Histórico

Soberanía ¿popular?

<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif" size="3"><span style="font-size: 12px;">A no equivocarse: la idea misma de los plebiscitos tiene un origen absolutamente autoritario.</span></font>

NUESTRA tradición democrática en Latinoamérica ha estado desde siempre dividida por dos conceptos sobre dónde reside la soberanía. La tradición de Rousseau dice que en el pueblo presente en una asamblea popular; la de Locke señala  que en el ciudadano (el individuo o mejor, la persona), a través de sus representantes elegidos para otro tipo de asamblea: el Congreso, y en el caso de las democracias presidenciales, también en el gobierno.

Claramente, en una democracia de masas la visión russoniana es inviable, si bien los pecados de la democracia representativa muchas veces la hacen aparecer como deseable. Y eso es, en parte, lo que ocurre hoy con el movimiento estudiantil.

Es absolutamente comprensible que a los jóvenes, idealistas como debe ser, la asamblea les parezca mucho más democrática que el frío sistema de representantes. En la asamblea hay cercanía, calor humano, cobijo y sensación de ser un movimiento que toma en cuenta mi posición. Sin duda la asamblea es un complemento de la vida democrática, pero su aplicación se reduce a grupos intermedios particulares, generalmente pequeños, y resulta inviable a medida que la organización involucra a más personas.

Los peligros del asambleísmo son conocidos: las opiniones minoritarias o impopulares (aunque sean mayoría) tienen escasa posibilidad de prevalecer; en general tienden a estar dominadas por los grupos más comprometidos (o más radicalizados), mientras que el ciudadano de a pie queda distante. Es la dictadura de los más decididos.

Una solución o complemento a la asamblea parece ser el plebiscito, que a primeras luces vuelve aparecer como un medio muy democrático. Pero a no equivocarse, la idea misma de los plebiscitos tiene un origen absolutamente autoritario: en general, tienden a ser los dictadores lo que han sabido aprovecharlos para darse un manto prestado de legitimidad. Los plebiscitos pueden ser complementarios a la democracia, pero son de aplicación limitada y requieren además una gran cuota de legitimidad y sentido de pertenencia de todos los involucrados por sus decisiones, si no, se transforman en la dictadura de la mayoría.

Otro complemento al asambleísmo, cuando éste resulta imposible de aplicar para cuestiones de nivel nacional, es la asamblea de asambleas: cada asamblea (o soviet) envía su vocero (y no un representante) a una asamblea central. Nuevamente no hay que equivocarse, eso no es democracia, es el corporativismo con una fuerte raigambre fascista. Generalmente, ese sistema sirve para enmascarar dictaduras personales o de la vanguardia organizada.

Pero la democracia representativa, para que lo sea afectivamente, también requiere de varios requisitos, y el que está fallando hoy en Chile es que no representa a cerca de un tercio de nuestra población, fundamentalmente a los más jóvenes. Ha llegado la hora de un nuevo pacto constitucional que le dé cabida a ellos en el sistema político: hay que abrir mucho más puertas a la participación y crear más democracia a todo nivel.

¿Y la educación? Por supuesto, el sistema representativo también debe dar solución a esa demanda, que ya no es sólo de los jóvenes, sino de todas las familias que tienen hijos en edad de educarse.

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