Histórico

Las historias de los últimos kamikazes: "Voy a morir con una sonrisa"

Hishashi Tezuka cuenta cómo lo reclutaron y cómo se salvó al escuchar el anunció de la rendición de Japón, antes de despegar.

Uno de los hitos que marcó la última etapa de la campaña del Pacifico, en plena Segunda Guerra Mundial, que enfrentó a las fuerzas de Estados Unidos y del Imperio de Japón, fue el uso de kamikazes por parte de las tropas niponas.

Eran pilotos suicidas que dirigían sus aeronaves, cargados de explosivos, hacia barcos o portaaviones estadounidenses.

Según estimaciones japonesas, en la lucha por el control del Pacífico se realizaron cerca de 2.500 misiones suicidas. Incluso, algunas investigaciones señalan números más elevados.

Dos ex kamikazes (“viento divino”) se reunieron y narraron sus experiencias, que fueron tomadas por medios estadounidenses y brirtánicos.

La rendición lo salvó a minutos de morir

Hishashi Tezuka recuerda cómo fue reclutado para morir por la patria y el emperador. La guerra no iba bien para el imperio y ya se reclutaba en las universidades. Los únicos que quedaban marginados eran los primogénitos. Tezuka, quien era uno de los hermanos menores dentro de una familia numerosa, recuerda que recibió un formulario con tres alternativas:

- Deseo apasionadamente unirme.

- Deseo unirme.

- No quiero unirme.

Tezuka tachó la segunda y rápidamente quedó elegido. Siguiendo el proceso ideado para un kamikaze, se entrenó y antes de su misión, recibió cinco días libres para estar con su familia y despedirse.

Con la mente puesta en el lema de un Kamikaze (“Ve y acaba todo”), se alistó para despegar, pero cuando estaba listo, un mensaje de radio lo frenó: el emperador anunció la rendición de Japón. “Estaba listo para morir, mi mente estaba totalmente en blanco”.

Se salvó por un error

Yoshiomi Yanai, quien ahora tiene 93 años, recuerda que sobrevivió porque no encontró su blanco para estrellarse. Ese día había escrito lo siguiente a su familia: “Padre, madre, me voy a matar ahora. Voy a morir con una sonrisa. Yo no era un hijo perfecto, perdonadme por favor por ello. Yo me marcharé primero, y los estaré esperando”.

Sin embargo, Yanai no logró dar con su blanco y tuvo que regresar a la base, mientras todos sus compañeros de unidad acabaron con sus vidas. Desde ahí ha cargado con el peso de haberle fallado a sus amigos. “Me siento fatal por mis compañeros, todos los que murieron aquel día”, recuerda.

La suerte del “creador” de los kamikazes 

El vicealmirante Takijiro Onishi, en octubre de 1944, ante el avance de EEUU decidió implementar escuadrones suicidas, los que pasaron a ser conocidos como kamikazes. Los pilotos se montaban sobre diferentes aeronaves cargadas de bombas y se estrellaba contra blancos previamente definidos.

El mismo día que el emperador anunció la renuncia de Japón, Onishi, después de sostener varias reuniones, decidió quitarse la vida a través de seppuku. Se realizó un corte en la zona estomacal, pero falló en el corte de la garganta. Rechazó recibir un golpe de gracia y agonizó por más de 16 horas.

Siguiendo la tradición del seppuku, que obliga a dejar un escrito antes de iniciar el ritual, Onishi escribió: “Deseo expresar mi profundo aprecio a las almas de los valientes atacantes especiales. Ellos lucharon y murieron valerosamente, con fe en nuestra victoria final.

En la muerte, quiero purgar la parte que me toca en el fracaso de no lograr esa victoria y pido disculpas a las almas de esos aviadores muertos y sus acongojadas familias.

Deseo que la gente joven de Japón encuentre en mi muerte una moraleja. Ser temerarios solamente favorecerá al enemigo. Deben inclinarse con la mayor perseverancia ante el espíritu de la decisión del Emperador [...] Ustedes son el tesoro de la nación.

Con todo el fervor de espíritu de los atacantes especiales, luchen por el bienestar de Japón y por la paz en todo el mundo”.

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