Mario Toral, pintor chileno: "Quiero ser como Goya y Picasso, que se involucran con la belleza y la verdad"
En diciembre inauguró un mural inédito sobre el caso Quemados que completa la obra en el Metro U. de Chile.

“Cuando yo no esté aquí“, es una frase que el artista Mario Toral repite varias veces durante esta entrevista. Tiene 81 años, a poco de cumplir los 82 el 12 de febrero, y el pintor está en época de cerrar ciclos y reordenar su vida. Cuenta que como propósito de Año Nuevo se comprometió a acabar todas sus obras incompletas: “Tengo la mala costumbre de trabajar varias pinturas al mismo tiempo y las voy dejando a medias, aunque agradezco el impulso que eso me da de seguir creando”, dice. Tiene más de 600 obras en su casa de Los Dominicos, las que ha empezado a catalogar y fichar con la ayuda de un equipo de asistentes, todo en vistas de su mayor sueño, para el que acaba de dar un importante paso: traspasó los terrenos de su domicilio en un comodato por 99 años a la Fundación Toral, con la idea de que allí se edifique en un plazo de unos cinco años un museo de unos 4.000 metros cuadrados que resguarde su legado, pero que también exhiba obras de otros artistas. Si eso no resultara, todo pasaría al Museo Nacional de Bellas Artes. “Quiero evitar lo que le ha pasado a tantos artistas, como a Samuel Román, por ejemplo, quien murió sin preocuparse de su trabajo, y los herederos le liquidaron todo a un precio ridículo. Cuando yo no esté aquí, quiero que mi obra siga presente”, dice.
Esta necesidad de ir cerrando etapas fue la que hace unos meses lo hizo acercarse a la empresa Metro de Santiago para completar su obra más popular: el mural de 1.200 metros cuadrados Memoria visual de una nación, que en 1999 inauguró en la Estación Universidad de Chile y que hasta ahora tenía una pieza faltante: un friso que retrata a Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas De Negri, quienes fueron quemados vivos por una patrulla militar en 1986. La obra se mantuvo 16 años oculta, reemplazada por un texto de Bertolt Brecht, y recién se inauguró el 13 de diciembre pasado en una ceremonia a la que asistió Carmen Gloria Quintana y la madre de Rodrigo Rojas.
¿Por qué sacar a la luz esta obra?
Me interesaba darle término a esta obra. No podría decir que fue una censura radical, sino más bien un propio resguardo por la inestabilidad de esos años donde Pinochet aún era comandante en jefe de las FF.AA., era una figura aún muy presente. La gente ha insistido en la polémica, pero para mí lo importante de este gesto es rescatar la justicia en abstracto, sin importar los colores políticos. Los murales son especiales porque tienen vida propia: cambian los gobiernos, cambia la gente que los ve y cambian los contextos. Un buen ejemplo es el mural de Diego Rivera en el Rockefeller Center de EE.UU. El pinta a Marx y Lenin y fue absolutamente censurado y destruido, pero luego lo reprodujo en el Museo de Bellas Artes de México, donde es una de las piezas más admiradas. Mi mural también tiene distintas lecturas según quien lo vea, eso es lo bonito y lo potente de una obra pública.
A los 16 años Toral se fue a Argentina, decidido a buscarse la vida y convertirse en artista. Vivió en Brasil, Uruguay, Francia y Nueva York, antes de volver a Chile, en 1992. Le ofrecieron hacerse cargo de la Escuela de Arte de la Finis Terrae y realizar el mural del Metro. Nunca paró de pintar: “Es mi único vicio”, afirma.
En 2014, junto a las municipalidades de Santiago y Las Condes, el artista convocó un concurso de arquitectura para buscar el diseño de su museo. Ganó la oficina de Albert Tidy.
¿Qué sucedió con ese proyecto?
Fue desechado. La idea era interesante, pero irrealizable: era un museo subterráneo con más de 20 metros de profundidad. Ahora con la fundación planeamos pedirle a cuatro arquitectos un diseño nuevo. La idea es que haya espacio para mis obras, salas de exhibiciones y un espacio para tener un taller de obra gráfica. Todo costaría unos US$ 5 millones, de los que yo podría gestionar un cuarto para comenzar las obras, entusiasmar a los privados y que así no piensen que todo es un simple sueño.
Su obra es muy diversa, tiene trabajos ligados a lo erótico, ilustraciones poéticas, como su labor con Neruda, y otras más políticas ¿Cómo le gustaría ser recordado?
Mi obra partió como algo muy romántico, cuerpos femeninos sensuales con un toque cósmico. Luego del Golpe de Estado vi la vulnerabilidad del cuerpo humano, entonces esos cuerpos bellos se convirtieron en figuras dramáticas. Ese cambio, aunque fue duro, me gustó. Me hizo pertenecer más a la humanidad. Yo lucho por mantener ese equilibrio entre lo estético y lo real. Quiero ser parte de ese grupo de pintores, como Goya, Picasso y Bacon, que además de la belleza se involucraron con la verdad y la moral; para mí ese es un artista completo.
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