Las lecturas que desvelan al ministro Rodrigo Hinzpeter
Rodrigo Hinzpeter dice que los libros no lo dejan dormir. Y que a veces lo guían en alguna decisión política. Los tiene por socios y asesores, sobre todo en las últimas semanas, en que estuvo bajo cuestionamiento. Hablamos de libros y política en su despacho -primero en el de ministro del Interior, luego en el de titular de Defensa- y fuimos a su biblioteca para desentrañar al lector.

Cuando comenzó todo esto, hace un mes, Rodrigo Hinzpeter era ministro del Interior y ocupaba un despacho sombrío en La Moneda. Sobre su escritorio había carpetas, cedés con información confidencial y libros, decenas de libros subrayados y leídos que tratan de política: ensayos, memorias, biografías. Esa era la idea. Esa es la idea: sostener varias entrevistas para hablar de las lecturas de un hombre que se reconoce lector persistente. Un hombre que enfrentó controversias, que dio y recibió golpes y fue el brazo derecho del Presidente.
Ahora, ese hombre ha dejado de ser el brazo derecho del Presidente (si es que no lo dejó de ser mucho tiempo antes) y está instalado en el Ministerio de Defensa. Su despacho del piso 22 del edificio Diego Portales es luminoso y tiene vista al nororiente de la ciudad. Aún no exhibe libros propios; los que se ven sobre las estanterías son los que dejó su antecesor, Andrés Allamand, y si los dejó ahí es porque son folletos, informes y libros técnicos.
-Mis libros -dice Hinzpeter- irán llegando a medida que vengan los desafíos, del mismo modo en que fueron llegando los otros al Ministerio del Interior.
La tarde del 5 de octubre, cuando sostuvimos la primera de cuatro entrevistas, recién había explotado el caso de los sobreprecios por la compra de equipos para el control del tráfico de drogas. Fue un día de chubascos, dentro y fuera del despacho del Ministerio del Interior: a la caída del ex fiscal Alejandro Peña sobrevendrían otras bajas en la subsecretaría.
Si entonces comparó esa situación con una novela de Raymond Chandler, hoy miércoles 7 de noviembre el ahora ministro de Defensa se siente parte de una novela de Juan Carlos Onetti. No por la melancolía, precisa, sino por una sensación de apaciguamiento, en que su vida vuelve a un cauce cansino.
-Mira, Onetti decía que él prefería viajar en tren que en avión. Lo que pasa con el avión, decía, es que el cuerpo llega antes que el alma, y algo parecido ocurre en el Ministerio del Interior, donde la refriega es permanente. Desde esa perspectiva, este cambio hacia esta cartera puede hacer que cuerpo y alma anden un poquito más juntos.
-Además que el avión de Interior resultó particularmente convulso, ¿no?
-Sin duda, a mí me tocó un momento complejo. El 2010, casi íntegramente, tuvimos que afrontar la emergencia posterremoto. Y el 2011 fue un año de desafíos en materia de orden público, no recuerdo desde el retorno a la democracia un ministro del Interior que haya debido enfrentar tres mil, cuatro mil manifestaciones con marchas. Esas cosas van generando un desgaste humano importante y los ministros del Interior no son de fierro, son personas, y por tanto, creo que se cumplió una etapa, un ciclo que terminó con un resultado electoral que no fue el que nuestro sector esperaba, y creo que está bien, que se aconsejaba un cambio. Y yo estoy muy conforme con que el Presidente haya tomado esa decisión.
-¿Lo deseaba?
-Mira, uno trata en esto de consultar poco los sentimientos, porque finalmente cuando se está en el servicio público, y particularmente en un gobierno, se debe procurar actuar conforme a lo que se debe hacer, lo que resulta más conveniente para el interés general del país. En consecuencia, que se produzca un cambio me parece una decisión apropiada y aconsejable, más allá de lo que puedan haber sido mis sentimientos.
A diferencia de la mayoría de los chilenos, dice que no ve televisión antes de dormir. Rodrigo Hinzpeter lee. Informa que su promedio de lectura es de 40 páginas por noche. En una jornada laboral puede avanzar 10, 20, según las urgencias del día. Y los fines de semana suma entre 100 y 130.
Lee preferentemente en su casa, pero también camino al trabajo, sentado en el asiento trasero del auto fiscal, en su despacho, en los viajes a regiones, antes de abordar un vuelo, en la sala de espera del dentista.
