Histórico

Pagando culpas en la Cordillera

Correr en la montaña exige más que sólo ganas. En Corralco, la estrategia pesa más que el físico; y se entiende mordiendo polvo, literalmente.

Es intimidante, para el que no corre en montaña participar en una de estas competencias. Y no por las distancias -sólo correríamos 15 kilómetros, y el Merrell Corralco Challenge by Banco BICE consideraba además los 32 y 70K, una locura-, sino por los competidores. En la largada, la mayoría de los  corredores estaban equipados con mochilas, calcetas, cinturones de hidratación, bastones, cubre zapatillas y todo lo que el mercado pueda ofrecer para correr cerro arriba. Yo, que iba sólo de short y polera, qué recién corría mi segundo trail, me sentía en desventaja.

Tampoco es que importara tanto; al final, el sentido de correr aquí, entre los Parques Nacionales Malalacahuello y Nalca era precisamente disfrutar del entorno. Y se consiguió.

La largada partió a las 11 de la mañana con un sol imponente que golpeaba fuerte sobre las cabezas, aturdía. No sería problema hasta ocho km. después. Antes, comenzó el recorrido entre bosques milenarios de araucarias y cipreses (el árbol más viejo se estima de unos 3 mil años). Allí, todos en fila, empezó el ascenso. Y claro, al ritmo que llevaba me sentía completo, un súper atleta ¡Háganse a un lado todos que aquí vengo yo! Envalentonado y con el escenario motivándome quise guapear.

Mi carrera pintaba para buena, no miento; tomado de una vara que encontré para ayudar a sostenerme adelantaba en promedio a dos atletas por minuto. Ya para el cuarto kilómetro estaba entre los 30 primeros. La carrera recién comenzaba y yo creía que el podio estaba ahí, 29 cuerpos más adelante.

El asunto comenzó a complicarse cuando el suelo del cerro cambió por piedras volcánicas y nieve. Mirar ese bosque verde, profundo e infinito allí abajo, y sentir que el volcán Lonquimay estaba a una nariz de distancia me importó mucho más que guardar piernas para el resto de la carrera. Error: ya para el kilómetro ocho, en el ascenso más importante, estaba derrotado.

Todos los que adelanté comenzaron ahora a desfilar por mis costados. La fatiga se hizo tan expresiva que debí detenerme en al menos cinco ocasiones. Bueno -pensé-, estoy a 1.600 metros de altura, no tengo un podio ni piernas para seguir, sí un paisaje único. Hora de contemplar. La decisión más sabia en esas tres horas.

Bajé como pude. Quise correr a dos kilómetros de la meta -el orgullo me volvía a desafiar-, pero una caída (de las feas) me invitó a olvidar la idea y simplemente a bajar. Para mí la carrera ya había terminado.

Crucé la meta en 2 horas 53 minutos y 36 segundos (casi una hora más tarde del ganador) el que gan y pese a todo, a que apenas puedo moverme, es inevitable soltar una sonrisa al escribir este artículo. “Ustedes tienen la montaña al lado”, me dijo una ayer una argentina. Después de esta experiencia, entiendo por qué su envidia.

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