Por qué ver los clásicos
Un ciclo de la Universidad Católica de 11 películas trae lo mejor de autores como Bergman, Kurosawa, Buñuel y John Huston.

Si hoy el nombre de Alfred Hitchcock es más reconocible para muchos espectadores que el de Michael Powell, es debido que el director de Psicosis ha sido puesto en un lugar más alto del canon cinematográfico. Este canon, una jerarquía creada y vigilada por generaciones de críticos y espectadores, tiene sus bases en el cine clásico norteamericano y europeo. Hasta el 18 de agosto, el Centro de Extensión UC está presentando una lista de 15 títulos muy representativos de ese canon (el programa completo está en www.cineuc.cl).
Todo el ciclo merece verse. Para muchas generaciones, será la primera oportunidad de conocer una cinta de culto como El demonio de las armas (Gun crazy, 1950) y así averiguar de dónde sacaron algunas ideas el Truffaut de Jules y Jim y el Oliver Stone de Asesinos por naturaleza.
Como el canon a la larga es un juego que todos podemos jugar, aquí seleccionamos seis títulos esenciales no sólo para los cinéfilos, sino para cualquier espectador ansioso de limpiarse los ojos del 3-D y las secuelas que dominan los multicines de Chile.
PERSONA (1966)
Una actriz se queda muda en plena función teatral. La envían a recuperarse a la costa, acompañada por una joven enfermera. La chica intenta comunicarse con la enferma y termina abriendo su intimidad sin pudor ni defensa. Drama psicológico por excelencia y una de las películas más audaces de Bergman. No es cine grato o condescendiente. Es un clásico muy vivo y estimulante, plagado de las ideas sobre la condición humana que fueron el centro del mundo de Bergman durante toda su carrera.
EL AMOR, LA VIOLENCIA Y EL CINE (Amanecer 1928)
El alemán F.W. Murnau, responsable de títulos fundacionales como Nosferatu, intentó emigrar a Hollywood filmando este drama mudo en Estados Unidos. No lo consiguió, pero a cambio legó a la historia una fábula eterna sobre un hombre rústico que pierde la cabeza por una mujer citadina. Las viejas excusas (que el cine mudo es lento, ridículo o infantil) no se aplican a esta joya: un hombre y una mujer en un bote en medio de la nada siguen siendo una de las escenas de suspenso y drama moral más inolvidables del siglo pasado.
TRONO DE SANGRE (1957)
No debe ser casual que el único cineasta que se repite con dos filmes dentro del ciclo sea el japonés Akira Kurosawa. Trono de sangre tiene varias características atendibles. Primero, es una inteligente adaptación de Macbeth al Japón medieval de samuráis y shogunes. Segundo, su ferocidad y aire fúnebre rara vez han sido alcanzados en otras adaptaciones de Shakespeare. Tercero, quienes recuerdan la épica muerte de Boromir en El Señor de los anillos entenderán aquí la importancia de la imaginería de Kurosawa en la famosa trilogía.
LAS ZAPATILLAS ROJAS (1948)
Los ingleses Michael Powell y Emeric Pressburger produjeron aquí un milagro, que fue conectar el ritmo de las imágenes con la música y el movimiento físico del ballet. Una típica trama de rencillas tras bambalinas entre artistas se ha vuelto con el tiempo una de las piedras fundacionales del cine musical. Desde Amor sin barreras hasta los videos de Michael Jackson, todo director que haya buscado la forma de retratar el baile y la coreografía en pantalla ha vuelto los ojos a este clásico.
LA REINA AFRICANA (1951)
Ella considera que él es un cerdo, él piensa que ella es una estirada. Pero tienen que trabajar juntos. Todos hemos visto de cerca esta historia infinitas veces. Pero esta cinta de aventuras de John Huston fue una de sus cristalizaciones más perfectas. El escenario es el Congo, los enemigos son los alemanes y hay una guerra en marcha. Ellos son Hepburn y Bogart. La receta perfecta para una fórmula mezclada y presentada con el oficio de un barman veterano.
EL DEMONIO DE LAS ARMAS (1950)
Un muchacho fascinado por las pistolas conoce a una chica que comparte su obsesión a niveles patológicos. Su romance sólo podrá ser consumado en una breve carrera criminal que está presentada como una de las grandes historias de romance enfermo de Hollywood. Truffaut y Godard (que la citaron en varios de sus filmes) la defendieron con la actitud del converso que ha encontrado una nueva fe: el cine como campo de juego para el margen, la irreverencia y la perversión.
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