Llega La Jugada Maestra, el filme sobre el impredecible genio del ajedrez Bobby Fischer
La cinta con Tobey Maguire se centra en el match entre el estadounidense y el soviético Boris Spassky. El gran maestro estadounidense murió en Islandia, perseguido por las autoridades de su propio país.

En Reikiavik, la verde, limpia y poco habitada capital de Islandia, Bobby Fischer se encontró con lo mejor y lo peor de sí mismo. Ahí fue donde logró el Campeonato Mundial de Ajedrez en 1972 y también en ese entorno sufrió los primeros delirios psicóticos que luego lo transformarían en el más célebre vagabundo del planeta. También fue en Reikiavik donde murió en 2008 a los 64 años, liquidado física y mentalmente, perseguido por las autoridades estadounidenses por evasión tributaria y transformado en un vociferante antisemita.
Ejemplo del geniecillo caótico e inimitable, Fischer fue el mejor jugador de ajedrez que tuvo Estados Unidos y, de paso, uno de los dos o tres al tope de la lista en la historia del deporte-ciencia. Tras su muerte se realizaron varias producciones audiovisuales sobre él (entre ellas el muy buen documental de HBO Bobby Fischer contra el mundo) y también se produjo la película La jugada maestra, que la próxima semana llega a salas chilenas.
La opción del realizador Edward Zwick es ágil: se enfoca en el gran match de 1972, cuando Fischer le quita el título mundial al soviético Boris Spassky. Por supuesto, antes hay un pormenorizado prólogo donde se dan pinceladas de una infancia y adolescencia conflictiva, criado por una madre soltera que a su vez era espiada por el FBI por sus filiaciones comunistas. Fischer fue siempre una paradoja viviente y él mismo se transformó después en un cristiano evangélico, admirador del macartismo y lector recurrente de Mi lucha de Hitler. Además, negaría sus propias raíces judías por el lado materno.
As de la Guerra Fría
En la cinta de Edward Zwick, Bobby Fischer es interpretado por Tobey Maguire (Spider-man) y el impasible Boris Spassky por Liev Schreiber (En primera plana). Irregular en el colegio y capaz de insultar a su propia madre para buscar silencio en sus horas de práctica de ajedrez, el joven Fischer fue un autodidacta y su única fuente de aprendizaje fue el sacerdote católico William Lombardy, que en la película es interpretado por Peter Sarsgaard. El propio Lombardy sería luego un fiel consejero en el encuentro de 1972.
La gran virtud de esta producción de Zwick (El último samurái, Diamante de sangre) es darle la suficiente perspectiva a aquel encuentro de 1972, cuando Fischer obtiene el título con apenas 29 años. En medio de la Guerra de Vietnam y durante la administración de Richard Nixon, la victoria de este muchacho de Brooklyn fue vista como un knock out en plena Guerra Fría. Hasta ese momento, los soviéticos eran los amos absolutos del ajedrez y cualquier daño que se les pudiera hacer en ese campo era visto como un golpe mediático por parte del gobierno estadounidense. En un momento de la película un abogado (Michael Stuhlbarg) que asegura ser un “patriota” enviado por la Casa Blanca se ofrece a prestar los servicios a Fischer. Es más, el gobierno de EEUU se asegura de transmitir el match a los televisores de todos los hogares del país. Ni antes ni después un duelo de este deporte tuvo tal atención de los medios, que siguieron las indisposiciones, rabietas y genialidades de Fischer durante el mes y 20 días que duró el enfrentamiento. Es sabido que en algún momento el propios secretario de Estado Henry Kissinger llamó por teléfono para que Fischer no se dejara vencer.
La cinta recoge esta escenificación con eficacia y las interpretaciones de Maguire como el voluble Fischer y de Schreiber como el inmutable Spassky son vitales. Desde la primera partida (en total fueron 21) hay acción: en el día inicial, Fischer llega tarde, hace esperar al campeón y en mitad del juego sorprende a medio mundo con una jugada infantil. Mueve mal su alfil y y queda expuesto a la consiguiente derrota. Al segundo día, el niño terrible ni siquiera se presenta, hastiado por el público que asistía al match, por los ruidos de las cámaras y por las luces de la sala. Sus síntomas de locura son el espejo de la paranoia de un país entero obsesionado con derrotar a los soviéticos. Al otro lado de la mesa, el caballeroso Spassky es sólo mesura y pulcritud. Aún así los genios son los genios y Fischer comienza a remontar para terminar coronándose campeón el 31 de agosto de 1972.
El hijo favorito del llamado mundo libre no se creyó demasiado tiempo el cuento de las autoridades y apenas detentó el título por tres años: en 1975 se negó a defenderlo y perdió el campeonato. El resto de su vida se estructuró en torno a una creciente paranoia (creía ser espiado por la Unión Soviética y EEUU) y un incesante ataque a las políticas de su país y de Israel. El gobierno norteamericano lo persiguió por todo el planeta por evasión de impuestos y finalmente Fischer terminó viviendo en un autoexilio en Islandia, el país que lo hizo famoso en 1972. Una de sus últimas apariciones públicas fue cuando se refirió a los ataques del 11 de septiembre del 2001 y los celebró, desatando aún más inquina entre algunos de sus compatriotas. Las pocas fotos de estos años son una postal inolvidable del célebre errabundo: lo muestran calvo, barbudo y con sweters raídos. Vivía aislado y, según relató el periodista John Carlin en el diario El País, a su funeral apenas fueron dos vecinos, un sacerdote , una japonesa budista que decía ser su esposa y el granjero que prestó el terreno para una tumba sin ni cruz ni lápida.
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