Se declara lector compulsivo, de desvelos, porque a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los lectores de hábito nocturno, cuando el ministro se echa a la cama y toma un libro comienza a experimentar lo que califica como "una sensación de insomnio bien chispeante", una sensación perturbadora que en un momento, ya de madrugada, lo obliga a dejar el libro a un lado y entregarse al sueño, ayudado por somníferos.
-Tengo la sensación de que podría pasarme la noche entera leyendo -dice-. Trato de dormirme a las doce y media, pero a veces paso de largo leyendo, y ya es la una y media, un cuarto para las dos, y el despertador es implacable y va a sonar a las seis y cuarto… La angustia del desvelo la conocen únicamente quienes la han vivido.
Lee de pie, sentado o acostado. Y varios libros en paralelo. Lee un libro y medio a la semana, reporta. En días pasados, hasta antes de que lo trasladaran a Defensa, se ocupaba de Redentores. Ideas y poder en América Latina, de Enrique Krauze; del ensayo autobiográfico De Allende a Bachelet, de Camilo Escalona; de Mitos del individualismo moderno, de Ian Watt, y de Pensar el siglo XX, de Tony Judt y Timothy Zinder.
Este último -que plantea que "la razón por la que necesitamos a los intelectuales, y de algunos periodistas de valía, es llenar el espacio que va creciendo entre los gobernantes y los gobernados"- era uno de los libros que tenía sobre el escritorio de su despacho en La Moneda. También tenía títulos de ensayistas como Isaiah Berlin, Primo Levi y Timothy Garton; de asesores políticos, como David Gergen, y de políticos, como George W. Bush, Tony Blair y Gordon Brown.
Sobre ese escritorio estaba Trío: Inside the Blair, Brown, Mandelson project, que cuenta la relación entre los tres políticos británicos. Al comentarlo desde el despacho en La Moneda dijo que ese libro da cuenta de las circunstancias que terminaron distanciando a Blair y Brown: "Ninguno de los dos quiso defraudar al otro, pero la política real tiene un poder de decisión bastante más grande que la que ellos hubieran querido concordar".
Unas semanas después, ya en el Ministerio de Defensa, le pregunto si a la luz de los últimos acontecimientos esa frase no le cabe también a su relación con Sebastián Piñera.
-Yo creo que engancha en el sentido de que muchas veces la política se enfrenta a la fuerza de los hechos que sobrepasan la voluntad de las personas. Quizás en un comienzo puede haber estado en la planificación inicial que yo acompañara al Presidente desde Interior los cuatro años, pero también es cierto que los hechos políticos se fueron sucediendo y era conveniente un cambio. Eso ratifica lo que expresaba en su minuto: la política tiene una capacidad de conducir y los hechos políticos de ir trazando sus destinos que van más allá de voluntades y planificaciones.
El viernes anterior al cambio de gabinete del 5 de noviembre, Hinzpeter sostuvo una larga conversación telefónica con el Presidente, que se encontraba en Isla de Pascua. Hablaron de un posible traslado a Defensa, pero recién la mañana del lunes el cambio fue ratificado.
-¿Qué leyó ese fin de semana largo, en qué lecturas se consoló?
-Leí un libro fantástico, El mapa de la vida, de Adolfo García Ortega. Es un relato que comienza con la descripción desgarradora y vívida de la explosión que se produjo el 11-M en Madrid. Luego de describir con mucha precisión los sufrimientos y desgarros de los cuerpos, en las páginas que siguen, que son cerca de 500, dos sobrevivientes, una mujer y un hombre, se encuentran por casualidad y revisan sus vidas. El libro pasa revista a las relaciones humanas, conyugales, a las desilusiones que uno tiene… Está escrito con una lucidez fenomenal.
-¿Le hizo sentido con lo que estaba pasando con su vida política?
-Me hizo sentido una expresión del libro que dice: la vida avisa con la muerte. Cuando de pronto estás muy cerca de la muerte, te das cuenta de que estás vivo. Y los golpes grandes, a pesar de que es una perogrullada, son oportunidades. Y para mí, concluir la etapa de Interior es concluir una etapa dura; linda, pero dura. De alguna manera siento que es como les tocó a Gabriel y a Ada, los dos protagonizas del libro: rehacer sus vidas y reemprender y buscar nuevos destinos, pero sin olvidarse de lo que habían vivido.
-¿Qué autocrítica hace de su gestión en Interior?
