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Opinión: La Esmeralda 1879, el presupuesto y el mito

Cargar con el apelativo de ser la película más cara rodada en el país puede ser un arma de doble filo que termine desviando la atención hacia lo importante. Pero en una "industria" pequeña y con pocos títulos exitosos, es inevitable coexistir con el adjetivo, para bien o para mal.

La Esmeralda, 1879, no es sólo un filme ambicioso en su objetivo de revivir un episodio mitificado como pocos en la historia -el Combate Naval de Iquique, nada menos-, sino que su puesta en escena es en sí un filme aparte: reconstruir a escala real la Esmeralda y el Huáscar y dotar de todo el "realismo" posible al enfrentamiento, puede parecer una extravagancia que supera las cintas realizadas por Chile Films en la década del cuarenta cuando Corfo "tiró la casa por la ventana" con producciones millonarias.

La cinta que acaba de estrenarse con 35 copias y luego de una serie de avant premieres a lo largo del país -organizadas por la Armada-, deja claro que late y respira desde la "oficialidad" pura y dura. Esto es, se trata de exaltar el patriotismo de la gesta y de sus protagonistas en una épica que no admite interrogantes. No hay dudas, en tiempos del Bicentenario la revisión de la historia no permite disgregaciones, aunque el sólo hecho de acometer una empresa de este tipo ya es novedoso para los cineastas locales, quienes han visto con indudable temor meterse con los episodios míticos de la historia (ahí están los casos de Subterra y Machuca que confirman la regla).

Pero el director Elías Llanos también advierte un veta interesante de explotar en aspectos poco conocidos de esta historia oficial: la presencia de niños, los extranjeros que conformaron la tripulación e incluso en su punto de vista del abordaje, que rompe varios clichés alimentados por los textos de estudios y la tradición.

Con un costo aproximado de U$12 millones de dólares, el filme tiene en su costura gruesa (la producción) poco que envidiarle a una superproducción del estilo de Hollywood: hay decenas de actores, tomas aéreas, explosiones y dos barcos que son mostrados generosamente para que no queden dudas de que se trata de buques reales. Y también, como Hollywood, hay una narración clásica que arriesga poco, cierta ingenuidad visual y una banda sonora eficiente y machacona.

Para un cine tercermundista, hacer una reconstrucción de época dedicada y detallista siempre es una aspiración; si se logra revivir un periodo determinado de la historia y darle cierta credibilidad, el partido puede ganarse con holgura. La Esmeralda, 1879 cumple ese objetivo y le da cuerpo al mito con soltura y con las limitaciones propias de contar una versión oficial, como el exceso de solemnidad y el carácter pétreo de los personajes, que terminan cediendo a una imaginería coral que refuerza el heroísmo (algo que resulta lógico, ya que las epopeyas colectivas logran impactar más profundamente en el espectador).

Por ello, más que los resultados, resulta plausible haberle perdido el miedo el mito y darle carne a la leyenda. Esto, en tiempos en que el cine chileno está replegado a historias intimistas casi balbuceantes en su dimensión narrativa y que no han logrado seducir al espectador con sus pequeñas reflexiones, no deja de ser audaz y le da aire al cine de espectáculo, algo tan devaluado como consustancial al cine mismo.

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