeniar cualquier influencia.

GUÍA DEL VIAJERO
- Cómo llegar

El acceso a Las Alpujarras sólo es posible por carretera, a partir de Granada, o a través de la costa mediterránea vía Motril. Una vez inmersos en el valle, el epicentro es el pueblo de Órgiva, desde el cual parte una red de carreteras secundarias, muy sinuosas, que enlazan con los pueblos más alejados.

- Cuándo viajar
En primavera, Las Alpujarras alcanzar su mayor poder estético. El paisaje se viste de bellos colores, las aguas bajan en pequeños regueros o grandes torrentes desde las montañas en deshielo y mil fragancias envuelven el ambiente. El clima es fresco, debido a la altura de sus pueblos y a la influencia de Sierra Nevada.

- Qué visitar
El verdadero encanto de Las Alpujarras es recorrerla a pie, perdiéndose por los caminos que conectan las diferentes localidades. Es asignatura obligada conocer Pampaneira, Bubión y Capileira, tres pueblos de singular belleza y más dedicados al turismo. Lanjarón es famoso por sus aguas curativas, y Trévelez, el pueblo a más altura de España, es conocido por sus excelentes jamones. Más al este se encuentra Yegén, el pueblo que acogió al hispanista Gerald Brenan en su juventud. En todos ellos el viajero podrá optar por alojamientos en hotel, casas rurales, albergues o cámpings. Sin embargo, es más que recomendable alejarse del circuito más turístico e internarse por los pueblos más humildes. Allí respiraremos la verdadera esencia de Las Alpujarras y seremos testigos directos del amable carácter de sus habitantes. 

- Página oficial de Turismo Andalucía: www.andalucia.org
- Turismo Alpujarra: www.turismoalpujarra.com / reservas@turismoalpujarra.com

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