-No, autocríticas hay muchas. La política no es una ciencia exacta, y en consecuencia, cada decisión que uno toma la pudo haber tomado de modo distinto y muchas veces no produce los efectos que uno hubiera querido. Ahora, como la política es adversarial y conflictiva, buenas recetas indican que no es conveniente ni razonable exponer autocríticas más allá del ámbito de lo privado y las conversaciones entre amigos.
A veces, la política se explica mejor desde la ficción. Mejor y más cruda y honestamente. Bien lo sabe Hinzpeter, que tiene entre sus libros de cabecera a La guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín.
En ese libro, que retrata las sombras de la política mexicana de los 60 y 70, se lee lo siguiente: "La política real siempre sucede en la sombra. Es por naturaleza vampírica, secreta, cosa de pocos: una francmasonería de las decisiones que de otra manera simplemente no podrían ser, perderían completamente su eficacia. ¿Cuándo se ha sabido lo que hablan dos presidentes, lo que habla el líder sindical con el patrón, lo que habla el candidato con sus patrocinadores financieros, lo que habla el gobernante con sus amigos o con sus enemigos? Nunca. Los políticos de las sociedades abiertas de que hablas simplemente dedican un poco más de tiempo a protegerse de la luz para poder actuar como se actúa en la política: en los sótanos, en la sombra".
Desde su oficina en La Moneda, en nuestra segunda entrevista, el 12 de octubre, el todavía ministro del Interior escucha la cita de un libro que conoce sobradamente.
-¿Qué le gustó de este libro, ministro?
-Me gustó la crudeza del relato y los personajes. Además, fue un libro que leí muy joven, entonces fue como un descubrir del mundo político en su lado oscuro, traiciones, falsedad… La política es una actividad donde hay rudeza, ah. Y Galio tuvo esa virtud, por eso me gustó y lo convertí en mi libro favorito, pero ya es un sitial que empiezo a ocupar con otros libros también.
Caen las primeras gotas de lluvia y La Moneda comienza a vaciarse. En la antesala del despacho del ministro, con una carpeta bajo el brazo, Gonzalo Yuseff, director de la Agencia Nacional de Inteligencia, de barba tolstoiana y aspecto de personaje de novela fantástica, espera audiencia.
Al poco rato, Yuseff entrará al despacho del ministro y la puerta será cerrada por dentro.
A eso precisamente se refiere Galio cuando habla de la política secreta y vampiresca: la política real.
Es la tarde del viernes 19 de octubre y la semana que termina no ha sido fácil para el ministro. La Cámara de Diputados aprobó una interpelación en su contra por el caso sobreprecios, que no ha bajado de la palestra pública. Aun así, el ministro muestra optimismo y buen humor.
-Me tenía preocupado, ministro.
-¿Por qué?
-Pensé que quizás lo encontraba hoy en otras funciones, no como ministro del Interior.
-No, lo veo difícil. Estoy con desafíos, pero cómodo. Han sido semanas acompañadas de un estrés particular, pero mejor que las cosas malas vengan de una o se vayan de una.
Rodrigo Javier Hinzpeter Kirberg, 47 años, casado, tres hijos, está sentado en el sofá de su biblioteca, que ocupa un ala completa de su casa. La casa está sobre la ladera de un cerro y tiene vista panorámica a Los Trapenses, en Lo Barnechea. Los libros aquí son muchos y diversos.
De un lado, frente a un escritorio con cubierta de vidrio, hay un ventanal enorme. Las tres paredes restantes están pobladas de suelo a techo de repisas con libros. Siete hileras de repisas en las que además hay un equipo de música, una pantalla de televisión y algunos adornos: fotos familiares, figuras religiosas hebreas en miniatura.
Decir que esta es la biblioteca del ministro es impreciso. También es de su esposa, Joyce Ventura, periodista y correctora de Ediciones Universidad Diego Portales. La mayoría de los libros de ficción que hay en ese espacio le pertenecen a ella. Y gran parte de la no ficción, en particular los libros de memorias y ensayos que ha comprado directamente o encargado por internet son de él.
Los libros sobre judaísmo ocupan un lugar destacado. Algunos están impresos en hebreo, lengua que aprendió en el colegio, pero que no domina del todo. El todavía ministro del Interior le pregunta a este reportero si sabe que la Torah está basada en el Antiguo Testamento y que puede ser traducida como el Libro, si sabe que para el pueblo judío el libro como objeto y fuente de conocimientos tiene un valor prioritario.
-Se dice que en la casa de un judío puede faltar comida, pero nunca puede faltar un libro -dice.
Frente al escritorio de su biblioteca, entre libros dispersos, el ministro ha dado con uno que lo marcó en algún momento de su vida. Es Elogio de la culpa, de Marcos Aguinis.
-No es un gran autor -previene-, pero escribió este libro extraordinario. Dice por qué la culpa es tan fundamental para que uno pueda vivir, y que si no fuera por ella, seríamos unos rufianes, unos bárbaros.
-Seríamos peor de lo que somos.
-Peor.
-Y usted, ministro, ¿tiene culpa?
-Claro, mucha, permanente.
-¿De qué tipo?
-De todo tipo. Es una condición propia del judío.
-¿También tiene culpa política?
-No, no, no, no tengo culpa política, no tengo culpa vinculada a las acciones del cargo. Puede haber algunos arrepentimientos que llevaban a correcciones o a pedir disculpas, cuando corresponde. Mi culpa es más abstracta, relacionada a una sensación de desasosiego.
En el escritorio, apilados y dispersos, hay libros relativos a la historia chilena reciente. Está Morir en Berlín, de Carlos Cerda, que tiene frases subrayadas. También, Los zarpazos del puma, de Patricia Verdugo, y Persona non grata, de Jorge Edwards. Y bajo una pila de libros, sumergido, asoma Caso bomba, de la periodista Tania Tamayo.
-Y éste, ¿qué le pareció?
- Lo leí, y me pareció deficiente y bastante panfletario. Encuentro lamentable que la periodista que lo escribió ni siquiera me haya llamado para pedirme una entrevista.
Los libros que Hinzpeter tenía en su despacho en La Moneda no se fueron al Diego Portales. Volvieron a la biblioteca de su casa porque de momento no los necesitará. Los libros, dice, son "fuente de reflexión e inspiración permanente" y pueden servir para "iluminar decisiones políticas" de problemas puntuales.
Desde el piso 22 del edificio Diego Portales, dice: "Tú podrías hacer un ejercicio retrospectivo con mis libros, uniéndolos y concatenándolos en base a episodios que viví (en La Moneda). Los libros son mis socios, mis aliados, mis asesores, mis esquinas de refugio, mi guarida, mi sombra. Vendrán nuevos libros a esta oficina a medida que se me vayan presentando nuevos desafíos y problemas. Las lecturas son espasmódicas, no azarosas".
Semanas antes, aún como ministro del Interior, ya había dado pistas en esa línea: "Los libros sirven para gobernar. Muchas de las ideas, de las acciones u omisiones que adopto surgen al correr de la lectura. Con las lecturas a veces me distraigo y me voy hacia otros lugares y a través de líneas y párrafos a veces aprendo, y otras veces, algunas lecturas se conectan con problemas cotidianos y tomo cursos de acción. Y es por eso que muchas veces, cuando tengo un problema, leo".
Tres días después de asumir en Defensa, los únicos objetos que Hinzpeter tiene en su despacho son la foto de un rabino y un óleo de Winston Churchill que le regalaron tiempo atrás. No se declara un gran admirador de Churchill, pero si lo dejaba en La Moneda, dice, lo perdía.
Cuando todavía era ministro del Interior y estaba en el ojo del huracán por su manejo del orden público y el tema de los sobreprecios, Hinzpeter sacaba un libro de su biblioteca para leer en voz alta un párrafo subrayado de La conspiración de la fortuna, de Aguilar Camín:
-La política vista de cerca, aun la política más alta, es siempre pequeña, mezquina, miope, una riña de vecindario. Sólo el tiempo -¿ves?, puta que sirven los libros, en los libros está todo-, sólo el tiempo da a los hechos políticos la dignidad distante, el sentido superior que es su justificación y su grandeza. Se ha dicho que al que le gusten las salchichas y las leyes, no vaya a ver cómo se hacen. El que tenga algún respeto por la política, tampoco debe asomarse a sus cuartos reservados.
Hoy, al recordar fragmentos de ese libro, Hinzpeter dice que el cambio de gabinete no tiene que ver con las rencillas y pequeñeces descritas.
-No, el cambio de gabinete fue una decisión correcta, racional, que se produce después de una elección, y eso no puede quedarse en nada, tiene que graficarse en algo y la forma de hacerlo es decirle chao al ministro del Interior. Ahí no hay bajas pasiones, hay realismo político.
Es la tarde del miércoles y afuera de la oficina de Rodrigo Hinzpeter espera el subsecretario de Defensa. Oscar Izurieta saluda al ministro e ingresa a la oficina con una carpeta bajo el brazo. La puerta se cierra con ellos dos dentro.
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